Algunas coordenadas de la gestión cultural en la Argentina
El presente artículo cobró impulso a partir de las reuniones sobre gestión cultural mantenidas por profesores e investigadores universitarios y funcionarios estatales en Buenos Aires, desde mediados de 2017 y durante 2018, procurando establecer vasos comunicantes entre iniciativas en la materia, las que, aun sin ser recientes, se hallan dispersas. El dato en sí mismo constituye un diagnóstico acerca del escaso afianzamiento de un ámbito cuya naturaleza y coordenadas permanecen inestables, más allá de los esfuerzos constructivos realizados por personas, grupos e instituciones en las últimas dos décadas. Creo que no se trata de obtener consistencia o unanimidad respecto de esos asuntos, sino por el contrario, de habilitar espacios públicos de conversaciones sostenidas acerca de preguntas y de problemas menos inconmensurables que los malentendidos en que nos movemos hoy. Estos últimos no se deben a la falta de entendimiento, sino más bien a su búsqueda; son estratégicos para establecer un “como si” de mayor densidad y amparo que la confusa diseminación conceptual imperante. Para trazar estas coordenadas aquí, retomo un texto ya publicado en Brasil y, en menor medida, otro editado en Colombia, poco accesibles en nuestro medio (Bayardo, 2016 y 2018, respectivamente), que continúan una secuencia sobre el tema antecedida por artículos de 2005, 2009 y 2014.
Desde mi perspectiva, entiendo la gestión cultural como una práctica de mediación entre actores, disciplinas y especialidades implicados en las distintas fases de los procesos productivos artísticos y culturales. Viabiliza y condiciona la producción, la circulación y el consumo de productos culturales (bienes, servicios y derechos). Esta mediación articula a los creadores, los productores, los intermediarios, los promotores, las instituciones y los públicos, confronta sus diversas lógicas y las conjuga para organizar los entornos en los que las obras cobran materialidad y sentido en la sociedad.
Al hablar de gestión cultural, pienso en la gestión de instituciones, de programas, de proyectos, de industrias, de emprendimientos, de bienes, de servicios y de derechos culturales. Cada uno de estos casos presenta especificidades en las que están involucrados el manejo de recursos materiales y humanos, y fundamentalmente la gestación y transformación de los diversos sentidos que circulan en la vida social en un contexto y momento dados. De este modo, más que en concatenaciones técnicas pienso en tensiones históricas y situacionales en las cuales la cultura es atravesada por lo económico y lo político. Así, a la hora de gestionar, partir de que “todo es cultura” arriesga diluir el objeto, y aun cuando es necesaria una aproximación funcional específica hacia los “productos culturales”, limitarse a ellos tampoco constituye un enfoque fructífero. En tanto que culturales, los productos son operadores simbólicos de los modos de vida y de las formas de vivir juntos, orientan las modalidades de autoconstitución de lo humano en grupalidades e individuaciones, dado que condensan distintos grados de libertad y de control de las poblaciones con relación a la naturaleza externa (el medio ambiente, la corporalidad) e interna (la subjetividad, el comportamiento).
Hacia un panorama de la gestión cultural en la Argentina
Este trabajo señala algunos de los principales desarrollos de la gestión cultural en la Argentina y procura contribuir a la construcción de un mayor conocimiento del campo, al desarrollo de investigaciones e instrumentos propios de este, y al mejoramiento de los procesos de formación de gestores.
El término “gestión cultural” comenzó a utilizarse en el país durante la década de 1990, como actualización, reemplazo y resignificación de nociones previas tales como animación, promoción y administración culturales. Esta emergencia se asocia a la de nuevas perspectivas globalizadas promovidas con el influjo neoliberal en la región, especialmente en lo que refiere al desdibujamiento del Estado y al rediseño de los límites público-privado, favoreciendo una mayor orientación hacia el mercado y el modelo empresarial. Nos referimos a lineamientos generales como son las teorías de la gobernanza, la Nueva Gestión Pública (NPM, New Public Management) y el planeamiento estratégico; a modos de análisis como el Enfoque del Marco Lógico (EML) y la matriz de Fortalezas-Oportunidades-Debilidades-Amenazas (FODA); a principios de intervención como la eficacia, la eficiencia, la rentabilidad y el pragmatismo, y al uso de términos antes ajenos al medio cultural como producto, servicio, oferta, cliente, marketing, consumo. Pero también a la discusión sobre el papel del Estado y de lo político, el rol del gestor cultural, el trabajo de significación y los problemas de la circulación de sentidos sociales, en un medio donde prevalecen nociones de democratización cultural, de descentralización administrativa y de regionalización y territorialización de las políticas culturales.
