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Culturicidio que no cesa

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¿Cómo hablar de lo indecible? se preguntaba en la Argentina de la dictadura un personaje de Respiración Artificial, la extraordinaria novela de Ricardo Piglia. Lo innombrable de aquel tiempo eran los campos de concentración y la desaparición de 30 mil personas. El mundo de Auschwitz. A través de la elipsis habla de la ESMA y del resto de los “chupaderos” de exterminio.

Necesité buscar un neologismo. Porque sentía que nos faltaba esa palabra para desocultar lo indecible que nos había desfondado material y simbólicamente.

Escribí Culturicidio. Historia de la Educación Argentina 1966-2004. Lo hice porque sentía que no bastaba con que explicáramos lo que había sido la dictadura a partir del concepto de genocidio. Porque sus consecuencias habían hecho estallar el país que éramos en diciembre de 2001. Necesité buscar un neologismo. Porque sentía que nos faltaba esa palabra para desocultar lo indecible que nos había desfondado material y simbólicamente.

Porque nuestro lenguaje no ha vuelto a ser el mismo después de la atroz experiencia de la dictadura cívico-militar, porque esa realidad desbordó desmesuradamente sus posibilidades ordinarias de representación y porque, además, al ganarnos la cabeza, nos robaron las palabras e invirtieron sus sentidos.

Escribimos entonces Culturicidio: delito contra el derecho de gentes, consistente en la aniquilación intencional de las creaciones, objetos y valores culturales, patrimonio de un pueblo, indispensables para la constitución de sus subjetividades, de su identidad nacional, con el propósito de transformar a los sujetos sociales en seres diametralmente diferentes, en individuos despolitizados, temerosos, aislados de lo colectivo, disciplinados según los intereses del sector dominante.

Han aniquilado la subjetividad social del pueblo argentino, han ilegalizado, proscrito, desaparecido y luego exhumado en la hoguera de las vanidades postmodernas del mercado, las creaciones y los valores culturales y morales mediante los cuales se experenciaba, percibía y representaba el mundo y sus sentidos, pensándolo como esfuerzo, construcción, como desafío del orden social.

La tesis de ese libro y del que le sigue en 2019 –Culturicidio II. Cultura, educación y poder en la Argentina 2004-2019-, plantea que no puede explicarse la dominación económica y política de un pueblo, sino se entiende su condición de posibilidad: la colonización cultural de los corazones, mentes y lenguaje.

Porque los militares fueron un instrumento para dicha dominación. Pero sus instrumentadores, los autores intelectuales y sus grandes vencedores económicos, persistieron y fueron hallando nuevos instrumentos, durante gobiernos democráticos, para garantizar su régimen de dominio.

Lo que todavía considerábamos indecible se ha hecho no solo decible, sino puesto en actos y palabras con gozosa crueldad

Ahora bien, en nuestro aquí y ahora argento 2025, lo que todavía considerábamos indecible se ha hecho no solo decible, sino puesto en actos y palabras con gozosa crueldad. Porque si hay algo que pervive en nuestra realidad es que la madre de todas las disputas sigue siendo por el horizonte de sentido: lo que se menta como batalla cultural. Porque si la cultura se define en clave antropológica, como los sentidos que le damos a nuestras formas de vida comunitaria, el Culturicidio actual se expresa como la búsqueda de ruptura total entre las personas y cualquier lazo o tejido social-comunitario-solidario. Porque la forma de vida que se busca imponer es la del individuo isla, la del emprendedor de sí mismo.

Porque la forma de vida que se busca imponer es la del individuo isla, la del emprendedor de sí mismo.

La ficción de este tiempo histórico, como corresponde al cuarto ciclo de neoliberalismo, identifica en el Estado al padre de todos los males, pero de achicarlo para agrandar la Nación, ahora el lema es destruirlo como topo, desde dentro, para que la gente decente sea libre y prospere. Léase decente como propietaria, como se entendía a principios de siglo diecinueve, o mejor, gran propietaria de bienes y servicios, mientras que a los decentes o aspirantes a serlo –léase, anti peronistas, anti populistas, anti kirchneristas, más allá de cómo crean definirse-, se les ofrece un circo cruel pero sin pan, porque también les piden que se desprendan de los dólares que supieron ahorrar en tiempos de gobiernos populares. Porque, a cambio, podrán hacer la gran catarsis de expresar todo su resentimiento y odio contra los grandes y pequeños chivos expiatorios, políticos y sociales que representan los sujetos políticos, culturales y sociales –y los símbolos- de eso que hoy lleva la letra maldita K (¡si viviera Kafka!).

