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El primer título que intenté para estas reflexiones invertía el orden entre “cultura” y “política”. Pero lo corregí considerando que la cultura es la base sobre la que se construye una sociedad y, por lo tanto, la clave para articular cualquier política. Al fin y al cabo, el mayor líder político de la Argentina en el último siglo sostenía que la política depende de la cultura del pueblo en que se realiza.

LA TRÍADA BÁSICA Y LAS TRES DIMENSIONES

Es preciso analizar este verdadero circuito básico, al que con Ricardo Santillán Güemes llamamos tríada:


Una política cultural debe basarse en un concepto de cultura – que es siempre operativo – y se desarrollará a través de una gestión, en un constante juego dialéctico que lleva a una constante modificación de cada uno de los componentes de la tríada.

  • IDEOLOGÍA (Concepto de Cultura)
  • TEORÍA: REALIDAD (Política
  • PRÁCTICA (Gestión)

El concepto, lo ideológico, guía el accionar general. Provee las grandes líneas de orientación para el accionar político práctico… Una ideología sin teoría resulta incompleta pero una ideología y una teoría sin formas de realizarlas resultan inútiles.

La teoría supone el estudio de las distintas soluciones posibles para los problemas culturales por los que atraviesa el país dentro de una orientación general fijada por la ideología. Son alternativas de gestión a la hora de decidir entre caminos de ejecución diferentes ante situaciones de naturaleza conflictiva.  La teoría debe procurar la unidad entre la acción y la concepción. Es como una bisagra que articula lo ideológico, principista y valorativo con la práctica operativa.

Toda acción – la gestión –  genera reacciones de distinto tipo y valor, “efectos de poder” según Foucault y aunque estas acciones originen y sostengan la iniciativa, o sean relativamente eficaces, no pueden controlar o dominar, en su totalidad el campo y los centros de fuerza en los cuales operan.

Si como Jefe de Gobierno decido que es más importante la seguridad que la educación, le pagaré más a los policías que a los docentes; si considero que en época de crisis es más necesario tapar los baches de las calles que arreglar los edificios de las escuelas, proveer a los comedores escolares y útiles para los chicos humildes, bajaré los fondos destinados a Educación y los mandaré en la dirección que quiero. Esas son decisiones políticas que corresponden a un sustrato ideológico: la gestión viene después y será más o menos eficiente, más o menos eficaz. 

No hay gestión sin política. Y no se puede construir política sin gestión que la apuntale. Pero no tenemos que equivocar el orden de los factores que aquí sí que altera el producto.  

Insisto.  Los tres imbricados de manera indisoluble: el concepto es lo que sustenta ideológicamente la política que se pondrá en juego a través de un proceso de gestión. Pero los avatares de la ejecución modifican la política y, a menudo, producen variaciones en lo conceptual. No hay gestión neutral ni batería de técnicas que se puedan aplicar tanto al manejo de un teatro como al de un campo de concentración.

Juca Ferreira (2018) destaca tres dimensiones de la cultura: 

A) Simbólica, con todo lo relacionado con la producción de sentido (desde los lenguajes hasta las expresiones artísticas) 

B) Social, formas de vida, relaciones intra e intercomunitarias 

C) Económica: cultura como generadora de divisas.

Las dimensiones B y C abarcarían la idea de recurso, planteada por Yúdice (2002), idea que, por otra parte, siempre estuvo más o menos presente en la historia de la humanidad. La política cultural debe armonizar estas tres dimensiones, sostiene Ferreira, sin someterse al totalitarismo de la economía ni perderse en la búsqueda de solución de problemáticas sociales para las que no está concebida ni preparada. No olvidar que se trata, como dice Ricardo Santillán Güemes (2003), de vivir, en comunidad, con un sentido. Al fin y al cabo, una estrategia para vivir.

SUJETOS Y CONTEXTOS

Antes de continuar, conviene  reflexionar sobre el contexto en que se conciben, planifican  y ejecutan las políticas culturales, considerando las modificaciones que se están produciendo en  la visión/percepción del mundo en este siglo XXI problemático y febril.

