Cooperación, ciudadanía cultural y buen vivir. Hacia Mondiacult 2025
El presente texto fue elaborado como aporte para el panel «Cooperación, ciudadanía cultural y buen vivir. Hacia Mondiacult 2025», realizado en el marco del Seminario Internacional de Cultura Viva Comunitaria: una escuela latinoamericana de políticas culturales. El objetivo del panel fue reflexionar sobre los desafíos actuales de las políticas culturales y las oportunidades que abre la próxima cumbre Mondiacult 2025, organizada por la Unesco en Barcelona. Se nos invitó a intervenir buscando contribuir al debate desde una perspectiva crítica y situada, enfocándose en la cooperación cultural, la ciudadanía cultural y el buen vivir como pilares para la construcción de futuros comunes.
Compartí el panel con Jazmín Beirak Ulanosky, Directora de Derechos Culturales del Ministerio de Cultura de España, Alexandre Santini, Presidente de Fundación Casa Rui Barbosa del Ministerio de Cultura de Brasil, Lucina Jimenez, Directora General de Formación y Gestión Cultural de la Secretaria de Cultura de México, y Daniel Granados, asesor en Derechos Culturales de la Diputación de Barcelona. Fue coordinado por Daniela Campos Berkhoff, Coordinadora Nacional del Programa Puntos de Cultura Comunitaria de Chile. Se puede ver el video completo del panel en el siguiente link.
1. Punto de partida: ¿qué nos convoca hoy? y desde donde voy a hablar
Preguntarse por la cooperación es una pregunta política y cultural que nos invita a rehacer vínculos, a imaginar nuevas formas de habitar el mundo, a cuidar de lo común. Y esa tarea es colectiva, porque ningún futuro puede construirse en soledad.
Desde hace más de 16 años, en RGC venimos trabajando por un pleno ejercicio de los derechos culturales como camino para empoderar a las comunidades y devolverles protagonismo social, buscando con eso ampliar la ciudadanía, fortalecer la democracia y sostener la vida en común.
Sistematizamos experiencias, producimos pensamiento crítico y articulamos redes que ponen en el centro la capacidad de los pueblos y las comunidades de ser protagonistas de sus propios procesos culturales. Creemos en la democracia cultural como herramienta para transformar la realidad, protegiendo y promoviendo la diversidad.
Por eso, tenemos mucho orgullo de ser parte de esta mesa de debate.
Porque creemos que dialoga con una certeza que nos atraviesa desde el inicio: la imaginación colectiva es una práctica política esencial para construir sociedades más justas, inclusivas, menos desiguales y más sostenibles.
Imaginamos comunidades capaces de inventar sus propios futuros, fuera de los moldes que históricamente han impuesto los modelos hegemónicos de desarrollo (y de cultura). Futuros que se piensan y se tejen desde abajo, reconociendo la diversidad de saberes, las memorias locales y las prácticas colaborativas que sostienen la vida, muchas veces desde los márgenes.
La Cumbre de Mondiacult 2025 abre un nuevo ciclo de discusión sobre el lugar de la cultura en las políticas globales. Pero desde RGC nos preguntamos: ¿cooperar para qué y con quiénes? ¿Qué tipo de ciudadanía cultural se imagina desde esas instancias? ¿Qué tipo de sujetos quedan habilitados a participar de la vida cultural? ¿Quienes quedan habilitados para enunciar?
Desde nuestra experiencia, la cooperación cultural no puede pensarse como una plataforma neutral ni meramente técnica. Es un campo de disputa por los sentidos, las infraestructuras y las subjetividades que queremos fortalecer. Por eso, venimos a compartir una mirada crítica que no pretende clausurar debates, sino abrirlos, tocando puntos vitales —como decía Gilberto Gil cuando asumió—. Y en este caso particular, tocando algunas fibras sensibles para este tipo de debates.
2. Ciudadanía cultural: una praxis, no un eslogan
Lo primero es decir que la ciudadanía cultural no es un suplemento de la democracia, es su condición de posibilidad. Porque no se trata solo de acceder a productos culturales, sino de disputar los sentidos desde donde se imagina lo común. Como dice Marilena Chaui: afirmar la cultura como derecho es oponerse a su mercantilización, a su transformación en un privilegio de clase.
La noción de ciudadanía cultural ha sido muchas veces reducida a una fórmula institucional, de acceso o de participación simbólica superficial. Pero desde una perspectiva crítica, entendemos que la ciudadanía cultural implica el derecho a enunciar, a narrarnos, a construir nuestras memorias y sentidos desde las experiencias concretas de nuestras comunidades.
Desde allí, lo cultural no es accesorio: es estructurante de lo social, y es en ese espacio donde se juega la posibilidad de democratizar nuestras sociedades. La cultura como campo de batalla para disputar hegemonía, para reconocer lo que ha sido históricamente silenciado, para imaginar lo que aún no tiene nombre.