Durante estas dos décadas se han desarrollado numerosas iniciativas en el campo de la gestión cultural, las más ostensibles de las cuales se encuentran hoy en los medios de comunicación, donde junto a la figura del artista y del curador aparece la denominación “gestor cultural” en relación con personas que actúan en museos, teatros, bibliotecas, centros culturales. En esta referencia novedosa, puede avizorarse un respaldo a los practicantes y una incipiente tendencia a la legitimación de la ocupación, aunque no necesariamente con carácter profesional titulado, pues suele tratarse de autodidactas e intuitivos en la materia. Aquí, a diferencia de otras actividades, la formación superior específica no es un requisito consensuado, y en el mercado de trabajo se privilegia el “saber hacer” obtenido en trayectorias prácticas, que continúa siendo el criterio predominante además del renombre y la notoriedad. En designaciones en dependencias del Estado, resultan prioritarios los vínculos personales y políticos, y muchas autoridades del sector son consagrados de las artes o las humanidades, pero sin experiencia en gestión cultural. Mientras se imputa a las universidades el orientarse a “formar ministros de cultura”, los trabajadores de las áreas oficiales del sector se han acercado a la educación superior interesados por capacitarse y por obtener titulaciones.
Las raíces de los procesos formativos actuales se hallan en diversos cursos, charlas y encuentros iniciados hacia fines de la década de 1970, con la perspectiva de la administración cultural y desde fines de los años noventa, con enfoques de gestión cultural. Se basaban en presentaciones de expertos nacionales e internacionales y en el intercambio de experiencias locales. Intervinieron en su organización entidades responsables del desarrollo de políticas públicas en áreas de educación y de cultura (ministerios, secretarías), el Fondo Nacional de las Artes (FNA), el Instituto Nacional de la Administración Pública (INAP), etc. Cabe recordar que entre 1970 y 1982, la Organización de las Naciones Unidas para la Educación la Ciencia y la Cultura (Unesco) realizó una serie de conferencias intergubernamentales mundiales y regionales que dieron fundamento a las políticas culturales occidentales. La estructuración del sector cultura también fue promovida desde la Organización de Estados Americanos (OEA) y la Organización de Estados Iberoamericanos para la Educación, la Ciencia y la Cultura (OEI). Con todo, bajo ese influjo de las políticas culturales debe subrayarse el papel de expertos que volcaron sus esfuerzos en movilizar resortes institucionales para difundir las nuevas preceptivas y prácticas en iniciativas de capacitación.
Otros impulsos hacia la consolidación de la gestión cultural provinieron de conferencias, seminarios y actividades orquestados desde los años noventa por instituciones europeas con alcances internacionales. En especial, la Alianza Francesa y la Embajada de Francia, el Consejo Británico, el Instituto Goethe, el Instituto Dante Alighieri, la Agencia Española para la Cooperación Internacional y el Desarrollo (AECID) y la Embajada de España. Allí se desarrollaron temáticas como las políticas culturales y la planificación cultural, las industrias culturales y la gestión de museos, el mecenazgo y el patrocinio, esbozando el campo de problemas que luego integrarían las currículas formativas formales regladas, pero también las de espacios de lo no reglado e informal y de ámbitos de debate e intercambio de experiencias. Con estos también emergieron investigaciones, libros y publicaciones periódicas, encuentros de formadores y de gestores, asociaciones y redes locales y translocales. Pero estas experiencias no han sido sistematizadas y discutidas, ni su carácter fragmentario y temporal ha plasmado en formas orgánicas y series compartidas, por lo que parece importante anotar algunos elementos para la reflexión.
A la vez, es preciso decir que mucho del influjo de la gestión cultural proviene de un ecosistema complejo donde confluyeron las voluntades de artistas, de activistas, de trabajadores, de funcionarios, de académicos y de militantes para desarrollar proyectos, compartir experiencias, establecer lazos entre sí y en relación con las acciones, inacciones y defecciones de las administraciones estatales y de los mercados culturales. Si por una parte hay unas “industrias culturales” rentables cuyo ensanchamiento ha contribuido a renombrarlas como “industrias creativas”, en las que se insertan muchas de estas iniciativas, por otra prolifera una “economía cultural residual” de procesos autogestionados menos capitalizados y menos visibles pero también más dinámicos, que conforman el humus donde crece la gestión cultural. Y así como la ausencia o la presencia incómoda del Estado en cultura han motivado el vuelco hacia la gestión cultural, también cabe señalar que diferentes reparticiones en distintos niveles de la administración han catalizado su desarrollo con fondos, estudios y publicaciones. De modo que la pregunta “qué se entiende por gestión cultural” admite numerosos enfoques, experiencias, lecturas y acentos.
Capacitación y formación
La formación superior en gestión cultural en la Argentina se inició en la década de 1990 bajo influencia de la desarrollada en España (particularmente con el llamado “modelo Barcelona”) y, en menor medida, del arts management anglosajón.
La gestión cultural comenzó planteándose como necesidad de financiamiento y de racionalidad organizativa para instituciones o proyectos puntuales, en ámbitos como museos, teatros, ciclos de música, exposiciones de arte. Al principio no se hablaba de gestión cultural en medios de comunicación, industria del libro, industria de la música, donde circulaban capitales y existían mercados rentables. Mucho más recientemente, emergieron formaciones en gestión de medios, gestión de contenidos, gestión del entretenimiento, gestión de videojuegos, cuyas denominaciones eluden el adjetivo “cultural” y refieren a sectores de mercado en expansión y con alta rentabilidad. Pero en un comienzo y durante bastante tiempo, las nociones de administración y de gestión convivieron, quizás no solo por el peso relativo de los administradores titulados en ese momento de los debates, sino también por tratarse de formaciones orientadas principalmente al personal del sector cultural estatal.