En principio, el protagonista y detinatario de las mismas. Sigo la concepción de Enrique Pichon-Riviére (2003) sobre un sujeto:

  • ser situado, complejo y contradictorio,
  • en un contexto socio-histórico que lo configura y determina, 
  • productor y producido y cuyo motor es la necesidad,
  • inmerso en una trama vincular-social que conforma y determina su subjetividad 
  • protagonista de su propia historia
  • capaz de aprehender la realidad para transformarla, transformándose a la vez

Alessandro Baricco (2006) sostiene que asistimos a un proceso de invasión y destrucción ejecutado  por nuevos ¨bárbaros“ que arrasan con los “viejos“ valores produciendo una verdadera mutación que se manifiesta en un cambio de sentido impuesto por el imperio – cuyas fronteras no se limitan a un solo país, aunque sea el principal motor .

Se opera una multiplicación , un verdadero aluvión de sentidos que paradójicamente vacía el sentido. Hay una dilución de  cierta sacralidad que para las generaciones mayores tienen prácticas como la lectura, el cine, la comida, el vino, que no se abandonan sino que se insertan en circuitos diferentes de consumo y significación. 

Se cambia lo profundo  por lo superficial, importa más abarcar que llegar al fondo. La experiencia del cine en una sala oscura y silenciosa casi como una iglesia se ha transformado en seguir una película entre ruidos de masticación  de pochoclos, panchos y gaseosas… y tal vez hasta la consulta de los mensajes en el teléfono celular en ejercicio de una de las variantes del multitasking : la atención des-concentrada, abierta a varias estímulos simultáneos que – en la visión de Byung Chul-Han – no es otra cosa que una regresión al estado del animal salvaje que, en la selva, no  puede atender a una sola cosa porque juega su supervivencia. 

Por otro lado y en consecuencia,  se impone la obligación de no aburrirse, de no dejarse estar . De negar el ocio,en pos  del negocio contínuo en que se pierde el alma, que a partir del siglo XIX se ha convertido en un bien transable

EL IMPERIALISMO VA POR TU ALMA

Así, se impone lo que podría denominarse ¨Cultura Netflix“ , asociándolo con la plataforma que  con su producción incesante de contenidos, hasta la asfixia, obtura la memoria y hasta se adueña de ella.  La Historia es reinterpretada constantemente y expuesta en versiones espectaculares en una suerte de pedagogía del entretenimiento, que sirve a los objetivos del imperio (si les da el estómago vean las series sobre Lula, Chávez, Trotsky,etc.).

Estamos en  la transición de una sociedad disciplinaria a una sociedad del rendimiento, donde las obligaciones se interiorizan y se convierten en un peso insoportable, como explica Byung-Chul Han: el sujeto del siglo XXI se explota a sí  mismo en un exceso de positividad, y ya ha pasado por la fase disciplinaria que exigía un sujeto de obediencia al que había que vigilar y castigar – en la óptica foucaultiana-. De la negatividad que impone en forma de prohibición,ley, mandato,  el NO PODER sostenido en espacios de control (hospitales, psiquiátricos, ´carceles, cuarteles, fábricas,escuelas) se pasa a la positividad del Yes, we can cuyos lemas son poder, motivación, iniciativa, proyectos en una sociedad de la transparencia  cuyos espacios emblemáticos son gimnasios, barcos, aviones, torres de oficinas, centros comperciales, laboratorios genéticos…

Sociedad de la meritocracia y la superficialidad donde solo hay itinerario exterior,ambular por el patio de los objetos (Kusch, 1976), donde todo está expuesto en la trampa de la comunicación contínua, de la hiperactividad –prohibido abuirrirse, prohibido parar – que paradójicamente redunda en hiperpasividad detrás de la ilusión de que cuanto más activo se es más libre.  La hiperactividad es un síntoma del agotamiento espiritual, origina obligaciones y no libertad. La libertad se ha transformado en  coacción.La sociedad del rendimiento es también la sociedad de la drogadicción, en donde sus sujetos , emprendedores de sí mismos , se autoexprimen hasta el agotamiento por sobreabundancia, movidos por la angustia de no alcanzar las metas que creen haberse fijado. Yes, we can y si usted no puede es su problema, no de esta sociedad donde todos  podemos.

