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Por los pasillos de la cumbre. Crónica desde la Mondiacult 2022.

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Del 28 al 30 de septiembre se realizó en México la Conferencia Mundial de la Unesco sobre Políticas Culturales y Desarrollo Sustentable – MONDIACULT 2022; cuarta en su tipo en la historia del organismo y reedición de la célebre MONDIACULT de 1982, también realizada en la gran nación mesoamericana. En esta ocasión se dieron cita presencial delegaciones de más de ciento cincuenta países, más la participación de numerosos Estados por vía digital; a lo cual se sumaron un medio centenar de organismos internacionales no gubernamentales, académicos y de la sociedad civil, tales como el International Council on Monuments and Sites (ICOMOS), la Organización de Estados Iberoamericanos (OEI) o el National Endowment for the Arts (NEA).

La ocasión sirvió para reafirmar la convicción de que la cultura puede, y debe, ser un factor estratégico de desarrollo, tal como lo viene propiciando la Unesco desde hace cuatro décadas, y en específico del desarrollo sustentable, horizonte programático de todas las organizaciones de Naciones Unidas. En este sentido, la voz que unifica es la que reclama la incorporación de la cultura entre los Objetivos del Desarrollo Sostenible (ODS) de la ONU, los más radicales reclaman la incorporación inmediata a los ODS, mientras que los más realistas plantean crear las condiciones para su incorporación en la agenda post 2030.

En línea con lo anterior y en un sentido más genérico se hizo hincapié en la necesidad de que la agenda de las políticas culturales construya vasos comunicantes con la agenda medioambiental, y en particular se puso énfasis en el tema del cambio climático y sus implicaciones. Una coalición de pequeños estados insulares del Pacifico Sur manifestó su particular preocupación en este sentido, dado que algunos de ellos se elevan apenas unos tres metros sobre el nivel del mar, lo cual los está llevando ya a plantearse la necesidad en el mediano plazo de la relocalización de sus poblaciones.

Unánimemente, organización y Estados miembros coincidieron en que la pandemia de COVID-19 dejó en evidencia la vulnerabilidad de los artistas y productores culturales, y se conminaron a la necesaria tarea de mejorar las condiciones laborales y de la seguridad social de quienes participan de este sector. Interesante resultó el aporte del Delegado alemán, que propuso retomar la noción de comercio justo para hablar de una cultura justa.

El cuestión de la restitución de bienes patrimoniales que, ya fuera por el expolio de las potencias coloniales en los últimos siglos o el tráfico ilícito en el presente, se encuentran hoy en lugares que no son los originarios, fue parte de la agenda de temas tratados; un problema tan antiguo como la Unesco misma, que muestra avances, aunque no tan profundos y veloces como las naciones expoliadas pretendieran, como lo dejó en claro la intervención de la Delegada de Grecia.

El eslogan de la Conferencia fue “la cultura como bien público global”. Es esta, la de bien público global, una categoría que las Naciones Unidas viene impulsando en la última década, sobre la cual no existe aún un consenso claro, pero que claramente remite a bienes que todos las sociedades requieren para su sustento y desarrollo, pero que a la vez no pueden garantizarse por sí solas en el actual contexto global; la reciente experiencia de la necesaria cooperación del sistema internacional para paliar la crisis sanitaria por la pandemia de COVID-19 es un claro ejemplo de que la salud es un bien público global. La aspiración de la Unesco es que la cultura sea reconocida bajo esta categoría, lo cual puede tener implicaciones en el campo del derecho internacional.

Resulta llamativo que el tema de la transformación tecnológica estuvo en la agenda a partir del planteo de numerosos estados miembros, pero no así por la Unesco misma. La digitalización (tal el concepto más recurrentemente apelado) fue tema central de las exposiciones de los delegados de Naciones que uno imagina en la vanguardia tecnológica, como China o Corea del Sur, pero también lo fueron de estados como Egipto o Chipre, cuyo delegado planteó la muy interesante idea de conjugar la “inteligencia artificial” con la “inteligencia ancestral”.