La primera iniciativa de formación se produjo en 1992 y 1993, en el Instituto Nacional de la Administración Pública (INAP), en el marco de una Escuela en Administración Cultural de vida breve, donde se dictaron un máster en Administración Cultural y un máster en Cultura Argentina. En 1996, la Universidad Nacional de San Martín (UNSAM), en convenio con el Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires y con el sindicato de la Unión del Personal Civil de la Nación (UPCN), lanzó una tecnicatura y licenciatura en Administración y Gestión Cultural, también dirigida a funcionarios públicos. Fuera de la capital nacional, hacia fines de la década, se inició un programa de capacitación para personal de cultura de municipios de la provincia de Córdoba en la Universidad Nacional de Río Cuarto (UNRC) y una tecnicatura en Gestión Cultural en la Universidad Nacional de Mar del Plata (UNMdP) en convenio con municipios de la provincia de Buenos Aires. Desde Mendoza, la Fundación COPPLA, con Tikal Ideas, organizó un programa de capacitación en Gestión Social y Cultural en provincias mediante videoconferencias. En 1999, la Cátedra Unesco de Derechos Culturales de la Universidad de Palermo, junto con el Parlamento Cultural del Mercosur (PARCUM), inició una maestría en Derecho, Gestión y Políticas Culturales en el Mercosur.
Otros procesos formativos universitarios ampliaron sus propuestas hacia públicos más vastos en posgrados, en grados y en extensión, y aunque en sus inicios fueron habituales los cursantes del sector estatal, también convocaron numerosos actores privados y asociativos. En 1999 el Instituto de Altos Estudios Sociales (IDAES) de la UNSAM comenzó una diplomatura de Estudios Avanzados en Gestión Cultural y la Universidad Nacional de Tres de Febrero (UNTREF) inició una licenciatura en Gestión del Arte y la Cultura. En 2000, en la Universidad de Buenos Aires (UBA) se lanzó una maestría en Administración Cultural en la Facultad de Filosofía y Letras y un programa de Formación de Administradores de Teatro en el marco del Observatorio Cultural de la Facultad de Ciencias Económicas. En 2001, la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales (FLACSO) dio inicio a su posgrado Internacional en Gestión y Políticas en Cultura y Comunicación mientras que la Universidad del Salvador (USAL) inauguró una licenciatura en Gestión e Historia de las Artes. El mismo año, en la Fundación Ortega y Gasset comenzó una diplomatura en Gestión Cultural, Patrimonio y Turismo en un marco no formal, donde también se impartieron cursos breves sobre políticas culturales públicas y sobre turismo sostenible.
Por su parte, a mediados de los años 2000, en el interior surgieron varias iniciativas en la materia, como la carrera de Técnico Universitario en Gestión Cultural y Emprendimientos Culturales, de la Universidad Nacional del Sur (UNS) y la Universidad Provincial del Sudoeste (UPSO), en convenio con el Instituto Cultural de la Provincia de Buenos Aires (IC). Este último también hizo acuerdos de formación con la oferta universitaria obrante en su territorio y organizó, además, su propio programa de Capacitación y Formación en Gestión Cultural en municipios provinciales. La Universidad Blas Pascal (UBP) de Córdoba realizó una diplomatura en Producción y Gestión Cultural y otra en Gestión de Actividades Artísticas y Culturales. Estas se vinculaban con la acción del Centro Cultural España-Córdoba, que desarrolló, asimismo, el programa de formación en Gestión Cultural “Meeting Point”. También la Universidad Nacional de Córdoba (UNC) inició un curso de posgrado en Gestión Cultural y ofreció algunos cursos temáticos. En la misma línea, el Ministerio de Educación nacional lanzó un programa de desarrollo de tecnicaturas en Gestión Cultural en institutos de formación docente en varias provincias de la Argentina.
Entre mediados y fines de la primera década del siglo XXI, algunas de las carreras universitarias ajustaron sus planes de estudios a fin de obtener el reconocimiento oficial de sus títulos de posgrado por parte de la Comisión Nacional de Evaluación y Acreditación Universitaria (CONEAU). Es el caso de la especialización en Gestión Cultural y Políticas Culturales del IDAES-UNSAM, de la especialización en Administración de Artes del Espectáculo y de la maestría en Gestión Cultural de la UBA, de la especialización en Gestión y Administración Cultural del Instituto Universitario Nacional de Artes (UNA) y de la maestría en Industrias Culturales de la Universidad Nacional de Quilmes (UNQ). A la vez se lanzaron nuevas carreras, como la licenciatura en Museología y Gestión del Patrimonio Cultural en la Universidad del Museo Social Argentino (UMSA) en 2008, y la de Curaduría y Gestión Cultural en el Centro de Investigación Cinematográfica (CIC) en 2012. Por su parte, FLACSO en Buenos Aires, la UBP y la UNC en Córdoba comenzaron a dictar sus cursos también en forma virtual y, con esa misma modalidad, en la UNTREF comenzó una licenciatura en Políticas y Administración de la Cultura en 2010. Ese mismo año, la Universidad Nacional de Avellaneda (UNDAV) lanzó una licenciatura en Gestión Cultural y, más adelante, la Universidad Nacional de José C. Paz (UNPAZ) comenzó a dictar una diplomatura superior en Gestión Cultural. Asimismo, el Ministerio de Cultura de la Nación organizó en 2014 una maestría en Cultura Pública, que incluye formación en gestión. En 2015, se lanzó en el área de extensión de la UBA una diplomatura en Producción Cultural. Además, se desarrollaron una licenciatura en Arte con orientación de Gestión en Arte y un programa ejecutivo en Gestión y Marketing del Arte y la Cultura y Gestión Cultural en la Universidad de Palermo (UP), y se creó una licenciatura en Gestión de Arte en la Universidad Argentina de la Empresa (UADE). En 2018, la Universidad Nacional de Cuyo (UNCUYO) inició una diplomatura en Gestión Cultural.
