¿Una ciudad que promueve lo común o una ciudad que prioriza la especulación?
Buenos Aires, capital cultural.
El tango, los carnavales, la gastronomía, el arte, la música, los teatros, el Colón, los centros culturales, las canchas de fútbol, y un sinfín de rasgos distintivos son los que constituyen a la Ciudad de Buenos Aires como una referencia cultural ineludible y una capital cultural en el mundo.
En términos económicos por ejemplo el tango es el principal motivo de afluencia de turismo interno y externo de esta ciudad y las industrias culturales representan una buena parte de los ingresos de lo ésta produce.
A su vez, Buenos Aires es la ciudad con más librerías por habitantes del mundo, y fue reconocida como Capital Mundial del Libro en el año 2011 por Unesco. En esta tradición literaria se inscriben grandes escritores, desde Borges y Marechal a Sergio Olguin y Mariana Enriquez.
Pero muchas veces se pone el énfasis en un solo tipo de producción cultural: refiriéndose al teatro como algo restringido a la calle Corrientes o pensando al patrimonio como algo propio de los monumentos que se encuentran de la Avenida Rivadavia hacia el norte. La multiplicidad y diversidad cultural que aloja esta ciudad es donde radica su distintivo y riqueza. No es solo la calle Corrientes, son los cientos de teatros independientes, grupos de teatro comunitarios que laten en cada barrio abriendo sus puertas y poniendo a su comunidad en el centro. Y vaya si hay patrimonio tangible e intangible en el sur de la ciudad.
Son los espacios culturales autogestivos, independientes, comunitarios (bibliotecas, milongas, teatros independientes, centros culturales) los que habilitan lo común. Un puente para artistas y un espacio de encuentro, formación y disfrute de vecinos y vecinas. El encontrarse, eso que hoy en día con tanta pantalla mediando, parece tan difícil.
Estos espacios culturales son los que tejen trama comunitaria en cada uno de los 48 barrios que tiene la ciudad distribuidos en sus 15 comunas. Y en momentos de crisis económica como la que atravesamos hoy en nuestro país, cumplen un rol social fundamental. Son espacios donde la sociedad se forma, se organiza y se dispone a construir estrategias conjuntas ante las dificultades.
Un modelo de ciudad que prioriza la especulación.
Pero son estos espacios los que enfrentan una constante amenaza de expulsión en procesos de gentrificación. En barrios como Palermo, el fenómeno se agudiza. La cultura compite con los negocios inmobiliarios. No es difícil darse cuenta quien va ganando.
El modelo urbanístico del PRO (fuerza política que gobierna hace 18 años la Ciudad) tiene entre sus objetivos explícitos la multiplicación del valor del suelo. Esto resulta en una exagerada especulación inmobiliaria, que promueve la construcción de viviendas de lujo que funcionan como reserva de valor y que desplaza a la población original de los barrios que no puede afrontar el encarecimiento. Parte de los actores que sufren este proceso son las comunidades culturales y las iniciativas autogestionadas. Estos espacios, que ofrecen expresiones y prácticas comunitarias, en los que el beneficio económico es sólo en función de su sostenimiento y la mejora de su propuesta cultural, chocan con los intereses del mercado inmobiliario. En el último tiempo se aceleró radicalmente la demolición de viejas casas y locales -donde suelen funcionar los espacios culturales- en favor de la construcción de edificios de pequeños departamentos.
La incompatibilidad entre quienes realizamos actividades con una alta generación de decibeles (música en vivo o grabada, e incluso la resultante de la congregación de personas) y los vecinos, que en buena ley pueden sentirse afectados, se agrava al profundizar esta forma de amontonamiento habitacional. A esto se suma una normativa de control muy estricta y la ausencia de políticas públicas que puedan facilitar esa convivencia (por ejemplo, facilitando los recursos y el conocimiento para la insonorización de los espacios). Todo esto tiende a desalentar la creación o el sostenimiento de espacios culturales.