La positividad del poder es más eficiente que la negatividad del deber, dado que la represión, el castigo,  pueden generar rebelión mientras que el no poder por propio demérito deprime, desvaloriza. Nada es posible se complementa con todo es posible. A través de las nuevas tecnologías se manejan las emociones y los afectos. Hoy no consumimos afectos sino emociones. Estamos en una versión  moderna del mundo feliz que imaginó  Aldous Huxley (2007): aquí se va produciendo la programación y el control psicológico con las herramientas que aporta el Big Data – que supera al panóptico porque tiene una óptica de 360 grados – , a la vez que  se disciplina a los resilientes con fuerzas del orden cada vez más feroces. 

La aceleración de la comunicación  favorece su emocionalización

Lógica de la gratificación, banalización de  la amistad, que puede ser un me gusta en la página de Facebook. La ludificación del mundo de la vida somete la comunicación social, la educación, las actividades al modo juego: las clases, los discursos, todo debe ser divertido. No en vano asistimos a  la hipertrofia del thriller, de las comedias banales…

Se opera un tránsito de  la biopolítica a la psicopolítica (Han, 2013 y 2014).

EL  PODER DE LOS GÉNEROS

En este panorama, irrumpen con potencia arrolladora los feminismos populares y callejeros que discuten los basamentos  mismos sobre los que se fundan las sociedades actuales y las estrategias de poder. Combaten las necropolíticas que se originan en el trazo que divide vidas útiles y vidas desechables – consideradas como peligrosos excedentes: para eso  parten del “Aquí no sobra nadie“, enunciado por la Madre de Plaza de Mayo Nora Cortiñas, que implica que todo cuerpo vale. Fundamento no sólo de la lucha contra los femicidios si no también contra todo tipo de explotación dado que si todo cuerpo vale valen también los trabajos que esos cuerpos realizan (domésticos, comunitarios)  y a cargo mujeres en la gran mayoría de los casos. Ocultos, no visibles, pero imprescindibles para el cuidado y sostenimiento de la vida, la continuidad de la especie. Crean valor y riquezas sociales: ¿Quién se los apropia?. Apuntan a la médula del capitalismo al señalar que la mayor plusvalía se produce no por los bajos sueldos si no por ese trabajo impago cuyo volumen excede largamente la merma salarial; así,  patriarcado y capitalismo serían las dos caras de la moneda: no existe uno sin el otro.  

Pero van más allá: al plantear la legalización del aborto, discuten el concepto mismo de vida. Frente a la determinación biológica que defienden los grupos antiderechos afirman  que el deseo de maternar y la vida misma no deben depender de lo que denominan el azar biológico: si no se duda en operar el torcimiento de la biología  en mútiples aspectos que van desde los cultivos,las cruzas  de razas de animales, las cirugías y los tratamientos de fertilización, ¿por qué prohibirlo en una instnacia como el embarazo humano?  Se trata de poner límites a la posibillidad autonómica de las mujeres al decidir sobre la vida. 

Plena biopolítica. El cuerpo es una construcción política. Y, por lo tanto, cultural: la guerra contra las mujeres es una guerra por el sentido (Segato, 2016).

EL RETORNO DE LAS CULTURAS POPULARES

Resulta ineludible anclar las políticas en las culturas populares, que Gilberto Giménez Montiel (2017) define

como el conjunto de las configuraciones y procesos simbólicos, relativamente autónomos y diferenciados, que tienen por soporte al pueblo, es decir, a las clases que ocupan una posición dominada o subalterna en la sociedad; dichas configuraciones y procesos, que no son homogéneos sino extremadamente segmentados, son producidos (o reelaborados) en interacción constante —de carácter antagónico, adaptativo o transaccional— con la (alta) cultura de las clases dominantes y con la cultura mediática controlada por las mismas; y en sus dimensiones más expresivas se caracterizan por la escasa elaboración de sus códigos, lo que los hace fácilmente accesibles y transparentes para todo público. Dichas configuraciones y procesos pueden reducirse a tres tipos fundamentales, analíticamente diferentes, aunque de hecho interpenetrados o traslapados (por “interculturación”) en la práctica:

  1. La cultura popular tradicional (o tradiciones populares), de raigambre étnica o rural, producida por el pueblo y para el pueblo; 
  2. La cultura popular expropiada, o cultura programada “para las masas”, que se nutre de códigos populares pero cuyo control está en manos de los grupos dominantes, y
  3. La cultura popular excorporada, que consiste en los diferentes usos que los grupos populares hacen de los productos de los media (y de los recursos disponibles en su entorno inmediato) en la vida cotidiana, en función de sus intereses particulares y específico.

