,

A propósito de Genealogías para una Gestión Cultural Crítica

por
Este texto fue leído originalmente en la presentación del libro «Genealogías para una gestión cultural crítica» de  Paola de la Vega en Quito, Ecuador.

A propósito del libro Genealogías para una gestión cultural crítica, de Paola de la Vega. Para mí es un honor que no esperaba, y también es una alegría, porque —quizás podemos estar de acuerdo— la Paola es una persona muy querida en el medio, en su rol como gestora, pensadora y profesora, pero principalmente porque ella es una “respondona”.

Respondona en los términos de bell hooks: alguien que se dirige de igual a igual frente a la figura de autoridad, alguien dispuesta a mostrarse en desacuerdo. Algo que resulta extraño en un medio que se percibe pequeño (donde todos nos conocemos más o menos), en donde generalmente no se señala ni se formulan preguntas que pudieran ser incómodas.

– ¿Y qué tal estuvo la expo?

– Genial, una demostración de experticia curatorial, y no han escatimado recursos para el montaje museográfico.

– Pero dime, ¿y el equipo educativo ya tiene contratos laborales dignos? ¿Y qué pasa con el diálogo de la expo con los agentes en territorio? ¿Y sabes qué significó esa inversión en relación con el resto del ecosistema cultural?

Respondona, no en el sentido de lanzar dardos críticos a la distancia, sino de una curiosidad genuina por las costuras y las hilachas. Pero también por las costuras propias, las aspiraciones y contradicciones personales que se suelen experimentar en silencio.

  • Sentir que mi color de piel y mi condición de sudaka me ponen en un lugar específico en esta discusión.
  • Mi familia ha hecho un esfuerzo enorme por enviarme a estudiar.
  • Que me desencanté con los profesores, todos hombres blancos, sin la mínima idea de las urgencias de mi contexto.
  • Mis colegas académicos parecen no reconocer las complejidades que surgen en las negociaciones y agenciamientos que ocurren durante una conversación con las vecinas de San Roque.

Las experiencias propias, las preocupaciones situadas, las consideraciones domésticas: la autora se encarga de tejerlas en una discusión sobre política cultural pública. Para Paola, parece importante hablar de política cultural pública dejando claro desde qué cuerpo habla, desde qué experiencias, desde qué lugar en el planeta, qué opresiones y luchas la anteceden. Esto, que es clave en la escritura crítica, sin embargo, no es usual en la producción académica sobre política cultural pública.

No voy a comentar exactamente el texto. Le dije a Paola que quisiera hacer el ejercicio de resonancia: qué me resuena frente a mis propias inquietudes. Y en esa medida, un punto que quiero destacar es el estudio transversal de la blanquitud impregnada en la cooperación cultural internacional para el desarrollo, y que ha marcado indeleblemente la arquitectura de las instituciones culturales locales. «Blancología», le llama ella, siguiendo la propuesta del colectivo Ayllu: una metodología de análisis del poder utilizada por personas racializadas, que les permite describir, narrar y registrar el comportamiento, los estilos y formas de administrar lo público ejercidas por personas privilegiadas por su identidad de clase, raza y género.

(Entre paréntesis: aún recuerdo a mi profesor de historia, diciéndonos —a nosotros, un grupo de estudiantes de arte de la Universidad Central, bastante pobres—: “Si quieren ser artistas de verdad, tendrán que viajar al Prado, en Madrid, para ver a los grandes maestros”. ¿Pueden imaginar el efecto que tiene una prescripción de ese tipo sobre un joven estudiante de arte que cuenta las monedas para comprar papel?)

Por suerte, en esa misma época, Omar Puebla, Pablo Ayala, Pablo Almeida, Samuel Tituaña y Nelson Ullauri ya se paseaban por las aulas, también, invitando a los estudiantes a pensar su práctica en el mercado de Chiriyaku, en los primeros festivales Al-Zurich que organizaban. Este contraste entre distintas miradas y enfoques sobre lo que podríamos considerar “referentes” y contextos de acción fue una de mis primeras lecciones para aprender a leer la blanquitud y el aspiracionismo que intentaban transmitir ciertas autoridades de la cultura.

