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Nota del traductor

En el contexto político que atraviesa nuestra América, podría pensarse que una reflexión sobre la dimensión terminológica en el campo de la gestión cultural carece de relevancia, a partir de los retrocesos en materias mucho más tangibles y urgentes que viene atravesando la región a partir del ascenso de las viejas derechas tributarias de poderes extranacionales.

Sin desconocer esto, tomamos la decisión de publicar este artículo de la académica alemana Raphaela Henze junto al equipo editor de RGC por dos motivos: por un lado, para incursionar en la difusión de investigaciones de otras latitudes, que no suelen llegarnos en nuestro idioma; por el otro -y con mayor importancia- por el hecho de que este trabajo se inscribe en un esfuerzo colectivo por parte de colegas del Norte global de repensar el campo disciplinar en función de las relaciones de poder que en él se establecen, reproducen o articulan, para aprender cómo revertirlos.

Tuve la posibilidad de conocer personalmente a la autora en la última reunión de la Red Brokering Intercultural Exchange en noviembre de 2018 en Berlin, y encontrarme con un grupo amplio en nacionalidades, antecedentes e intereses trabajando colectivamente por denunciar los mecanismos de opresión vigentes en la discusión de la cultura y su gestión. Colegas galeses, turcas, alemanes, norteamericanas y españoles intentando encontrar ciertas claves que permitan poner a la gestión cultural a interpelar el sentido común que estructura inequidades que merecen ser anuladas urgentemente.

A partir de la capacidad de incidencia política que estos colegas operando en “el centro” puedan desplegar podemos (de)construir con mayores perspectivas de impacto la colonialidad del saber que opera en los circuitos artístico-culturales, en la lógica endogámica -y desvinculada de los procesos políticos, históricos y sociales- que el circuito institucional tiende a reproducir. Por esto asumimos la responsabilidad estratégica de tender puentes y trabajar en los intersticios que el sistema nos permite en pos de un horizonte de justicia social, cognitiva, y simbólica. He aquí, entonces, el trabajo de Raphaela.

Federico Escribal

Como el lenguaje y la terminología del campo de la gestión cultural perpetúan la desigualdad

Este artículo trata sobre los mecanismos de poder inherentes en nuestros sistemas epistemológicos, enfocando particularmente en la utilización de determinada terminología en la práctica de la gestión cultural. La discusión propuesta explorará dos dimensiones de la utilización del lenguaje: en tanto lengua materna de los gestores así como a la terminología profesional. El trabajo refleja los aprendizajes adquiridos junto a Victoria Durrier en el marco de la construcción de la red internacional de investigación Brokering Intercultural Exchange desarrollada los últimos dos años. De este modo, el texto procura particularmente identificar los puntos ciegos o débiles, en la construcción de metodologías de participación, pudiendo ser el comienzo de un proceso de mayor alcance que procure superar inequidades e incomprensiones en el terreno terminológico de nuestra disciplina.

I. Idioma

Durante las cinco reuniones que la red sostuvo hasta el momento, el lenguaje y la cuestión terminológica emergieron como cuestiones clave. No obstante, tras dos años de intensas y fructíferas discusiones con colegas de más de 20 países y con diversas lenguas maternas, reconocemos que nuestra literatura y recursos no solo están dominadas por el uso del inglés, sino que también son producidas mayoritariamente por investigadores y gestores de lo que -confusamente- hemos venido llamando el ´norte global´. En consecuencia, la pregunta que subyace es cómo desafiar este canon de prevalencia geopolítica. Una ´reorientación´ es necesaria y urgente (Liu, 2015).