Debo señalar que esta afirmación no implica desatender los otros aspectos de la cultura si no de cambiar el eje. Se trata de fortalecer la “excorporación” y apoyar los procesos de resistencia del primer tipo al que habría que agregar ciertos rasgos de las culturas urbanas que también pueden considerarse tradiciones

PROGRAMAS DE PODER 

Cultura forma parte de programas y proyectos de poder. Tanto en una limitación elitista como en una concepción amplia. El árbitro del buen gusto, de lo que debe leerse-escucharse-verse y lo que ha de descartarse, sin duda ejerce un poder importante que – enunciado de un modo extremo – define lo que es humano y lo que queda afuera de la humanidad.

Todo programa de poder tiene un innegable sustento cultural y busca modificar culturalmente la realidad sobre la que se aplica. Aquí sí la cultura entendida como una forma integral de vida. Resultan notables las pugnas por la interpretación  de algunos acontecimientos claves : p.e. el Holocausto, la Guerra Civil española…

En la Argentina el bando triunfador de las contiendas civiles del siglo XIX, liderado  por Bartolomé Mitre impuso una versión de la historia, construyó héroes casi como hagiógrafos, elevó a categoría de próceres a personajes oscuros como Bernardino Rivadavia o racistas expresos como Sarmiento,  señaló réprobos y elegidos, instituyó un sistema educativo a imagen y semejanza del europeo sentando las bases de una colonización pedagógica que aún padecemos, y como si esto fuera poco creó uno de los diarios más influyentes del mundo de habla hispana: La Nacióncuyo fundador el propio Mitre concibió como “tribuna de doctrina”.

     Arturo Jauretche (2007) desnudó en su textos a lo que denominó la intelligentsia en Argentina y cómo sirvió a la instalación de un sistema político inserto en  la División Internacional del Trabajo, donde acata con mansedumbre un papel subalterno y  dependiente. Para ello establece circuitos de prestigio: 

  • la generación del 80 fue un claro ejemplo de este entramado en el siglo XIX
  • la acción de Borges y sus acólitos ocupando y manejando los resortes, la revista Sur que consagraban o hundían según sus preferencias y “roscas”…
  • los medios hegemónicos.

Es preciso señalar que todo movimiento político en la Argentina entraña y apunta/aspira a una transformación cultural, una modificación sustancial en la forma de vida de la población:

  • lo fue el radicalismo con Hipólito Yrigoyen que sube al poder tras conseguir el voto universal, secreto y obligatorio – y cae víctima del primer golpe militar en 1930 – ; las mayorías empiezan a tener participación  en la vida política del país y surge una clase media activa que poblará las universdiades públicas que posibilitó la Reforma de 1918; y en 1983 con Raúl Alfonsín que reinstituye los valores democráticos y produce el histórico y ejemplar Juicio a las Juntas Militares, de la sangrienta dictadura que asoló a nuestra patria;
  • el peronismo con Perón y Evita que logra el voto femenino acentuando  el protagonismo de la mujer y la organización de los trabajadores como factor de poder decisivo;
  • las dictaduras cívico-militares, que interrumpieron procesos democráticos, atentaron contra los intentos de autonomía  y persiguieron ferozmente expresiones críticas, instaurando la dependencia económica y la sumisión a la potencia dominante; 
  • el kirchnerismo que reasume los valores de independencia económica, soberanía territorial y justicia social del peronismo diluidos durante los  90, cuando un gobierno de ese signo se mimetiza con el neoliberalismo y fomenta la entrega del patrimonio y la subordinación, y se asiste a una estrepitosa decadencia radical,
  • el macrismo, que representa a los poderes hegemónicos y apuesta a un giro copernicano en las prioridades sociales, modernizándose en reversa al desarticular – o intentarlo – los logros de experiencias anteriores  usando la posverdad como ariete, combinando disciplinamiento  social con psicopateos psicopolíticos.

En todos los casos el Sector Cultura tuvo y tiene un rol innegable. Porque la batalla cultural no es un invento del siglo XXI.