Solo para poner un ejemplo de cuál es la mirada del gobierno local ante esta situación: el último 15 de Octubre de 2025, la ministra de cultura Gabriela Ricardes se hizo presente en la Legislatura Porteña para dar a conocer el presupuesto para el año 2026 y en un claro gesto de desprecio por la cultura popular, refirió como un gran logro de su gestión que los carnavales porteños, los cuales son la gran fiesta popular de la Ciudad, durante el año en curso hayan tenido su cierre en el autódromo (al sur de la Ciudad). Con ello, según la funcionaria, se zanjó la tensión entre los murgueros que llevan a cabo su arte y los vecinos que reclaman por los “ruidos molestos” y cortes de calle. En febrero, el mes del carnaval, específicamente durante el feriado de carnaval, las murgas se caracterizan por ocupar las calles y el centro de la ciudad, para ser el CENTRO. Pero para la ministra son una molestia, y vaya contradicción, durante el feriado de carnaval no se puede celebrar como históricamente ha ocurrido.
En este ejemplo, así como en las iniciativas que el ministerio de cultura promueve, se vislumbra el perfil de ciudadanía que se propone (de corte netamente neoliberal): vecinos aislados, casi sin conocimiento de quien vive a distancia de una pared, un piso o un techo. Es el ejemplo de lo que el presidente de la Nación llama “argentinos de bien” vs. (en este caso) las expresiones de cultura popular.
Los ámbitos de socialización ya no son el entorno territorial inmediato sino los vinculados a las prácticas personales -trabajo, estudio, algún interés particular-, a los que además la plataformización de la vida con la intermediación de la tecnología (y la plataformización de la ciudad) los llevó en muchos casos a prescindir incluso del contacto físico.
En ese contexto, los espacios culturales constituyen un ámbito de resistencia y de contracultura. ¿Se puede consumir/acceder a la cultura desde un dispositivo virtualmente? Claro que se puede. Pero hay algo de la presencialidad en un hecho cultural que es irremplazable y el desafío es no sólo ser espectadores y consumidores sino también hacedores culturales. Eso es lo que permiten los espacios culturales, en especial los comunitarios que facilitan el acceso en sus distintos niveles.
Su expulsión -o cambio de locación- representa una pérdida para la identidad barrial y el tejido social. La especulación inmobiliaria en muchos barrios ha priorizado, además de la construcción de edificios de lujo, determinados usos del suelo como el fomento a bares y restaurantes de alta gama. Esto genera un entorno homogéneo y comercialmente atractivo para un público específico, como el turismo, pero expulsa a sus vecinas y vecinos históricos. Y con ellos, a las iniciativas sociales y culturales autogestivas, que aún luchan por su lugar como corazón de la vida de barrio. Estos centros culturales y colectivos artísticos se ven forzados a mudarse a zonas menos céntricas, perdiendo visibilidad y el acceso a la comunidad que ayudaron a formar.
¿Y el proyecto cultural de este proyecto de ciudad?
Hace 18 años que vivimos bajo la misma gestión de gobierno. Con algunos recambios de gestiones al frente del ministerio de cultura pero una misma idea detrás. Vivimos en la ciudad más rica pero también la más desigual del país. Si vemos el presupuesto destinado a la cultura local de los últimos 10 años observamos que el presupuesto del Ministerio de Cultural local ha sufrido un gran recorte desde el año 2015. Del cuadro siguiente surge que en 2015 esta cartera ministerial ocupaba el 3% del presupuesto de la Ciudad y ha sido recortado casi a la mitad, representando un 1.7% del total.

Fuente: Elaboración propia.
Los números pueden parecer abstractos, pero el presupuesto es un gran indicador de prioridades y donde debería sintetizarse el proyecto de ciudad. Lo que hace es demostrar una clara voluntad política de apoyo (o no) a esta actividad. Este recorte viene acompañado de una distribución particular:
Dentro del presupuesto de cultura más del 30% del presupuesto es derivado al Teatro Colón mientras que los escasos programas destinados a la cultural popular y autogestiva pierden protagonismo año a año a la vez que no existe política alguna concreta de promoción de la industria del libro, pese a como se ha dicho anteriormente somos la Capital Mundial del Libro y la ciudad del mundo con más librerías por habitantes.