La acaso excesiva armonía de la Conferencia estuvo dada por los esperables chisporroteos entre Rusia y los Estados Europeos y Estados Unidos en torno al tema del conflicto en Ucrania. En su exposición, el delegado ruso denunció que la cultura rusa estaba siendo discriminada en el mundo en la medida en que sus creadores veían dificultada su tarea por fuera de sus fronteras, a lo cual los delegados de Alemania y Gran Bretaña respondieron con la nómina del impacto cultural que la invasión habría generado en suelo ucraniano. Similar situación se dio en el cierre de la conferencia.

Hacer generalizaciones siempre resulta un terreno resbaladizo, máxime cuando por la dinámica misma de exposiciones paralelas que tuviera la Conferencia resultara imposible escuchar todas las voces. Podemos sí afirmar que: muchas exposiciones se diluían en la intrascendencia de relatar sus experiencias locales; muchas apelaban a generalizaciones de manual; numerosas eran también las que apostaban por el potencial económico de la cultura, sobre todo entre países pobres de África, al punto que el delegado de Zambia se proponía intensificar la “monetización de las ceremonias”; los ya mencionados países insulares de la Polinesia, a los que se sumaban estados del Caribe por esos días asolados por el huracán Ian, hicieron énfasis en el vínculo entre cultura y crisis climática.

En un tono monocorde, y por momentos hasta somnoliento, algunas voces latinoamericanas dieron la nota destacada. La delegada de Chile propuso la necesaria transversalidad de la cultura en relación a los problemas públicos. Las representantes de Colombia y Bolivia patearon el tablero. La Ministra colombiana se refirió a un “malestar en la cultura” resultado de un relato único que ve la misma como un recurso económico, proponiendo recuperar la capacidad transformadora de la cultura y no solo su “valor de compra-venta”, apelando recurrentemente a la idea de una “cultura de la vida”. En tanto que la delegada boliviana fue la única que habló de “dominación cultural” y del desarrollo como una matriz etnocéntrica para procurar el bien común, que puede, y debe, entrar en diálogo con otras propuestas como la del buen vivir.

Obviamente hubo algunos silencios esperables. La crisis ambiental es reconocida unánimemente, tanto como la necesaria cooperación internacional para afrontarla; pero no se habla de responsables, tal como sucede con los asteroides de las películas, que vienen en rumbo de colisión con la tierra, ¿a quién culpar?; solo la delegada de Jamaica, quien no pudo estar presente por el huracán Ian, habló de que sus países (los del Caribe) se ven afectados por el cambio climático en una proporción mucho mayor que su propia contribución a generarlo. Otro gran silencio resulta de la ausencia de reflexión sobre la potencial dimensión negativa de la cultura misma, el “tono salvífico” (tomamos la expresión de Eduardo Nivón Bolán) sigue siendo el dominante, la cultura “sirve”, por ejemplo, para luchar contra el racismo o el patriarcado, pero no se dice con suficiente claridad que el racismo o el patriarcado son fenómenos culturales, solo del delegado de Malawi pudimos escuchar que “no debemos estar bajo la ilusión de que la cultura es buena”, debemos de problematizarla.

La Conferencia fue el punto de meta de un trabajo mancomunado de la Unesco y de México que tomó varios años. Pero más que eso, es el punto de partida de un trabajo que demandará tal vez varias décadas. Las declaraciones no son sino hipótesis, conjeturas de un potencial de la cultura, pero que serán necesarias poner a prueba. Así por ejemplo, tal como al llamamiento de la MONDIACULT ’82 por alinear los intereses del sector cultural y el desarrollo, sucedió un largo proceso de validación (indicadores de generación de empleos culturales, de aportes al PBI, cuentas satelitales, etc.), la MONDIACULT ’22 solo nos deja la idea de maridar cultura y medio ambiente, se viene un largo camino para contestar la pregunta con al que todos nos fuimos ¿Cómo lograrlo?

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