ESTRUCTURAS, ELECCIONES y REALIDAD

A menudo la estructura del organismo y el diseño  del presupuesto tanto en el volumen total de los fondos asignados a cultura como  en la forma en que se distribuyen las partidas dificultan y hasta impiden el ejercicio de una política  basada en una concepción abierta de la cultura: nos tocó gestionar en un área ya estructurada donde el 50 por ciento del presupuesto  iba al teatro de ópera, aproximadamente un 25 por ciento se destinaba a los teatros oficiales, un 22 por ciento entre bibliotecas, museos y dos grandes centros culturales; ¡sólo un 3 por ciento  era para actividades socioculturales!. Por eso, es bastante común que al iniciar un período de gobierno se intente cambiar los formatos institucionales para adecuarlos a una concepción más afín. 

Actualmente se verifican funestos retrocesos  tanto en el espacio institucional del sector Cultura como  en el porcentaje de presupuesto asignado. Retroceso que se liga estrechamente con la paralización y/o destrucción de otros programas sociales: el neoliberlismo es ominosamente coherente.  

Conversando con Gustavo Arrieta, intendente de Cañuelas,  ciudad de la provincia de Buenos Aires.que se destaca por una política cultural que se despliega por todos los barrios con verdadero protagonismo de amplios sectores de la población,  yo subrayaba su lucidez al respecto con una concepción que no es común hallar. Sin embargo, comentaba él, son muchos los pares suyos que entienden la política cultural en este sentido  pero no siempre pueden ponerla en práctica porque a veces no cuentan con la gente necesaria para ejecutarla y no dan los tiempos de gestión para formar ese equipo.  

El  político sagaz  que entiende el valor de la cultura como vector de inclusión e integración comunitaria que a la vez vigoriza lo propio  no deja de lado el cálculo electoral. Por lo común el dirigente piensa en Cultura solo como la oportunidad de sumar votos y elige programar espectáculos masivos ignorando quizás que no hay una traslación directa del sufragio  del espectador al candidato que organiza el espectáculo: al respecto nos tocó participar a fines del siglo pasado de una campaña donde el intendente en ejercicio competía para continuar ; optó por los recitales masivos con músicos populares – no fue la propuesta que hicimos nosotros –   que se llenaron de público que, cuando se pronunciaba el nombre del funcionario por los altoparlantes, silbaba y abucheaba estruendosamente … perdió con comodidad. Es que la segunda parte de la ecuación no funciona sin la primera: Cultura ayudará a ganar elecciones si contribuye a que la gente viva mejor, en comunidad, con un sentido.    

Pensemos en el doble sentido de «política» como los procedimientos de lucha por el poder con algunos aspectos negativos de la confrontación ideológica; y, por otro lado, la acción del gobierno y sus programas de intervención. En general, los grupos hegemónicos intentan degradar a los políticos acentuando siempre el primer aspecto y amplificando – inventando también – los episodios de corrupción (que existen, claro que sí) con el objetivo oculto de controlar – cuando no impedir –  el segundo sentido: el desarrollo de programas públicos que contraríen sus intereses.     

Es frecuente el error de oponer la política realista a la política idealista. Error que proviene de confundir al político practicón con el realista. El practicón que es un simple colector de votos o fuerzas materiales. El realismo consiste en la correcta interpretación de la realidad y la realidad es un complejo que se compone de ideal y de cosas prácticas[…] Ni escapa al círculo de los hechos concretos por la tangente del sueño o la imaginación, ni está tan atado a lo concreto que se deja cerrar por el círculo de lo cotidiano al margen del futuro y el pasado. Para una política realista la realidad está constituida de fines y medios, de antecedentes y consecuentes, de causas y con causas. (Arturo Jauretche, 2006)

El político “practicón” pierde la dimensión ideológica, se extravía en las prebendas de un cargo y es el que a menudo cae en la corrupción – que se le suele achacar a toda la clase política. Sin ese componente idealista – pero de ideas que van de y vuelven a la realidad – la política (y cualquier actividad humana) carece de sentido. 