Aun siendo adecuadas hasta cierto punto para comenzar discusiones internacionales, la presencia constante de las narrativas del ´Norte global´ en los debates sobre la gestión de la cultura y el arte, permanecen sin ser adecuadas a las realidades de diferentes situaciones mundiales (de Sousa Santos, 2014; Henze, 2017a: 80). Ahora el dilema que se presenta es ¿cómo podemos cuestionar estructuras de poder mientras operamos dentro de ellas? La prevalencia del inglés -especialmente en el campo de las artes y la cultura a nivel internacional- no es simple de desandar. A pesar de esto, hicimos el esfuerzo en el marco de nuestra investigación para alcanzar aquello que Victoria Durrer ha llamado las ´voces escondidas´, no por estar inactivas, porque realizan gestiones de gran valor en sus respectivos países, sino por no haber participado aún de discusiones y de la construcción del discurso en la arena internacional. No obstante, más allá de estos esfuerzos, extender nuestra escucha para captar esas ´voces´ se ha demostrado particularmente difícil.

Complementariamente a la falta de recursos económicos y a determinadas dificultades políticas en diferentes países -y particularmente en el ´Sur global´- creemos que existe una barrera idiomática. Conocemos increíbles trabajos tanto de académicos como de gestores en lugares diversos que aún no han sido traducidos y -en consecuencia- no han podido ser leídos (o accedidos) más allá de una audiencia relativamente limitada. El conocimiento, en nuestra disciplina, es -en consecuencia- limitado y parcial, presentando enormes inequidades. Colegas operando en sus idiomas maternos podrían proveer nuevas perspectivas a debates recientes sobre el impacto social de las artes y la cultura, por ejemplo.

Que el lenguaje no es solo transmisor de información es largamente conocido. Cómo el inglés conquistó el planeta no requiere mayores explicaciones en este punto. Solo debemos subrayar que para mucha gente seguramente no es un lenguaje ´inocente´ sino uno al que fueron forzados. Como gestores culturales ¿somos cómplices al usar un lenguaje con tanta tradición de privilegios?

Las competencias lingüísticas son clave para profesionales de la gestión cultural en el registro internacional, y sería ventajoso si éstas pudieran ir más allá del inglés (Henze, 2017 b: 78). Si tan solo hablamos un idioma, siguiendo a François Jullien (2018: 55), perderíamos la habilidad de reflejar nuestras realidades, progresivamente estandarizándonos. En consecuencia, nuestra comprensión de la realidad correría el riesgo de estereotipificarse. Babel -en oposición- es una chance para nuestra imaginación y creatividad al pensarnos.

Dado que no es realista -para la mayoría de los gestores culturales- la posibilidad de manejar fluidamente más de uno o dos idiomas, la prevalencia de uno dominante es, como ya mencionamos, una condición difícil de modificar en el campo. No obstante, algunas cuestiones merecen nuestra atención:

1. Los organismos de financiamiento de la cultura deben tomar con mayor sistematicidad políticas de traducción (Jullien, 2018: 92). Necesitamos con urgencia más apoyo (y con menos burocracia) para que los académicos y gestores no-angloparlantes lleguen a una audiencia más amplia.

2. En las redes internacionales nos limitamos a publicaciones y recursos en inglés con demasiada frecuencia, en función de encontrar un territorio lingüístico común. Esto constituye una contradicción. No podemos intentar construir lazos interdisciplinarios a nivel internacional mientras excluimos experiencias valiosas en nuestras investigaciones.

3. En Brokering Intercultural Exchange decidimos tomar cartas en el asunto y difundir activamente entre nuestros miembros nuevas publicaciones en español, francés, alemán o mandarín, por ejemplo.

4. Requerimos mayores habilidades lingüísticas en la formación de gestores culturales. Mientras que en Alemania -por ejemplo- la formación en otras lenguas es obligatoria, ciertas clases se dictan obligatoriamente en inglés en varias instancias, e incluso algunas están disponibles en español, francés o mandarín, el escenario es muy diferentes en Estados Unidos de Norteamérica o Inglaterra, y si bien esto puede deberse a que una parte de los estudiantes ya tienen el inglés como segunda lengua, también puede estar expresando una baja valoración por el desarrollo de un interés, comprensión y empatía con otras culturas.