De este modo, cabe decir que en estas dos décadas hubo un gran desarrollo de cursos y de carreras de gestión cultural en diversos niveles. En formación no formal (en la administración pública y en fundaciones) y en extensión universitaria: cursos y programas de pocas horas y hasta de varios meses de duración. En grado: tecnicaturas y licenciaturas de dos o tres y de cuatro años de duración respectivamente. En posgrado: diplomas, especializaciones y maestrías de año, año y medio y dos años de duración respectivamente.
Es clara la importancia de los cursos de formación no formal y de extensión, y la prevalencia de las formaciones de posgrado y de tecnicatura por sobre las carreras de licenciatura, así como la ausencia de doctorados. En un contexto de formaciones mayormente generalistas, también debe señalarse la orientación especializada de algunas propuestas hacia el patrimonio, los espectáculos, las industrias culturales. Puede entreverse lo difícil de comparar esta constelación con magnitudes tan disímiles. Los cursos han tenido metamorfosis que solo una investigación exhaustiva podría reconstruir, cambiando tanto en denominación, como en contenidos, en equipos docentes, en marcos y en relaciones institucionales. Sus currículas incluyen áreas que se reiteran, como historia, teorías y políticas de la cultura, de las artes y de la comunicación, economía, derechos y legislación de la cultura, financiamiento y marketing cultural, planificación, administración y desarrollo de proyectos e instituciones, gestión y producción de actividades culturales. Pero estas refieren a conceptualizaciones y a experiencias muy diversas y, a esta altura de los acontecimientos, a trayectorias vitales y profesionales de distintas generaciones. Como sea, varios miles de estudiantes han circulado por esta familia de cursos y conforman una masa crítica antes inexistente, que significa otra plataforma para la gestión cultural.
Encuentros y redes
La proliferación de propuestas formativas en la Argentina estuvo acompañada por el lanzamiento, en diciembre de 2001, de Iberformat, Red de Centros y Unidades de Formación en Gestión Cultural de Iberoamérica. Esta red, promovida por la Fundación Interarts de Barcelona, contó con el apoyo de la AECID, que puso a disposición distintas sedes del Centro Cultural de España y del Centro de Formación de la Cooperación Española, y con los auspicios de la OEI. Iberformat realizó varios encuentros internacionales convocando a formadores, gestores culturales y funcionarios del sector en torno de la problemática específica de la formación y obró como un incentivo en la materia a nivel nacional. Los temas abordados fueron las necesidades formativas y de capacitación, el perfil de los gestores culturales, sus funciones y sus competencias profesionales, el mercado laboral y los ámbitos de desempeño. Entre 2005 y 2007, la secretaría técnica de Iberformat estuvo radicada en la UNSAM, con apoyo de la OEI en Buenos Aires, desde donde organizó una base de datos interactiva sobre expertos, formadores, investigadores y publicaciones en gestión cultural y políticas culturales en la región, emitió un boletín digital mensual y amplió la convocatoria a fin de propiciar una articulación local. Posteriormente, esta red dejó de funcionar, a la vez que surgieron otras iniciativas regionales, como la Red Latinoamericana de Gestión Cultural, que desde 2010 reúne a formadores, artistas y gestores culturales.
En el contexto de los debates asociados a la Declaración y a la Convención de la Unesco sobre diversidad cultural (2001 y 2005), y a la Convención sobre patrimonio cultural inmaterial (2003), se realizaron distintos encuentros sectoriales, tanto nacionales como internacionales, motorizados por la Secretaría de Cultura de la Ciudad de Buenos Aires (Ministerio de Cultura desde 2007) y por la Secretaría de Cultura de la Nación (SCN, Ministerio de Cultura entre 2014 y 2018). Diversos cursos sobre temáticas puntuales de la gestión cultural (como políticas culturales, diseño de proyectos, desarrollo de fondos) y el lanzamiento de tecnicaturas en gestión cultural desde el Ministerio de Educación de la Nación contribuyeron, asimismo, al desarrollo de vínculos. Estas capacitaciones y formaciones se llevaron a cabo en distintas provincias, con carácter de encuentros regionales que fomentaron las dinámicas de taller con intercambio de experiencias y la conformación de redes de gestores culturales.