Y atención que la política implica intervenir y actuar en los conflictos. No hay sociedad sin conflictos: ésas solo existen en Disney World, en los parques temáticos.  Si negamos los problemas, no los resolveremos nunca. Y la política es un camino para buscar soluciones. Claro que hay cosas sucias pero es inevitable donde se disputa poder. ¿O acaso no pasa dentro de una familia, una empresa, una escuela? 

COLONIZACIÓN Y (OTRA) TRÍADA

Entonces las políticas culturales deben plantearse dentro de un contexto social y político claramente definido. Contexto fuertemente determinado por lo que Peter Drucker denomina postcapitalismo, etapa en que la tecnoeconomía – vacía de una cosmovisión filosófica universalizante que apunte a satisfacer las necesidades humanas – ha producido severos desajustes y tensiones entre:

  • la economía real y la simbólica
  • mercados mundiales y poderes políticos solo nacionales o regionales (Bolívar, 2008).

Acá se completaría otra tríada: así como hay una relación directa entre patriarcado y capitalismo no hay capitalismo sin colonialismo. Porque se trata, sin duda, de una ideología de dominación. Boaventura de Sousa Santos (2009) lo denomina  postcolonialidad, en  la necesaria admisión que el colonialismo no terminó con las guerras de independencia del siglo XIX, sino que ha permanecido cambiando sus inspiradores, sus máscaras y aún sus beneficiarios. Eso sí: las víctimas son siempre las mismas. 

¿Qué es colonización? Colonización en cualquier diccionario significa:

  • dominar un país o territorio con pobladores de otra región,
  • también puede ser económica, 
  • política,
  • violenta o no violenta,
  • cultural. 

Sobradas muestras tiene la historia de las primeras acepciones. Desde la conquista de América, África y Asia por las potencias europeas hasta la actual preponderancia de Estados Unidos. Gobiernos títeres, recetas económicas, comercio,    se imponen por la fuerza de las bombas, el chantaje dolarizado y la persuasión de las industrias culturales y los medíos de comunicación: por ejemplo, Estados Unidos bombardea sin piedad Irak, Afganistán, Siria, matando miles de personas y nos venden  “héroes” luchando contra hipermalvados terroristas a los que no vacilan en torturar de todos los modos posibles para obtener la información necesaria para “salvar a América” (que, en realidad, nunca estuvo en peligro si no es por acción de sus propios criminales organizados y/o psicópatas desquiciados de nacionalidad “americana”).

Y aquí entramos en el terreno de la última noción: la colonización cultural. En términos de Arturo Jauretche (2008): la colonización pedagógicael proceso a través del cual los intelectuales y también la gente común de un país acepta como válidas premisas que no sólo poco o nada tienen que ver con su realidad concreta sino que atentan contra la posibilidad de desarrollo autónomo del país.”

Nosotros comprobamos esto todos los días con:

  • el bombardeo de los monopolios multimediáticos, que construyen realidades falsas al servicio de las oligarquías y contra cualquier conquista popular, naturalizando concepciones que perjudican en general a los más débiles como la división internacional del trabajo, el “siempre habrá pobres” ratificado por sesudos analistas, etc.
  •  la instalación de círculos de prestigio que cierran el paso en academias, universidades, museos, medios de difusión a intelectuales, artistas, actores y concepciones que refieren a las culturas profundas de América y a intereses contrapuestos al poder hegemónico.

Por eso, las políticas culturales y su gestión no deben atenerse a la aplicación de meros mecanismos, tal como señala Jauretche (ibíd.):

El problema que tenemos por delante no es un problema técnico: es un problema de mentalidad, los llamados técnicos pertenecen a la mentalidad anti-nacional y nunca posibilitarán una política de conjunto porque ésta tiene que revisar todos los fundamentos de su técnica que es la técnica del colonialismo.

Nos movemos, además, en el terreno de la diversidad. Diversidad que implica necesariamente la interculturalidad, que no es solo una cuestión cultural sino también una cuestión política.  

