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Durante la primera semana de noviembre (entre el 4 al 6) en la sede Piñeyro de la Universidad Nacional de Avellaneda se desarrolló el Congreso Argentino de Gestión Cultural, impulsado y organizado por la Red Argentina de Gestión Cultural.

Formalmente, este congreso contó con mesas sectoriales, conferencias y procesos de intercambio y conversación dividido en nueve espacios específicos. Informalmente, el congreso potenció la posibilidad de tejer nuevas redes de afecto y producción de conocimiento y de proyectos.

Este Congreso, también, dio espacio para el fortalecimiento de las redes y los vínculos existentes, haciendo crecer un entramado rico y complejo de miradas y de construcción de significados en comunidad, que removieron las comodidades del acostumbramiento cotidiano, discutiendo aquellos sentidos comunes y cristalizados en el tiempo y proponiendo nueves ejes y otras centralidades.

En este espacio, nos encontramos personas de todo el país vinculadas con la formación, la investigación y la producción del ámbito de la gestión cultural y en ese primer conocimiento y re-conocimiento pudimos establecer lazos de problematización respecto del estado del desarrollo de este campo en construcción y con ello de la profesionalización del mismo.

Ahora bien, dentro del marco que describí brevemente en estos primeros párrafos, les propongo que me acompañen a recorrer un registro particular y subjetivo, en primera persona, de la experiencia atravesada en el Congreso junto a colegas y compañeres de todo el país en un rincón del sur del conurbano bonaerense en la localidad de Piñeyro, que al igual que el campo de la gestión del arte y la cultura, esta localidad se encuentra entre fronteras a un lado casi besa el Riachuelo y a la Ciudad de Buenos Aires y para el otro se entrelaza con la ciudad vecina de Lanús.

Para poder concentrarnos en estos tres días, realizaremos un ejercicio previo, al que les invito a acompañarme, remontándonos para ello, a más de doce meses atrás, cuando dentro de la Red se comenzó a pensar y discutir las posibles modalidades y alcances que podía o debía tener este Congreso.

Una de las primeras cuestiones que surgieron, fue el sabor agridulce que, para algunes de nosotres, nos venían quedando de algunas participaciones en encuentros, congresos y jornadas en los que la exposición y comunicación de nuestras investigaciones, trabajos y producciones científicas, en la mayoría de los casos, se reducían a viajar, hablar entre diez y quince minutos (a lo sumo) y sentir que no se producía ningún intercambio ni puesta en común y que eso con la llegada de la pandemia y las modalidades de hibridez (en el mejor de los casos) o intervenciones virtuales no habían hecho más que profundizar esa sensación de desarticulación de un sentido fundamental que conlleva una acción como esta: la de construcción de experiencias vitales y la generación de nuevos conocimientos colectivos.

Tomando en cuenta esto, fue que se pensaron los grupos de conversación como espacios de intercambios y trabajos comunes sobre experiencias y problemas que permitieran, a partir de ejes de trabajo y disparadores, conformar nuevas perspectivas sobre problemas que cada une y sus equipos atravesamos cotidianamente.

Para poder intentar lograr ese primer objetivo de poner a disposición de cada une la mirada de la otra persona fue que se decidió que los grupos de conversación fueran eso, espacios para pensar y problematizar problemas en un encuentro cara a cara, mirándonos a los ojos e intentando una doble recuperación que nos traía y proponía la postpandemia, por un lado la vuelta a ocupar espacios con los cuerpos, las respiraciones, las palabras, las reflexiones y las sonrisas y con ello también trastocar los modos en los que se hacen los intercambios habituales en los ritmos de jornadas, pensándolas como una acción profundamente humana, artesanal e imperfecta.

Para ello se tomó como herramienta de trabajo que potenciara esta posibilidad a una herramienta que se identifico en los modos de construir discusiones y conceptos de les encuentros encarnados por les feminismos a lo largo de las últimas décadas en nuestro país y también de algunas experiencias de construcción de puestas en común desarrolladas por los congresos de extensión que se desarrollaron en la última década y que fueron potenciados por una de las redes menos encasillables del sistema universitario como la Rexuni.

Hecha esta aclaración ahora me voy a concentrar en relatar, desde mi mirada sobre lo vivido en el Congreso y fundamentalmente, de lo ocurrido en el grupo de conversación número 9. Este fue el Grupo sobre Investigación en el que nos entrecruzamos distintas experiencias de diferentes lugares del país, en donde en algunos casos, algunes estaban iniciando su trabajo en la investigación en gestión y otres venían desplegando esta tarea desde hacía algún tiempo.

Lo primero que hicimos fue ubicar el modo en el que cada grupo o colectivo venía trabajando y cuáles eran las herramientas para realizar las investigaciones y, también, cuáles eran los obstáculos que íbamos encontrando a lo largo de la tarea, tanto los escollos o problemas generados por el propio trabajo de investigación como también aquellos producidos o generados desde la relación que se establecían y establecen con los espacios institucionales que nos daban y dan marco.

Allí fue que, vuelvo a aclarar aquí que esto es desde mi subjetivo y particular punto de vista, identificamos que al estar trabajando y formalizando un campo, relativamente nuevo como el de la investigación en gestión cultural, había que repensar y reconfigurar los modos de entender los modos, las formas y las herramientas que nos permitieran (y permiten) desarrollar investigaciones en este plano.

En este mismo sentido, pudimos identificar que las prácticas, los modos y las formas de mensurabilidad que las ciencias sociales nos brindan no alcanzar para abordar los problemas y los modos de pensar una investigación-acción como la que cada grupo se planteo como herramienta de práctica y de trayecto.

Tampoco alcanza o, mejor dicho, tampoco terminan siendo de utilidad los modos de regirse y medir los procesos de crecimiento de una investigación utilizando los parámetros que en muchos casos vienen originalmente de las ciencias naturales para trabajar los fenómenos de la gestión del arte y la cultura y que por propiedad “transitiva” son incorporados desde las ciencias humanas y sociales.

A partir de identificar este problema, uno de los momentos más enriquecedores fue cuando recuperamos lo ocurrido en un panel sobre investigación, que terminó por derivar en el reconocimiento de la invisibilización de los procesos y lo producido en la gestión cultural y con ello la necesidad de pensar estrategias distintas para poder abordarlos.

En esta búsqueda de estrategias podemos recuperar lo que supo plantear el poeta español José Bergamín, en donde nos decía “el camino se hace huyendo del camino” en donde surgió como grito colectivo el planteo de reencontrarnos para desarrollar nuevos caminos para así producir otros y diversos modos de trabajar sobre estos procesos, rompiendo los techos, los pisos y las paredes de cristal, que en muchas ocasiones las propias instituciones mantienen naturalizadas y que en otras les propios actores sostenemos inconscientemente en nuestras prácticas.

Es decir que se hacía y se hace imperioso desacomodar y desacomodar-nos y que los senderos a continuar desde los observatorios, laboratorios y espacios de investigación generen grietas, desbordes y encuentren los huecos por donde los nuevos modos de entender el abordaje de este trabajo puedan fluir y desarrollarse.

Las practicas laborales en distintos momentos de la gestión del arte y la cultura cuentan con una fragilidad y precariedad de la que debemos dar cuenta para fortalecer una tarea que se encuentra en continua construcción.

Faltaron días, si, faltaron más horas, también, pero nos dejaron como desafío no volver a discutir lo mismo, sino que ponernos como objetivo avanzar y profundizar estas discusiones para que en el próximo Congreso, cuando nos encontremos, podamos seguir transformando-nos en esta constante tarea en construcción.

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