Entre 2007 y 2008, con apoyo de Unesco, se desarrollaron en Villa Ocampo (Provincia de Buenos Aires) cuatro encuentros de formadores en gestión cultural. Uno de ellos, a nivel de Mercosur (abril de 2007), otro, bilateral Argentina/Chile (septiembre de 2008), y los dos restantes, reuniones locales (noviembre de 2007 y junio de 2008). Algunos encuentros se orientaron a cuestiones de política, legislación e institucionalidad cultural, identidad y ciudadanía, patrimonio e industrias culturales, impacto económico de la cultura y financiamiento del sector, problemas sectoriales e intersectoriales; otros, hacia la oferta educativa, su orientación general, la modalidad y tipo de cursos, la duración, la inserción profesional de los egresados y la investigación en cultura.
La SCN, junto a las áreas provinciales de cultura y el Consejo Federal de Inversiones (CFI), organizaron un Congreso Argentino de Cultura, del que se realizaron cuatro ediciones. El primero se efectuó en Mar del Plata en agosto de 2006, con el lema “Hacia políticas culturales de Estado: inclusión social y democracia”. El segundo se produjo en Tucumán, en octubre de 2008. El tercero se llevó a cabo en septiembre de 2010 en San Juan, con el lema “Cultura y federalismo en el Bicentenario; por una cultura federal en el camino hacia la integración latinoamericana”. Y el cuarto y último congreso tuvo el lema “Políticas para el desarrollo local y regional en el nuevo milenio. Hacia una soberanía cultural de la Patria Grande” y se desarrolló en Resistencia, Chaco, en mayo de 2013. De estos encuentros participaron funcionarios y responsables del sector, gestores culturales, artistas, intelectuales y ciudadanía en general. Las actividades comprendieron conferencias, mesas redondas, foros, talleres, sesiones de presentación de ponencias, todas ellas en torno a diversas problemáticas de las políticas culturales y la gestión cultural, incluyendo también muestras artísticas y espectáculos. Entre muchos tópicos abordados, se destacan el desarrollo, la identidad nacional, el patrimonio, la diversidad cultural, los derechos culturales, la economía de la cultura, la comunicación, las industrias culturales y las tecnologías de la información y la comunicación.
Estudios, investigaciones y publicaciones
Desde los años ochenta, en la Argentina se han desarrollado numerosos estudios de la cultura en el marco de programaciones científicas en disciplinas universitarias como letras, sociología, antropología, historia, artes. Estas indagaciones se agrupan en el polo de la investigación básica y de la academia, más que en el de la investigación aplicada y la gestión. Dadas su vastedad y variedad, optamos por no consignarlas. Como sea, las investigaciones académicas en cultura centradas en políticas públicas, en acciones institucionales, en dominios culturales, en prácticas de diversos actores sociales, aun sin enfocar puntualmente la gestión cultural, aportan a su conocimiento. En los años noventa, la Fundación CICCUS editó el boletín Industrias Culturales, breviario con informaciones y datos estadísticos del área, relevados por las investigaciones de Octavio Getino, y publicó algunas de sus numerosas obras junto a otros libros centrados en la gestión cultural (Puig Picart, 1994 y 2000; Santillán Güemes y Olmos, 2000 y 2004; Velleggia, 1995).
En el medio universitario, en 2001, el Observatorio Cultural de la Facultad de Ciencias Económicas de la UBA, con el apoyo de la División de Políticas Culturales de la Unesco, llevó adelante un “Estudio de perfiles profesionales del personal cultural en América Latina”. Este trabajo enfocó específicamente la temática de los gestores culturales, su formación y sus competencias, y parte de su contenido fue publicado (Unesco/OEI/Iberformat, 2005).
Por su parte, poco después de dar comienzo a la licenciatura en gestión cultural, la UNTREF creó un Instituto de Políticas Culturales que relevó y publicó estudios estadísticos y datos duros del sector en su revista Indicadores Culturales. La publicación, iniciada en 2001, continúa hasta la actualidad: incluye estudios cuantitativos y cualitativos, artículos, reflexiones y debates sobre diversos tópicos relacionados. También allí, desde el año 2007, se iniciaron investigaciones sobre políticas culturales públicas en espacios locales, dando lugar a publicaciones. Asimismo, los estudiantes de la carrera editaron la Revista Gestión Cultural, de la que salieron cuatro números entre 2003 y 2005, incluyendo noticias de actualidad, dossiers temáticos y reseñas de libros. En 2009, esta iniciativa se reconvirtió en RGC Ediciones, que publica libros sobre gestión cultural, políticas culturales, artes escénicas, cultura comunitaria, algunos de ellos junto al Observatorio de Culturas Políticas y Políticas Culturales del Centro Cultural de la Cooperación (CCC).