La política, insisto, que debe considerar la Identidad Cultural, del pueblo al que ha de servir. Aquí hay que partir de un concepto dinámico con un anclaje fuertemente latinoamericano y, a la vez, local, dejando de lados las concepciones esencialistas, pero no sin considerar la existencia de ciertas matrices que se van desarrollando históricamente. Si bien concebimos las tradiciones como lo que nos vincula con un pasado desde el que nos reconocemos y construimos, no se trata de esencias estáticas e inmutables. Y por cierto que no toda tradición es buena: es muy común encontrar yacimientos de prejuicios, barreras para la comprensión y la integración, para el reconocimiento del otro legítimo en convivencia.  A menudo se contraponen desde las tradiciones valores ancestrales: unos que favorecen el desarrollo humano y otros que claramente lo limitan: la decisión cultural – que es social y política – determinará hacia donde se inclina el fiel de la balanza. La identidad se juega en una dialéctica de permanencia y cambio.

HETEROGENEIDAD Y CONFLICTO 

Me pregunto para nuestros territorios: ¿Qué porcentaje hay de población urbanizada y suburbanizada con la problemática correspondiente? ¿Qué tan elevado es el número de inmigrantes de otros países y de los migrantes internos, que traen y tratan de desarrollar sus pautas culturales?¿Cuántas etnias diferentes habitan el territorio? ¿Es   culturalmente homogéneo o es pluricultural y heterogéneo?

La heterogeneidad y la diversidad no son un problema, sino que constituyen la base de la democracia. Culturas en contacto suponen intercambio y enriquecimiento mutuo si no se intenta la homogeneización imponiendo una cultura sobre las demás. Por cierto que no se trata de convivencias idílicas: hay entendimientos y pugnas de poder, aceptaciones y rechazos, encuentros y desencuentros, amistad y rivalidad, apertura y cerrazón, visiones del mundo antagónicas… Pero también más opciones, más puntos de vista para encarar la existencia, más soluciones posibles. La diversidad no es un limbo donde flotan las identidades en estado de gracia, sino que es un espacio en donde se juegan a fondo las diferencias, pero no para eliminarse sino para su reconocimiento y aceptación. La diversidad leída en clave de interculturalidad.

Por eso no hay que temer al conflicto: el espacio cultural es un campo atravesado por las intervenciones de actores e instancias que están en conflicto continuo. Negar el conflicto sería negar la  dinámica propia de la cultura y de la democracia.

En nuestros países  hay que pensar las políticas culturales y su gestión en función  de la inclusión social porque no tenemos opciones: una gestión que opere con un sentido restringido (artes, literatura, patrimonio, espectáculos)  contribuye a ampliar las brechas en lugar de saldarlas. Por más que un buen desarrollo de dichas actividades, mejore la circulación económica e incorpore más gente al circuito producción-difusión- consumo. Pero ser ciudadano no es lo mismo que ser consumidor: y la cultura resulta fundamental a la hora de construir ciudadanía. Por eso, los enemigos de nuestros pueblos ningunean, bastardean, reducen. La malhieren e intentan sepultarla para que se amplíe el paradigma desde del cual se actúa, para obturar el diálgo de nuestras comunidades con el universo.

 

* Artículo publicado originalmente en 2019 como parte del libro Gestión Cultural en la Argentina


Referencias bibliográficas

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Han, Byung-Chul (2014). Psicopolítica, traducción de Alfredo Bergés. Barcelona: Herder.

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Giménez, G. (coord.) (2017). El retorno de las culturas populares en las ciencias sociales, primera edición. México: UNAM, Instituto de Investigaciones Sociales, Introducción, pp. 9-51.

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Jauretche, Arturo (2006). Manual de zonceras argentinas. Buenos Aires: Corregidor.

Jauretche, Arturo (2007). Los profetas del odio y la yapa. Buenos Aires: Corregidor.

Kusch, Rodolfo (1976). Geocultura del hombre americano. Buenos Aires: García Palmeiro.

López, María Pía (2019). Conferencia en Jornadas de Reflexión, Departamento de Humanidades y Artes, Universidad Nacional de Avellaneda, 12 de marzo de 2019.

Pichon-Riviére, Enrique (2003). El proceso grupal. Del psicoanálisis a la psicología social. Buenos Aires: Nueva Visión, segunda edición.

Santillán Güemes, Ricardo (2003). “El campo de la cultura”, en H. Olmos y R. Santillán Güemes, Educar en cultura, Buenos Aires, CICCUS, primera reimpresión.

Segato, Rita (2016). La guerra contra las mujeres. Madrid: Traficantes de sueños.

Yúdice, George (2002). El recurso de la cultura. Barcelona: Gedisa.

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