En este ecosistema cultural que es la Ciudad de Buenos Aires, la denominada cultura independiente: centros culturales, teatros independientes, clubes de música en vivo, milongas, librerías y editoriales independientes día a día son relegadas, carecen de políticas útiles de impulso y apoyo, con decisiones alejadas de sus actores.
El programa “Impulso cultural” es quien comprende a este área nucleando a BaMilonga, BaMusica, Fondo Metropolitano de las Artes, PROdanza y PROteatro y Mecenazgo -su caballito de batalla que ni siquiera presenta un gran presupuesto dado que los fondos son de exención impositiva a empresas-. Para demostrar la importancia que tiene el sector no solo se puede observar su escaso presupuesto sino además la subejecución que tienen dichas partidas y un letargo burocrático a la hora de cobrar los fondos en este contexto de crisis. Estos fondos ordinarios abren convocatoria todos los años a principio de año y suele acreditarse a mitad de año (agosto/septiembre). Este año, estando a 2 meses de finalizar el ejercicio presupuestario, no se conocen aún ni los resultados de estos fondos que son los que permitirían una ayuda frente al desguace total del ex ministerio de cultura nacional. Más de 200 artistas independientes y cientos de espacios culturales que no cuentan con ningún apoyo ni del Estado local ni Nacional.
Este ejemplo pequeño demuestra la falta de iniciativa del gobierno local para atender a las demandas y urgencias de un sector que está librado a su suerte y a merced de la gran especulación de un sector inmobiliario que es promovido por este gobierno y por un gobierno nacional que no solo desfinancia a los institutos de fomento cultural, sino que además provocó (mediante políticas regresivas) un estancamiento en la economía que trajo aparejada una crisis de consumo que pega de lleno en el sostenimiento de los espacios culturales.
No en todos lados es así.
Existen varios modelos de ciudades que priorizan la integración de espacios culturales y comunitarios y se alejan de la visión puramente económica del desarrollo urbano y, en cambio, ven la cultura no sólo como un motor de crecimiento, sino como un pilar para el desarrollo de la comunidad.
En Barcelona, por ejemplo, el Estado impulsa mediante programas como los Casals de Barri o como los Ateneus de Fabricació, la ciudad promueve equipamientos de proximidad gestionados con fuerte participación vecinal, considerándolos parte de la red de servicios urbanos básicos. Además, el Plan de Usos de Ciutat Vella buscó proteger a los espacios culturales frente a la presión turística y gastronómica.
En Berlín, implementa el concepto de Kultur Räume (espacios culturales asegurados), mediante el cual el Estado adquiere inmuebles para garantizar alquileres accesibles a colectivos artísticos, evitando su expulsión por la gentrificación. También hay normativas específicas que reconocen al arte y la cultura como bienes de interés público.
En Ámsterdam, se han incorporado en su planificación las broedplaatsen (incubadoras comunitarias) espacios comunitarios y de creación artística que reciben apoyo institucional y beneficios fiscales, al mismo tiempo que se integran en la planificación de barrios regenerados.
Podríamos seguir con ejemplos europeos y de otros lugares del norte pero sabemos que más acá también hay ejemplos interesantísimos: en México el Estado planifica las UTOPÍAS que mediante la decisión de acrecentar los bienes comunes, con calidad, en un proyecto de desarrollo integral se proponen y disponen espacios para disfrutar del arte, el deporte, la cultura: lugares para el encuentro. Ni hablar de lo que es en Brasil Puntos de Cultura, un ejemplo de programa integral para promover (entre otras cosas) la creación y fortalecimiento de espacios culturales gestionados por comunidades, replicado luego en otros países.
En estos ejemplos la cultura no depende únicamente del mercado: está amparada por políticas públicas que la reconocen como un bien común.
En tiempos donde se invita al individualismo y al sálvese quien pueda, los espacios culturales rompen estas dinámicas e invitan a compartir y estar con otros y otras, poniendo la alegría y el disfrute en el centro. Construyendo un nosotros que es lo único que puede tender una mano en momentos de crisis.
En Buenos Aires, cada demolición que atenta contra estos espacios borra un pedazo de identidad barrial. Defender la identidad de los barrios es defender la cultura y defender la cultura es defender también la identidad de nuestra ciudad.


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