La pandemia, como gran experiencia traumática, nos atravesó de lado a lado y aceleró-exasperó un gran malestar que se venía incubando en un sector importante de nuestra sociedad que no supimos, pudimos o no quisimos mirar. Porque no se puede transformar políticamente lo que no se comprende. Porque según el Censo Nacional de 2022, el 65 por ciento de quienes habitan nuestra Argentina tienen 65 años y un 44 por ciento, menos de 30. Es decir, prácticamente solo han vivido en democracia y otras referencias históricas les han quedado demasiado lejos, demasiado ajenas. Porque la mayoría de esas franjas etarias padecen de la falta de trabajo, de estudio y de techo propio. Porque según los estudios de consumos culturales, si en 2014, alrededor de un 22 por ciento de la sociedad solo se informaba y constituía mayoritariamente su opinión a partir de las redes sociales, en 2022 esa franja de la sociedad había subido a casi el 85 por ciento. Porque al interior del mundo de las redes, se profundizó la concentración monopólica de lo que  allí circula. Así como también se exasperaron la proliferación de falsas noticas o fake news, y lo que ya era una tendencia, el sentimiento de odio hacia al diferente, como factor de adhesiones identitarias, pasó a ser sentido común, en modo exhibición de crueldad pornográfica. Entonces la dinámica de las emociones como régimen y ritmo de las pulsiones afectivas pasó a ser la norma dentro de la lógica binaria de amigo/enemigo.

La pandemia, como gran experiencia traumática, nos atravesó de lado a lado y aceleró-exasperó un gran malestar que se venía incubando en un sector importante de nuestra sociedad que no supimos, pudimos o no quisimos mirar.

En cuanto al campo laboral, el trabajo informal creció exponencialmente y casi alcanza al 50 por ciento. El mundo tan precario, tan rapi uberizado de la informalidad es un mapa de lo social tan incomprendido como menoscabado en los análisis.

Porque, en suma, ese malestar estalló en gran decepción ante la inflación que no se pudo o supo controlar. Porque la frase “fingir demencia”, que la militancia supo decir para callar, no mirar ni hablar ante los errores y horrores del gobierno de Alberto Fernández fueron hábilmente comprendidos por el personaje standapero en el que nadie creía –como un Guasón argento- que podía gobernarnos y hoy es presidente. Porque lo indecible –como el futuro para el Indio Solari- ya llegó y nos castiga cruelmente. Porque la casta somos nosotros.

«Los dolores que nos quedan son las libertades que nos faltan”, escribieron hace 107 años los jóvenes protagonistas de la Reforma Universitaria. Las libertades reales, no las declamativas, hoy están siendo destruidas sistemáticamente, una por una, para que los grandes propietarios –los elegidos, en tiempos de tecno feudalismo digital- dispongan de toda la libertad para saquear todo lo público, colectivo, bienes comunes y recursos naturales. En nombre de la libertad. Como en 1955 con la libertadora y su decreto 4161 de proscripción. Como en 1976, como en los noventa, como en 2015.

Hoy cerca del 50 por ciento de nosotros no está yendo a votar. Hoy el pacto del contrato social refundador de la democracia está roto. Hoy para buena parte de la sociedad Memoria, Verdad y Justicia no los interpela ni representa. La historia es diálogo de generaciones. Cuando no se escucha a los mayores hay un problema. Cuando no se escucha a los jóvenes hay otro. Cuando las dos cuestiones suceden a la vez puede haber una tragedia.

La historia es diálogo de generaciones. Cuando no se escucha a los mayores hay un problema. Cuando no se escucha a los jóvenes hay otro. Cuando las dos cuestiones suceden a la vez puede haber una tragedia.

Culturicidio se abre con una frase idea madre de Jean Paul Sartre –clave en el prólogo de Los condenados de la tierra de F. Fannon-: “Habremos de ser lo que hagamos con aquello que hicieron de nosotros”.

Escribía en el 2004 que nos habíamos convertido en sociedad adicta, falta de lenguaje, porque habíamos perdido cantidad y calidad de palabras, lecturas, conversación y esperanza en la fuerza de lo colectivo. Hoy, 21 años después, las adicciones se multiplicaron y nos empobrecen tanto los bolsillos como nuestra mente y lenguaje.

Lograr que el gran desencanto, desilusión o desinterés, que el resentimiento y el odio muten y se transformen en algún horizonte de esperanza es nuestra tarea, aquí y ahora, nuestro imperativo ético y político, nuestro indispensable ethos cultural a crear para combatir con la sensibilidad y el pensamiento crítico contra este liberticidio genocida que nos desfonda la palabra, los cuerpos y las almas.

Por eso escribo este tercer ensayo Liberticidio, nombre del Culturicidio actual. Por eso saludo fraternalmente a los lectores y las lectoras de los dos primeros ensayos Culturicidios.

 

 

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Culturicidio. Historia de la educación argentina 1966-2004

Culturicidio II. Cultura, educación y poder en la Argentina 2004-2019

 

1 comentario
  1. Oscar Roberto Ortega
    Oscar Roberto Ortega Dice:

    Lúcido, conectivo y visionario. Un profeta de la tragedia de la colonización cultural de la Argentina. Tete Romero, un tábano contemporáneo.

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