La SCN inició en 2003 una sistematización de informaciones sobre políticas públicas y de mediciones de la economía del sector, que se institucionalizó en 2006 con la creación de un Laboratorio de Industrias Culturales para realizar investigaciones útiles en el diseño e implementación de políticas. Desde sus inicios, el Laboratorio publicó el boletín informativo Click, en el cual reseña datos acerca de áreas como cine, radio, televisión, cuenta satélite de cultura y gestión cultural pública. Más adelante, con investigaciones propias y con estudios de otras fuentes, se conformó el Sistema de Información Cultural de la Argentina (SINCA), destinado al mejoramiento de las políticas y de la gestión cultural. En torno de este sistema se articulan estudios como el Mapa Cultural, las Estadísticas Culturales, la Cuenta Satélite de Cultura y la Encuesta Nacional de Consumos Culturales. Además, también dio vida al boletín informativo Coyuntura Cultural dedicado a agentes, productores e intermediarios culturales, que desde 2009 ofrece datos sobre PBI del sector, comercio exterior de bienes culturales, gasto y empleo cultural, institucionalidad cultural y estudios temáticos sobre sector editorial, cine, etc. Indagaciones más exhaustivas han sido publicadas en libros como el Atlas Cultural de la Argentina (2014), Valor y símbolo. Dos siglos de industrias culturales en Argentina (2011) y Hacer la cuenta. La gestión cultural pública de la Argentina a través del presupuesto, la estructura institucional y la infraestructura (2010), entre otros. Muchos de estos materiales, por su tiraje publicado y problemas de distribución, son difíciles de encontrar en papel, pero de fácil acceso en su versión digital en la Web.
También desde el sector público, el Observatorio de Industrias Culturales de la Secretaría de Cultura de la Ciudad de Buenos Aires realizó investigaciones en el área con la perspectiva de contribuir a la gestión cultural. Estos plasmaron en un Anuario de Industrias Culturales que se publicó desde 2004, en libros sobre economía del tango (2006) y sobre pequeñas y medianas empresas de la cultura (2007) y en la Revista Observatorio, que publicó cinco números entre 2004 y 2007, incluyendo cifras de la cultura y dossiers temáticos. El rediseño institucional ocurrido con el cambio de gobierno convirtió al área en Observatorio de Industrias Creativas, que continúa hasta la actualidad publicando un Anuario de Industrias Creativas y boletines breves con datos cuantitativos que se distribuyen a través de redes electrónicas.
En la provincia de Buenos Aires, se publicaron algunos seminarios para responsables de las áreas municipales de cultura, organizados por el Instituto Cultural y referidos a problemas de políticas y gestión cultural (Álvarez Rodríguez y Mesa, 2004 y 2005), así como otros materiales de capacitación (Santillán Güemes y Olmos, 2001).
Por otro lado, en la provincia de Córdoba, un grupo de gestores vinculados al Centro Cultural España-Córdoba, la UBP y la Fundación Ábaco, realizó una serie de trabajos orientados a elaborar la gestión cultural local asumiendo las particularidades de su contexto. Allí se publicaron investigaciones (Beaulieu, 2007; Ortiz, 2009), análisis (Marchiaro, 2005; Fantini, 2007; Bobbio, 2007) y conferencias de formación (Bobbio, 2008) en gestión cultural.
Cabe mencionar, a su vez, la circulación de algunos libros publicados por editoriales con mucha presencia en las librerías, que abordan la gestión cultural en general (Moreira, 2003), enfocados en casos de gestión (Bonet, 2000; Faivre D’Arcier, Heras y Zabarte, 1999; Maccari y Montiel, 2012) o poniendo atención en las relaciones entre gestión cultural y políticas culturales (Margulis, 2014; Vich, 2014; Wortman, 2009).
Formas asociativas
El surgimiento de asociaciones de gestores culturales es una muestra de cierto afianzamiento en términos profesionales de este espacio en la Argentina. A la vez, debe señalarse que la conformación de asociaciones no necesariamente da cuenta de su representatividad sectorial o de su convocatoria, ni de su presencia en el medio o del reconocimiento social de la gestión cultural como profesión. Si bien todas ellas aparecen orientadas a fortalecer la labor y a velar por el conjunto de los gestores culturales, se trata de asociaciones pequeñas, poco conocidas y de escasa incidencia pública. Estos fenómenos de asociatividad del sector parecen producirse como consecuencia indirecta de los ya mencionados procesos de formación. Por una parte, los orígenes de las asociaciones preceden en varios años a los inicios de los cursos, por otra parte, suelen agrupar a los egresados de las carreras de gestión cultural. Estas carreras son especialmente tecnicaturas y licenciaturas, cuya mayor duración podría ser más favorable al establecimiento de vínculos que los cursos menos extensos. Si algunos agrupamientos aparecen directamente ligados a las universidades donde se graduaron sus miembros, otros tienen un carácter marcadamente regional o local. Sus vehículos de comunicación fundamentales, cuando existen, son blogs y grupos de Facebook (menos exigentes que el desarrollo de páginas web propias) que dejan ver su juventud relativa.
La agrupación más antigua es Administradores Culturales Asociados (ADCUAS), vinculada a la Escuela en Administración Cultural y al máster en Administración Cultural del INAP, cuyo mismo nombre refiere a un momento anterior al afianzamiento de la noción de gestión cultural. Por su parte, la Asociación Argentina de Gestores Culturales Universitarios (AAGeCU) nació en 2005 por iniciativa de egresados de la tecnicatura de la UNMDP; la Asociación de Gestores Culturales de la República Argentina (AGeCultura) nació en 2010 y se conformó por alumnos de la licenciatura de la UNTREF; mientras que Gestores Culturales del Sudoeste Bonaerense Argentino (GeCSoBA) surgió en 2010 de cursantes de la tecnicatura de la UPSO. Al igual que esta última, son de carácter regional la Asociación Sanjuanina de Gestores Culturales (ASJC), iniciada en 2006, y la Asociación Gestores Culturales de Mendoza, surgida en 2010. Mayormente se trata de organizaciones del interior del país vinculadas a dinámicas de nivel provincial. Puede pensarse que la implicación territorial, el carácter universitario de la formación y la temporalidad de los estudios son factores concurrentes en este asociativismo.