II. Terminología

En el terreno terminológico, la cuestión se pone aún más complicada. Podríamos estar -involuntariamente- usando términos anacrónicos, o incluso políticamente incorrectos. Podríamos incluso estar usando términos con distintas acepciones en otro contexto o idioma, simplemente por el hecho de no estar familiarizados con la cultura a la que están asociados (Henze, 2017b: 157). También podría darse el caso de que todos coincidamos en determinado término pero que aún entendamos de él diferentes acepciones. En Alemania, por ejemplo, hemos experimentado una veloz mutación en la terminología asociada a los procesos migratorios, siempre bajo la premisa de ser políticamente correctos, incluso al punto de paralizarnos en ciertas circunstancias por no saber nombrar de una manera adecuada determinados fenómenos. Estoy personalmente a favor de usar los términos de una manera radical: reemplazar un término puede ser útil pero no bastar para cambiar los preconceptos y subjetividades, y son justamente éstas las que tienen que ser abiertamente cuestionadas.

Para dar ciertos ejemplos de los desafíos vinculados a la terminología:

1. Diversidad se ha convertido en un concepto de moda, utilizado en diversos ámbitos del campo de la gestión cultural. Recientemente participé de una conferencia en la que recién al segundo día los participantes reconocimos que lo que comprendíamos por diversidad variaba profundamente. Mientras algunos entendían que el único eje del encuentro era la cuestión migratoria, otros portaban una concepción más amplia, y pretendían discutir tópicos vinculados a la comunidad LGBTQ, por ejemplo.

2. Junto a algunos colegas, aplicamos para financiamiento de la Comunidad Europea para proyectos que nos interesa desarrollar en los próximos años. En la convocatoria, la CE usaba el término inmigración, que varios de nosotros dudamos sea un concepto adecuado en pleno siglo XXI. Términos como éste -otro podría ser inclusión- son utilizados estratégicamente, y seguramente con buena fe, pero tienen que ser debatidos, dado que el reemplazo de una palabra por otra no implica necesariamente la convención en las sutiles implicancias políticas.

3. Acuñado inicialmente por Welscft (1999), el término transcultural ha tenido recientemente un notable resurgimiento en Alemania, en tanto es utilizado para sobrellevar ciertos límites atribuidos a la noción de interculturalidad (Henze, 2017b: 10). Mientras que intercultural porta un carácter proyectual y en consecuencia un impacto a largo término más limitado, transcultural refiere con mayor énfasis a procesos de largo plazo. Dentro de la Red ha sido dificultoso coincidir en la acepción de este término, que aún suena extraño -o apenas familiar- para muchos colegas del ámbito internacional. He llegado a comprender que los gestores culturales del ámbito estadounidense han peleado tanto y por tanto tiempo para implementar la noción de lo intercultural en sus agendas, que no están dispuestos con facilidad a abandonar este término, aunque comprenden la diferencia en relación a los términos transcultural y multicultural. Desde Inglaterra, Tariq Modood (2017) debate con elocuencia la distinción entre inter y multicultural. En Alemania, así como en otros países europeos, el término multiculturalismo, fuera de uso desde hace varios años, tiene una connotación diferente (y más negativa), concerniente a la convivencia, a diferencia no solo de los Estados Unidos sino también a Inglaterra (Henze, 2017b: 10). Como explica Robertson (2016), si bien dentro de Europa existen ideas diferentes sobre qué constituye multiculturalismo, la referencia en términos generales refiere a un concepto histórico cuestionable sobre la coexistencia de diferentes culturas dentro de un mismo país, sin involucrarse en un diálogo con significancia, aún en paz y con autonomía.

4. Este ejemplo de diferentes usos y comprensiones frente a términos clave nos lleva al último ejemplo: investigando sobre el impacto de la globalización en la gestión cultural a nivel mundial hace un par de años, utilizamos un cuestionario en inglés. En varias de las respuestas se evidenció que -pese a la buena intención- algunos de los gestores se sintieron incluso ofendidos por el uso de algún término en particular (Henze, 2017b: 157).