Gracias al Programa de Maestría sobre Arte Educación de la PUCE, estoy a cargo de un grupo de estudio sobre proyectos de mediación. Uno de los ejercicios que solemos hacer al inicio del curso es analizar los discursos de instituciones culturales, tanto nacionales como supranacionales, que “prometen efectos positivos”. Comparto algunos que hemos recogido:

«El arte mejora a las personas y transforma sociedades para alcanzar estados de resiliencia y bienestar».  OEI

«Acercarse al arte y la cultura potencia todas las inteligencias: desde la lógico-matemática, hasta la inteligencia emocional». Universidad X

«La educación artística constituye un medio para que los países puedan desarrollar los recursos humanos necesarios para explotar su valioso capital cultural. La utilización de estos recursos y este capital es vital para los países si desean desarrollar industrias culturales fuertes, creativas y sostenibles, las cuales pueden desempeñar un papel clave al potenciar el desarrollo socioeconómico en los países menos desarrollados». UNESCO

«Creemos que los museos y centros culturales nos hacen bien; enriquecen nuestras vidas, nos inspiran y nos hacen crecer (…) Creemos que las experiencias vividas en los museos y centros culturales duran para toda la vida»

 

Este tipo de discursos de profesionales especialistas promete “algo bueno” para todos, para un nosotros (en abstracto). Frente a estos discursos no se puede “no estar de acuerdo”. Queda excluida cualquier disidencia en la construcción del “nosotros”; en la construcción del “para qué”, queda excluida la posibilidad —como dice la Pao— de una “utopía concreta”. Y de esta manera se crea una imagen de cultura en donde no cabe conflicto alguno —y, por tanto, tampoco una imaginación que quiera cambiar algo.

Esos discursos no son simplemente falsos; detrás hay mucha gente con convicción y compromiso trabajando, obligada a mostrar siempre “resultados positivos”. Un ejercicio importante del trabajo de la Pao es revisar rigurosamente su apariencia de neutralidad y de instrumento no ideológico, forma con la cual encubren el conflicto social y concilian nuestras diferencias.

¿Dónde se produce este tipo de discursos, si no desde identidades privilegiadas, y desde misioneros y funcionarios que, desde la razón tecnocrática, silenciosamente nos restan poder de decisión y autonomía?

Al diablo con sus buenas intenciones, les responde Iván Illich.

En otra vía, podríamos hablar de instituciones culturales que alfabeticen sobre la diferencia, en un momento exacerbado de miedo al otro. Infraestructura pública promoviendo la acción cultural para la organización popular o el autocuidado de los jóvenes frente a la violencia gubernamental. Podríamos hablar de programas culturales para defender, cuidar y regenerar los territorios, los ecosistemas que alimentan y sanan. Programas educativos para recuperar los saberes y memorias que ya teníamos para cooperativizar la vida. Es decir, los discursos institucionales que aparentan neutralidad y prometen efectos positivos parecen estar enfocados en mejorar nuestras habilidades para ser mejores competidores en un mundo neoliberal, más que en crear condiciones para el encuentro que tenga como propósito cuidar la vida.

En ese marco, tanto educadoras de arte como gestoras culturales comparten el mismo desafío: mantenerse atentas a los límites del uso de conceptos hegemónicos sobre cultura, moverse sigilosamente dentro de las instituciones, habitarlas, ocuparlas y estar dispuestas a traicionarlas.

Finalmente, en este contexto de convulsión y ascenso del fascismo a escala global, lo que hacen los gobiernos es exaltar los símbolos nacionales. No es casual que el proyecto del Ministerio de Cultura sea repotenciar el Museo Nacional. Frente a esto, la Paola propone otra cosa: propone la remembranza, volver a reagrupar las experiencias de organización popular y comunitaria, de aquí y de allá, de los sures; inscribir en el relato histórico esos otros patrimonios que no servirán para exaltar una identidad nacional, sino la identificación de clase.

0 comentarios

Dejar un comentario

¿Quieres unirte a la conversación?
Siéntete libre de contribuir!

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *