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Las políticas culturales forman parte de una trama de acciones por parte del Estado, la comunidad y las instituciones civiles, inscriptas en diferentes propuestas o modelos de país. Una política cultural que apunte a garantizar el derecho de acceso a la cultura implica pensar la mediación cultural como una estrategia de transformación social y construcción de ciudadanía. En esta idea, la mediación cultural como forma de acción política habilita y activa nuevos procesos de encuentro, socialización y generación de entramados entre lo cultural, lo artístico y la vida cotidiana.

Hablar de mediación puede sonar a estar en el medio y por supuesto que algo de eso hay. Se trata de una combinación entre estar en “el medio de” y reconocerlo como “un medio para”. Ubicados en el medio “de” y “para”, se produce un encuentro entre las partes, una conversación y una transformación.

La mediación cultural implementa estrategias de comunicación, educación y participación que propongan encuentros diversos a través de la cultura y las artes. Toma de la pedagogía herramientas para crear nuevos canales de diálogo e intercambio que estimulen procesos colectivos e individuales de búsqueda, reflexión y construcción de conocimiento. A la vez, que desde la comunicación piensa a los públicos como sujetos activos que ponen en juego sus propios imaginarios, vivencias e intereses.

En su vasto campo de acción, la mediación cultural teje y se desarrolla sobre una red que implica necesariamente de distintos actores culturales: instituciones públicas, privadas y de la sociedad civil. A través de estrategias de negociación y encuentro, se tienden los puentes que unen, deconstruyen las fronteras y disuelven las distancias, generando nuevos procesos colectivos.

El mediador es quien tiene la difícil tarea de construir nuevas narrativas que interpelen desde las experiencias personales de los sujetos y desnaturalicen los imaginarios. Es un generador de procesos, que propone preguntas, incentiva respuestas, propicia relaciones y abre significados en torno a la cultura. Desde distintos estímulos, invita a vivenciar la cultura como un espacio para la exploración, la creación y la recreación. Una propuesta dialógica que incorpora la diversidad de visiones y hace al ciudadano protagonista para estimular su capacidad crítica.

La antropóloga francesa Michelle Petit define a los mediadores como aquellos que proponen un espacio diferente en el cual entrar en sintonía con el mundo sea a través de la lectura, el teatro, la danza, los museos, la música, la ciencia o cualquier otra expresión de la cultura. Esta idea romántica es central en la mediación cultural ya que implica necesariamente un abordaje no sólo intelectual sino también sensible, emocional y alimentado por un amplio registro del otro.

Muchas veces la vinculación desde lo sensible suele ser lo más fácil de pensar y lo más difícil de ejecutar ya que hay un doble miedo que atravesar. Por un lado, la sensación de inseguridad del mediador a la hora de construir intelectualmente, alimentado por distintos autores e insumos, una nueva narrativa que vincule las expresiones culturales desde perspectivas interdisciplinarias, a la vez que se enfoque en el perfil de los distintos públicos. Luego, en la práctica, animarse a su puesta en escena que requiere un aprendizaje narrativo, además de poner el cuerpo y la voz. Por otro lado, el miedo que puede tener el público, pensando en nuevos públicos (resumidamente aquellos que no frecuentan o se vinculan con determinadas propuestas culturales), de animarse a apropiarse y decodificar esas expresiones desde sus propias historias y saberes.

En este punto, a partir de las ideas del pedagogo brasilero Paulo Freire, podemos pensar al mediador como un educador que asume la responsabilidad de superar sus propias inseguridades para ser capaz de revivir sus lecturas, transmitirlas y estimular la curiosidad del estudiante al crear en él significaciones. Esto sólo es posible si se propone como un espacio democrático donde hablarle al público y con el público, en un intercambio de experiencias y saberes.

El rol del mediador siempre es un rol político, desde el cual se piensa el poder en términos de “poder hacer” y para eso hay que empoderarse y empoderar. Para empoderarnos, es necesario sentirnos parte, sentir que con nuestras propias herramientas podemos participar, opinar, reflexionar sobre aquello que muchas veces es desconocido, que incluso se siente lejano e inaccesible. La mediación cultural implica empoderar a los ciudadanos en sus propias potencialidades con una mirada crítica que active nuevos posicionamientos y en consecuencia nuevas formas de acción.

En estos tiempos difíciles en los que se reducen las políticas públicas en cultura, los actores de la sociedad civil: organizaciones, centros culturales, gestores, artistas, comunicadores, militantes socioculturales y todo aquel que así lo sienta, tenemos la enorme responsabilidad de asumir el desafío y sostener acciones que propongan instancias de mediación a través de diferentes proyectos articulados en red, que den voz y participación a la ciudadanía, ofreciendo nuevas instancias de encuentro y oportunidades.

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