La debilidad de la institucionalidad cultural de Paraguay se ha acentuado en la crisis pandémica
Foto: Elton Nuñez.
En la ambivalente gestión política de la crisis por parte del gobierno paraguayo, la cuestión cultural está ausente, sea como tema, sea como eje transversal, y no hay señales de que su presencia sea convocada. Los derechos culturales están desatendidos, las minorías culturales siguen más abandonadas que antes, mientras que el heterogéneo sector artístico sufre las amplificaciones de desidias crónicas. El clientelismo, el prebendarismo, y el sectorialismo conforman un círculo vicioso prácticamente perfecto.
Las implicancias culturales de los efectos de la crisis
Como en todos los sitios del mundo, en Paraguay los efectos de la crisis están siendo severos o devastadores, en gran medida por la precariedad institucional y social. El efecto es relacional. Emerge y adquiere forma, magnitud, contenido y tonalidades según la interacción del virus con las condiciones locales.
En Paraguay, los números son elocuentes y solo son necesarios algunos ejemplos. Siete de cada diez personas que trabajan lo hacen en la informalidad, y se estima que, en el trabajo cultural, son nueve de cada diez. En ciertos campos como el actoral, el 100% trabaja de forma independiente.
Siete de cada diez mypimes también están en la informalidad. No se conocen datos oficiales sobre mypimes culturales. Solo dos de cada diez personas cuentan con seguridad social, en cuanto que, en el sector artístico, la ley vigente desde hace diez años no se ejecuta.
No existe un sistema de protección social pese a los ingentes fondos internos y externos movilizados desde más de una década. El déficit habitacional alcanza a 1.100.000 hogares por lo que la medida “quédate en casa” revela la naturalización de la desigualdad social en el país.
Incidencia en los procesos culturales.
El aislamiento social que cancela la aglomeración y la circulación de personas suspendió abruptamente los usos y las prácticas relacionados con modos de esparcimiento, recreación, fruición y consumo cultural. En todo el país se aplazaron paseos, canchitas y canchas, arroyos y balnearios, jardines y espacios públicos; clubes y shoppings, asados y veladas, fiestas patronales y eventos culturales, ceremonias y rituales; cines, teatros, conciertos, festivales y ferias.
El sector artístico es uno de los más golpeados. Se interrumpieron formas principales de relación, intercambio, exposición, circulación y distribución de bienes y servicios simbólicos, sea a través de circuitos mercantiles, tradicionales o comunitarios. Miles de artistas, gestores, productores, diseñadores y personas de múltiples oficios afines han cancelado totalmente sus actividades e ingresos. Como varios sectores, la quiebra, el endeudamiento y el hambre acechan a la mayoría de quienes, en el país, cultivan el territorio de los símbolos, los lenguajes, las representaciones y las formas.
El rezago de ciertas facetas acentúa la vulnerabilidad. Por ejemplo, en el sector teatral, es mínima la proporción de artistas que se dedica a la investigación y a la dramaturgia, así como es acotado el circuito de lectores.
Efectos en el cuidado y en las relaciones socioafectivas
El imperio de lo urgente —en un contexto institucional precario y devaluado institucionalmente— lo que hace es recrudecer el des-conocimiento de las diferentes formas en que se construye el sentido.
Impide, por ejemplo, atender la perturbación de las rutinas de crianza, de las formas de cuidado, de las relaciones socioafectivas y de las relaciones de género.
Los niños y niñas han perdido uno de sus espacios sociales vitales —la escuela—, y fueron obligados a restringir el juego; hombres y mujeres de la tercera edad viven la protección no como privación, sino como aviesa discriminación debido a un reduccionismo que coquetea con el autoritarismo.
Los frágiles órdenes familiares para el cuidado de miembros dependientes se han desordenado o se han roto, trasladándose sus costos a las mujeres que ya cargan sobre sus cuerpos un histórico patriarcado que, en los últimos años, se viene fortaleciendo a raíz de la connivencia entre el movimiento antiderechos y el sector político gobernante.
Se acentúa la negación de la diversidad
Grupos sociales y minorías culturales históricamente invisibilizados acrecientan las condiciones de vulnerabilidad como efecto de la crisis. Por lo general, carecen de escucha, interlocución, reconocimiento y atención, particularmente los pueblos indígenas, las personas con discapacidad, los migrantes, las personas de la tercera edad, las personas privadas de libertad y la comunidad afrodescendientes.
Algunos de estos sectores deben seguir cerrando calles para lograr algún tipo de respuesta. La mayoría no hubiese resistido sin la solidaridad ciudadana que se encarga de compensar la ausencia o la ineficacia del Estado.
Sí, es cierto que la pandemia amenaza a todos por igual, pero no es cierto que sus efectos afectan a todos de la misma manera. Desiguales, diferentes y desconectados los resienten de forma más severa.
El mito de la conectividad
También se ha desmontado el mito de la conectividad en el país, evidenciando de forma cruda la brecha digital, tanto a nivel de acceso a recursos tecnológicos, como de competencias y usos.
La conectividad en Paraguay es una de las peores de Sudamérica. Solo una minoría en el país cuenta con condiciones objetivas y subjetivas para el teletrabajo y las clases virtuales. La mitad de los hogares no tiene acceso a internet fijo, y, aunque casi toda la población tiene celular, el acceso a internet es limitado. Se calcula que solo el 50% de la población urbana y el 20% de la población rural pueden pagar el costo promedio de los paquetes de datos (El Surtidor, EPH, 2018).
La conectividad realmente existente evidencia varias de las propuestas improvisadas del gobierno, como la proveniente del Ministerio de Educación que, desorientado con la pérdida del aula, busca un molde donde encajar el esquema y la inercia escolar. Allí su límite. Al reducir la educación a una de sus formas históricas de realización, la escuela, queda evidenciada la incapacidad de pensarla en el de devenir de la diversidad, la incertidumbre y la vida vivida.
La debilidad de la institucionalidad cultural de Paraguay se ha acentuado
La institucionalidad cultural en Paraguay sufre un franco retroceso en los últimos tres años. La crisis vino a desnudar esa debilidad y sus efectos tienden a acentuarla.
A inicios de marzo del 2020, cuando la epidemia emergía en el país, un grupo de artistas, intelectuales y gestores, publicó un comunicado denominado «Cultura Causa Nacional», llamando la atención sobre el mal desempeño del actual Ministro de Cultura, cuestionándosele, entre otros aspectos, la desidia en la protección del patrimonio cultural, la carencia de un Plan Nacional de Cultura con metas, plazos y responsables, y el déficit de liderazgo conciliador en temas gravitantes que requerían diálogo y concertación (e. g. Creación del Instituto Nacional del Cine y la Conmemoración del Sesquicentenario de la Epopeya Nacional).
La iniciativa, que recibió una inusitada adhesión y logró despertar la fugaz atención del Ejecutivo Presencial, advertía que, de no revertirse el curso de la gestión cultural, la problemática cultural en el Paraguay seguiría agravándose.
El cuadro de emergencia en que se encuentra el patrimonio cultural, el recrudecimiento de la intolerancia y la discriminación, la agudización de la desigualdad social para la creación y el acceso a bienes y servicios simbólicos, la profundización del etnocidio cultural de los pueblos indígenas y el desplazamiento de los lazos simbólicos que articulan la nación por el miedo, la inseguridad y la violencia (Cultura, Causa nacional, 2020).
Lo cultural no existe como tema en la agenda política de la crisis pandémica.
Está ausente en el debate de las medidas de ayuda a la mypimes, hecho llamativo cuando varios exponentes del gobierno celebran la priorización de la llamada economía naranja. Ninguno de los subsidios que están siendo ejecutados cuenta con una articulación y transversalización desde la perspectiva cultural. En los dificultosos recuentos de poblaciones que viven en situación de vulnerabilidad o poblaciones de trabajadores en situación de informalidad, no se conocen cifras globales de artistas, gestores culturales, artesanos, productores o emprendedores.