Entonces ¿qué podemos tomar de todo esto? Queda claro que dentro de los márgenes disciplinares, el uso terminológico tiene que quedar clarificado (Williams, 1988: 91). Trabajos como los de Williams (1998) o Benett (2005) han servido indudablemente a establecer estándares. A lo largo de los últimos cinco años de trabajo en red, hemos vivenciado la aparición de nuevos términos y transitado la discusión interna sobre los mismos, que algunos de los miembros y participantes de nuestras actividades expresan la necesidad de consolidar en un glosario. Tentador como aparece encontrar una definición en la que todos podamos coincidir, resulta irreal -y hasta peligroso, quizá- hacerlo. El riesgo radica no solo en la vertiginosa velocidad con la que los términos van mutando su significación (v.g. los términos empoderamiento, inclusión, migración, o activismo no aparecen en el mencionado libro de Benett), sino en que representaría ni más ni menos que epistemicidio. El mencionado trabajo de Williams, por caso, es enteramente europeo. Las narrativas de otros lugares del mundo pueden no estar necesariamente oprimidas, pero siguen sin estar presentes ¿No es acaso el intercambio intercultural considerado como una fusión y troca de conocimiento que van más allá del rango de aquello que es percibido como familiar? ¿No es acaso el espinel y solapamiento de significados que es significante (Williams, 1988: 91)? ¿No es justamente la comprensión de porqué un término es utilizado de una manera distinta (o no) en un contexto diferente?

¿Será que la parte más interesante de este debate es sobre comprender contextos, historias y tradiciones que llevan al uso o no uso de determinada terminología? En consecuencia, en mi opinión, no precisamos de una definición unificada de términos, sino una colección de los diferentes significados de las palabras clave en nuestro campo e investigar en consecuencia sobre las razones de las diferencias en sus acepciones.

En este momento, diversos colegas de la red están contribuyendo a esta colección acercándonos sus definiciones y compartiendo sus ideas, pensamientos y sentimientos en relación a palabras como gestión transcultural de las artes, inclusión social, equidad, poscolonialismo e impacto social.

El producto de esta investigación, que pretendemos compartir con estudiantes de la gestión cultural, estará disponible en la página web de Brokering Intercultural Exchange.

El artículo original fue publicado en inglés en: https://www.artsmanagement.net/dlf/5680ecf0035b864c3a10f90c6c2502ab,1.pdf


Bibliografía

Bennet, T., Grossberg, L., Morris, M. (2005): A Revised Vocabulary of Culture and Society, Wiley-Blackwell.

De Sousa Santos, B. (2014): Epistomologies of the South. Justice against Epistemicide, London: Routledge.

Henze, R. (2017a): Why we have to overcome paternalism in times of populism, in: Dragisevic Sesic, M. (ed.): Cultural Diplomacy.

Arts, festivals, and geopolitics. Belgrade: University of the Art Belgrade, 73–87.

Henze, R. (2017b): Introduction to International Arts Management. Wiesbaden: Springer VS.

Jullien, F. (2018): Es gibt keine kulturelle Identität, 3. Edition, Berlin: edition suhrkamp.

Liu, J. (2014): ReOrienting Cultural Policy. Cultural Statecraft and Cultural Governance in Taiwan and China, in: Kim, L., Lee, H.K. (Eds.): Cultural Policies in East Asia. Dynamics between the States, Arts and Creative Industries. London: Palgrave-Macmillan, 120 –138. Modood, T. (2017): Intercultural Public Intellectual Engagement, in: Mansouri, F. (ed.): Interculturalism at the Crossroads. Comparative Perspectives on Concepts, Policies and Practices, Paris: UNESCO, 83–102.

Robertson, R. (2016): Global Culture and Consciousness, in: Robertson, R. /Buhari-Gulmez, D. (eds.): Global Cultures. Conscious- ness and Connectivity, Ashgate: Burlington, 5–20.

Welsch, W. (1999): Transculturality. The Puzzling Form of Cultures Today, in: Featherstone, M., Lash, S. (eds.): Spaces of Culture. City, Nation, World, London: Sage, 194–213.

Williams, R. (1988): Keywords. A vocabulary of culture and society. London: Fontana Press

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