3. Cooperación: entre la promesa y el riesgo
Segundo pensar la cooperación. Frente al lenguaje tecnocrático que permea muchas agendas de cooperación, proponemos recuperar el sentido original de la palabra: construir con otros. No en vertical, no desde la homogeneización, sino desde la diferencia, el conflicto y la pluralidad.
Desde RGC hemos visto cómo las infraestructuras culturales pueden ser tanto herramientas de emancipación como de exclusión, dependiendo de quiénes las piensan, cómo se diseñan y desde dónde se implementan. Cuando la cooperación replica lógicas centralizadas y estándares universales, termina vaciando de potencia los procesos locales.
Y el escenario en el que hoy debatimos no es neutro ni apacible. Vivimos una crisis civilizatoria que es ambiental, política, económica, y también subjetiva. Una crisis que desborda nuestras capacidades individuales y colectivas de sostener la vida y el sentido común compartido. La promesa del desarrollo ha sido sustituida por una gestión del colapso.
Este tiempo puede ser leído como una fase brutalista del neoliberalismo, en el sentido que propone Achille Mbembe: un extractivismo que no se conforma con recursos naturales o fuerza de trabajo, sino que extrae hasta la capacidad de vincularnos. Este brutalismo tiene variantes conservadoras y progresistas, pero en todas ellas se ataca la posibilidad misma de construir comunidad.
En América Latina lo sabemos bien. Hemos sido testigos del agotamiento de modelos políticos progresistas que, con sus avances y limitaciones, no han sabido construir una alternativa que transforme estructuralmente las condiciones de vida de nuestras mayorías. En su lugar, han emergido propuestas de tinte autoritario, violento, desregulado, que no prometen nada más que el triunfo de los más fuertes, socavando derechos, e imponiendo la rentabilidad financiera del mercado cómo único norte.
En Argentina hoy atravesamos el peor experimento del avance de las derechas globales, en una versión anarcolibertaria. No voy a detenerme en eso, pero créanme que es triste, muy triste. Y lo vivimos en Brasil con Bolsonaro, y lo hemos visto en Ecuador con Noboa, donde este domingo esperamos que pueda retomarse un camino de justicia social con el liderazgo de Luisa González. (El panel fue el día 9 de abril de 2025, la semana previa a la elección)
Estas experiencias son reflejo de procesos globales que están poniendo en jaque nuestras democracias. Democracias que, aun con sus contradicciones, sabemos son infinitamente preferibles a las derivas autoritarias que pretenden suplantarlas, recortando derechos y profundizando desigualdades.
En este contexto, hablar de cooperación no es un tecnicismo. Es preguntarnos si todavía es posible sostener redes de solidaridad, si aún podemos construir vínculos entre proyectos que apuesten a la vida común y a la democracia.
4. La encrucijada contemporánea: cultura entre mercado, derechos y comunidad
Para complejizar un poco más la situación, quiero retomar parte de la propuesta de ayer, con la conferencia del Maestro Néstor García Canclini, a quien escuchamos sobre las tensiones que atraviesan hoy el campo cultural. (Ver acá)
El presente nos confronta con una paradoja profunda: por un lado, la cultura ha sido capturada por las lógicas del capitalismo digital, convertida en mercancía, en dato, en espectáculo algorítmico. Por otro, en nuestros territorios, los movimientos sociales, comunitarios y territoriales reponen la cultura como derecho, como vínculo, como creación colectiva.
Sabemos que las infraestructuras simbólicas del neoliberalismo —plataformas, algoritmos, lenguajes de marca estatal— organizan parte de nuestra experiencia. Pero también es cierto que estas mismas tecnologías, hijas del tecnocapitalismo, son reapropiadas y reconfiguradas por comunidades, redes independientes, colectivos culturales que sostienen la vida cotidiana y generan nuevas formas de comunicación, articulación y resistencia. Jesús Martín Barbero nos lo enseño muy bien esto.
Las redes digitales no son en sí emancipadoras ni opresivas: su potencia política depende de quién las habita, cómo las habita y para qué. Vemos surgir, en los márgenes del mercado, espacios de conexión entre lo local y lo global, entre la oralidad territorial y la circulación transnacional de experiencias. Es en esa doble condición —como amenaza y como oportunidad— donde se juega hoy la disputa por la cultura.
Por eso, frente a la fascinación tecnológica o la condena nostálgica, proponemos una mirada crítica, situada y pragmática: una gestión cultural que no renuncie a intervenir en esas infraestructuras, pero que lo haga con conciencia de sus límites y posibilidades. Porque como dice Albino Rubim en uno de nuestros libros (Comunicación, cultura y políticas culturales, 2023), vivimos en una Edad de los Medios, pero eso no significa que debamos entregarle la mediación de lo común a los intereses del capital. Hay que sostener un campo de disputa por las narrativas que nos permitan radicalizar la democracia.
5. Propuestas desde la experiencia de RGC
Por esto quiero proponer algunas ideas desde la experiencia de RGC. Desde nuestra práctica como red editorial, como espacio formativo y como comunidad de pensamiento colectivo, proponemos una serie de líneas de acción que nacen del trabajo sostenido con autoras, autores, colectivos y comunidades que forman parte del ecosistema de RGC. Las ideas no me son propias, están basadas en parte de lo que dicen nuestros autores en nuestro catálogo.