La crisis evidencia la carencia de un «mapa cultural» en el gobierno. No hay visión de conjunto. No hay visión estratégica. No hay visión nacional.
El Consejo Nacional de Cultura (CONCULTURA), presidido por el Ministro de Cultura y que reúne a instituciones públicas y representaciones de organizaciones de la sociedad civil, no ha realizado ninguna sola reunión desde que comenzó la pandemia en el país, hecho grave habida cuenta de la dispersión institucional y del sectorialismo imperante en los grupos artísticos y el débil o nulo reconocimiento de minorías culturales o la academia con el campo cultural.
En efecto, la dispersa institucionalidad cultural acentúa progresivamente su fragmentación.
La Secretaría Nacional de Cultura, órgano articulador de las políticas culturales, tampoco ha convocado ningún frente interinstitucional entre las más de diez instituciones del nivel central del Estado relacionadas con el campo, a saber: la Secretaría de Políticas Lingüísticas; el Fondo Nacional de Cultura y las Artes; la Dirección Nacional de Propiedad Intelectual; el Instituto Paraguayo de Artesanía; el Ministerio de Tecnologías de la Información y la Comunicación; la Televisión Pública; la Secretaría Nacional de Turismo: el Instituto Nacional del Indígena; el Ministerio de Industria y Comercio; y el Ministerio de Obras Públicas y Comunicaciones.
El eventismo o la lógica de promover acciones puntuales sin estar articuladas a procesos más complejos, regulaciones o estrategias de amplio alcance temporal y territorial, se fortaleció durante la crisis.
La distribución de kits de alimentos a sectores artísticos fue promovida como una medida principal por parte de la Secretaría Nacional de Cultura y otras instituciones culturales, cuando no se corresponde con sus funciones naturales.
Las medidas más concretas constituyen las convocatorias públicas para financiar proyectos culturales y el apoyo para la difusión de acciones performativas de artistas a través de medios digitales. En un caso, la asignación de recursos no se corresponde con la envergadura de la crisis, y, en el otro, se trata de una acción voluntarista si es que no se afrontan cuestiones de fondo: la regulación de la propiedad intelectual, del trabajo del artista y de la seguridad social; así como la inexistencia de una estrategia de circulación en los diversos medios de comunicación, fruto del divorcio de las políticas de comunicación y las políticas de cultura.
El debilitamiento de la institucionalidad cultural se transmuta en amenaza en un contexto en el cual la burocracia pública está siendo cuestionada por la cronicidad de su inoperancia y por cobijar privilegios propios de un Estado patrimonialista. En el marco de la convocatoria a lo que el gobierno llama «Reforma del Estado», emergen rumores de subsumir la Secretaría Nacional de Cultura a otra institución retrocediendo en lo que, en su momento, fue una conquista histórica.
Esta institución —así como otras del nivel central— está envuelta en una gran contradicción porque está definida como un órgano estratégico, pero, en la práctica y desde su práctica, se ubica en una posición operativa. La misma contradicción se reproduce, con pocas variaciones conceptuales, en todas las gobernaciones y las municipalidades, poniendo en cuestión la descentralización de la gestión cultural y el sentido de la institucionalidad cultural en Paraguay.
En estas circunstancias, no resulta extraño que la cuestión cultural ocupe una posición marginal en el marco de las misceláneas de las políticas públicas del Paraguay. Ni siquiera hace parte de las políticas sociales, de por si marginal en un modelo de desarrollo basado en el economicismo.
Tampoco resulta extraño que no sea parte de la agenda política de la crisis pandémica. Aquella idea de la transversalidad de la cultura que abraza una noción que va más allá de las artes y el folclore, tan bien planteada en la Ley Nacional de Cultura, sigue siendo un proyecto.
La transversalización requiere visión estratégica, planificación de largo plazo, metodología, información, dispositivos de diálogo, relatos colectivos, una simbología que cohesione y acumulación política y social.
En otras palabras, la transversalización es una práctica, se la ejerce, no se la evoca.
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