En la Argentina también se constata la presencia de otro tipo de entidades, cuyo estatuto oscila entre la iniciativa independiente autogestionada, la ONG y el emprendedurismo privado. Se trata de organizaciones más dinámicas y pequeñas que las asociaciones antes referidas, conformadas por artistas y gestores culturales, incluyendo egresados de formaciones de grado o posgrado, que mantienen vínculos con universidades, gobiernos y organizaciones internacionales. Algunas son productoras culturales o consultoras en gestión cultural que organizan actividades, ofrecen asesorías, recursos en línea y cursos (frecuentemente sobre los aspectos más técnicos y aplicados de las formaciones: formulación y desarrollo de proyectos, producción cultural, financiamiento de artes y cultura, herramientas de marketing, utilización de nuevas tecnologías), como en los casos de Índigo Producciones, Almagesto, Recursos culturales, EME Desarrollos Culturales, Sempre Allegro, Fundación Ábaco en Córdoba, etc. Su aparición da cuenta de las apropiaciones de los procesos formativos y de la orientación de los intereses de los cursantes hacia la producción y los emprendimientos culturales. Esta emergencia también es producto de los tránsitos ocupacionales de los gestores culturales y expresa los frecuentes cruces entre lo oficial, lo privado y lo asociativo.
Numerosas iniciativas culturales grupales de arte callejero, de música, de teatro comunitario, de circo, han confluido desde 2010 en el Colectivo Pueblo Hace Cultura, organizando encuentros y buscando la aprobación de una Ley de Apoyo a la Cultura Comunitaria, Autogestiva e Independiente (más conocida como Ley de Puntos de Cultura) que les asigne fondos específicos. También han proliferado centros culturales y clubes de cultura de pequeña escala, como Club Cultural Matienzo, Brandon, La Casa del Árbol, La Vieja Guarida, donde se desarrollan actividades artísticas y gastronómicas, que sin embargo han tenido dificultades debido a que no están claramente contemplados en los marcos normativos. En este sentido, en 2011 se conformó Abogados Culturales, una asociación que litiga contra las clausuras de este tipo de espacios, brinda apoyo en la habilitación de los locales y en la tramitación de asociaciones civiles que los encuadren legalmente, así como en la aprobación (obtenida en 2015) y la reglamentación de una Ley de Centros Culturales. Algunos de estos centros y clubes culturales están agrupados en el Movimiento de Espacios Culturales y Artísticos (MECA), que promueve la autogestión y las redes en la búsqueda de construir un nuevo modelo de gestión cultural fundado en la colaboración, la distribución libre del conocimiento y el intercambio de recursos. Explícita o no, esta recreación de la gestión cultural está en el núcleo del desarrollo de estas iniciativas e involucra nuevas prácticas y teorizaciones.
Arenas de la gestión cultural
Con el fin de comprender el desarrollo de los procesos de la gestión cultural en América Latina, el mexicano José Luis Mariscal distingue tres arenas interrelacionadas en las que esta toma cuerpo como ocupación laboral, como profesión y como campo académico. La ocupación laboral refiere a una actividad remunerada y a competencias generales obtenidas por experiencia o por formación formal, donde se desempeñan personas provenientes “de las ciencias sociales, las artes y las ciencias administrativas. A través de la práctica se fue dando un proceso de ‘normalización’ de técnicas y modos de hacer la acción cultural” (Mariscal, 2014, p. 213). La profesión implica una actividad productiva y competencias especializadas obtenidas por formación universitaria acreditada, el reconocimiento y registro habilitante del Estado y la existencia de asociaciones propias que regulan y reproducen la práctica. El campo académico, según el autor, involucra “regulación”, entendida como “proceso de definir, documentar, formalizar y generalizar… herramientas, metodologías, conceptos y disposiciones, técnicas y normativas indispensables para el ejercicio profesional” (2014, p. 222) a partir de experiencias, sistematizaciones e investigaciones.