Uno. Pensar la cooperación como una herramienta para Redistribuir poder simbólico y material, y no como un mecanismo de transferencia unidireccional de “buenas prácticas”.
Como bien señala Rubens Bayardo, el origen de las políticas culturales está en los derechos culturales como parte de los derechos humanos, pero su efectividad depende de si logramos traducir esos principios en estructuras redistributivas que rompan con la lógica de privilegio y de segmentación. (Política, economía y gestión cultural, 203)
Dos. Impulsar modelos de política cultural que habiliten procesos de enunciación colectiva, reconociendo los saberes, narrativas y estéticas propias de cada territorio.
Paola de la Vega lo plantea con claridad: la gestión cultural no puede funcionar como un dispositivo tecnocrático que reemplaza a las comunidades, sino que debe partir de sus prácticas, memorias y utopías concretas. Ella propone una “gestión cultural crítica” que sepa leer genealogías de resistencia en nuestras ciudades, barrios, comunidades indígenas y migrantes. (Genealogías para una gestión cultural crítica, 2024)
Tres. Fortalecer infraestructuras culturales comunitarias con financiamiento público, desde lógicas horizontales, participativas y sostenibles.
Pablo Mendes Calado, al estudiar la experiencia del Estado argentino, muestra cómo la implementación de políticas culturales no puede depender sólo de decisiones individuales o coyunturas políticas, sino que debe apoyarse en estructuras capaces de sostener lo colectivo, lo diverso y lo transformador. (Políticas Culturales: Rumbo y Deriva, 2015)
Cuatro. Construir una pedagogía de la cooperación que cuestione sentidos establecidos, que no tema al conflicto y que abrace la complejidad de nuestras realidades.
Como nos recuerda Marilena Chaui, democratizar la cultura no es repartir bienes simbólicos desde arriba, sino crear condiciones para que la cultura sea un derecho ejercido, un terreno de disputa por la hegemonía, una forma de emancipación que nos permita pensar y vivir en común. (Ciudadanía Cultural, 2013)
6. Cierre: hacia Mondiacult 2025, con voz propia
Para cerrar, y con Mondiacult como horizonte y con el debate que abre.
Desde RGC entendemos que no se trata solo de llegar a Mondiacult. Se trata de cómo llegamos. Y con quiénes. No queremos llegar como anexos técnicos ni como notas al pie de un discurso global. Queremos llegar con voz propia, desde nuestras comunidades, con nuestras preguntas, nuestras formas de decir, nuestras urgencias.
Las organizaciones sociales que trabajamos la agenda de las políticas culturales no necesitamos que nos traduzcan. Necesitamos que nos escuchen.
La cooperación cultural —y esta es quizás la disyuntiva más profunda— puede ser una herramienta para construir democracias que amplíen derechos, pluralicen sentidos, fortalezcan vínculos.O puede ser la coartada perfecta para nuevas formas de dominación simbólica, quizás más suaves pero igual de colonizadoras, que disimulan verticalidades bajo el barniz de la participación.
Por eso creemos que esta mesa no es solo un espacio de diagnóstico. Es una trinchera.
Es un lugar desde el cual disputamos futuro. Y si hay algo que nos enseñaron nuestras prácticas, nuestros libros, nuestras redes, es que la cultura no espera a que la inviten al centro del debate. A la cultura hay que empujarla para que entre al ring.
Por ese motivo hemos convocado, junto con Trànsit Projectes de España, y el Instituto Latinoamericano de Cultura Viva Comunitaria a un espacio para debatir colectivamente y construir una declaración colectiva hacia Mondiacult 2025. Este dispositivo / artefacto, será un laboratorio nómada, y llevará por título “Las culturas como bienes comunes” y en el partiparán más de 30 personas de 12 países, sesionando de manera hibrida en paralelo a diferentes eventos de políticas culturales a lo largo de todo América Latina, y con el objetivo de presentar un documento en Barcelona durante la Mondiacult. Empezaremos este viernes (11 de abril) acá, en México, con muchos y muchas de los que estamos en este evento y se sumarán de manera online, otros tantos.
Tendremos participación de figuras destacadas de los procesos de acción política que ha tenido esto que llamamos Escuela Latinoamericana de Políticas Culturales. No voy a nombrar a todos, espero no se ofenda nadie, pero esta bien dar algunos nombres propios: Estarán presentes Julieta Brodsky, ex ministra de Chile, Ramiro Noriega, ex ministro de Ecuador, Juan David Correa, ex ministro de Colombia, entre otros. También Lia Calabre, Albino Rubim, Eduardo Nivon Bolan, entre otros referentes en la investigación de las Políticas Culturales.
Desde RGC, elegimos habitar ese conflicto. Y hacerlo con alegría, con compromiso y con comunidad. Porque no hay democracia cultural sin voz propia.
Sin cultura no hay democracia, sin derechos no hay futuro.
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