Por mi parte, propongo considerar una cuarta arena de la gestión cultural como activismo, tributaria de una importante tradición de prácticas de acción cultural enfocadas en el medio social y en el trabajo comunitario, como la animación sociocultural, la promoción cultural, la mediación cultural. La emergencia del nuevo campo de la gestión cultural trasciende el involucramiento relativamente reciente de la academia, la cual viene a incluirse en un espacio social marcado por esas prácticas previas. La antecede un acumulado de “saberes del hacer”, de saberes ligados a la experiencia y de competencias y aptitudes personales (como la sensibilidad, el olfato, la escucha, la empatía, lo vincular) cultivados en la propia acción e investidos de cierta épica altruista. En el trabajo en el sector cultura, con su lugar poco jerarquizado, su endeblez institucional y sus altas cargas simbólicas, existe un activismo que va desde voluntades y voluntarismos hasta cruzadas más o menos heroicas. Los mismos artistas, que debieron devenir gestores culturales para poder seguir siendo artistas, participan de esta lógica. Aquí es importante entonces, plantear un sesgo donde lo laboral, lo profesional y lo académico se cruzan frecuentemente con diversas cuotas de voluntariado, de activismo y de militancia. Esta dimensión de la gestión cultural como activismo puede sintonizar o bien ponerla en tensión con lo laboral, con lo profesional y con lo académico; es una marca genérica que pauta su desenvolvimiento. La academia puede ser entrevista como una instancia que se apropia y domestica la gestión; la profesión puede ser considerada como un tipo de práctica que desvirtúa las expectativas transformadoras con respecto de la cultura; lo laboral puede entenderse como una actividad que limita los sentidos y alcances de las acciones emprendidas; y el activismo puede verse como un hacer sesgado por la creencia y por reflexiones y raciocinios limitados.
Mucho del movimiento de la gestión cultural como campo en constitución pasa por el encuentro entre quienes se identifican a sí mismos como gestores culturales. Ya mencionamos esta confluencia en capacitaciones, conferencias, cursos, formaciones universitarias, a los que deben añadirse congresos, eventos, expresiones artísticas, redes virtuales y presenciales.
En interjuego con las miradas del Estado, de las instituciones privadas y de las comunidades, este autorreconocimiento es fundamental en los procesos de construcción de identidad de los gestores y de configuración de la gestión cultural. Como propone el colombiano Carlos Yáñez Canal, dicho autorreconocimiento “no está exento de una lucha simbólica entre las diferentes concepciones por definir una identidad legítima, es decir, por hacer valer una versión por encima de las demás entre los que conforman la comunidad de gestores” (2013, p. 143-144).
Desde los misioneros culturales de comienzos del siglo XX a los gestores culturales contemporáneos, ha habido distintas reformas administrativas y enfoques organizacionales, últimamente inspirados por las teorías de la gobernanza, el New Public Management y la planificación estratégica. La “gestión cultural” cubrió, como un paraguas, formas precedentes de la animación sociocultural, la promoción cultural, la mediación cultural, la administración cultural, bajo una etiqueta de adecuación modernizadora y de marca profesionalizante. La transferencia de conceptos, prácticas y políticas especialmente desde España interactuó con perspectivas latinoamericanas que dieron lugar a nuevas discusiones y encuadres.
En la intersección de las arenas activista, laboral, profesional y académica de la gestión cultural, se vienen desarrollando diversos procesos de normalización, de formalización y de autorreconocimiento, sin que prime una versión legítima acerca de aquella. Las universidades han contribuido a identificar miradas disciplinarias y debates, tanto como a visibilizar y legitimar en forma inédita la existencia de la gestión cultural. En esa misma activación, quienes cuentan con saberes del hacer y no poseen titulaciones académicas pasaron a ser nombrados como gestores culturales “empíricos”, “intuitivos”, suscitando la pregunta de por cuánto hay en ello de reconocimiento o de descalificación y despertando inquietudes acerca del diálogo de saberes. Esta conversación es fundamental para la buena formalización y la eventual profesionalización de la gestión cultural en la región.
Consideraciones finales
Existen diversos factores por los que la gestión cultural tiene mucho por delante: el capitalismo artístico actual como modo de producción, de circulación y de consumo de mercancías y de sueños y como constructor de subjetividades; la economización de la cultura como sector de rentabilidad y el desarrollo de industrias culturales, medios y nuevos medios como factores de comunicación y de simbolización/es; la politización de la cultura como arena donde se debaten perspectivas, proyectos y demandas sociales; el crecimiento de la forma ciudad, el principal artefacto humano y espacio preponderante donde se producen artes y cultura; la generalización de la enseñanza universitaria a sectores más amplios de la población, apuntando a la profesionalización de todo tipo de oficios y especialidades. Esta constelación es relativamente reciente y parece profundizarse. En la Argentina, según el Indec (2018), la Cuenta Satélite de Cultura registra para 2017 trescientos mil puestos de trabajo correspondientes a empleo cultural. En recientes declaraciones en Corrientes, el ex secretario de Cultura de la Nación, Pablo Avelluto, sostuvo que la cultura les da trabajo a cuatrocientas mil personas. Varios miles de estudiantes han realizado cursos de capacitación y de formación en gestión cultural, y continúan apareciendo nuevas propuestas formativas. Hay asociaciones y redes, integradas por gestores culturales, que muestran una concurrencia de iniciativas desde altos niveles institucionales y desde prácticas de base. Los sentidos de la gestión cultural son muy variados y cabe esperar una prolongación de disputas sobre tensiones cruzadas entre profesión y vocación, empleo y militancia, emprendimiento y activismo. A su vez, la figura del gestor cultural cuenta con cierto aval mediático que no necesariamente se traduce en profesionalización, pero muchos se consideran a sí mismos gestores culturales y esta identificación será la plataforma de nuevas perspectivas en contraste con las trayectorias reseñadas en este texto.
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Artículo publicado originalmente en el libro «Gestión Cultural en la Argentina«
Super interesante el post!!!