De la presencia
Este artículo forma parte del ciclo «REPO – Relatos Polifónicos de la música en pandemia». Hasta fin de año, distintas voces latinoamericanas registran el impacto de la crisis en la industria de la música en tiempo real. REPO es un proyecto coordinado por Cecilia Salguero y Carlos Sidoni. Este artículo en particular contó con la corrección de Ivana Romero. La foto de portada es de Dante Martínez.
19 de junio de 2020
En algún momento del siglo pasado, misteriosas fuerzas impulsaron, instalaron y consolidaron un modelo de industria de la música, una mirada, una forma de hacer las cosas en la que más era igual a mejor. Y bajo ese halo o esa peste se organizó tanto el mainstream como la independencia, o la hace años marketinizada autogestión.
Empiezo de nuevo: en verdad, nada misterioso había en estas fuerzas, sino más bien la lógica de la acumulación, la usurpación de la plusvalía, o menos formalmente, la apropiación -por parte de unos pocos- de los cuerpos, de las energías, de los saberes, del tiempo de todxs, de las mayorías, de la naturaleza y del planeta entero. “Un fantasma recorre Europa” decían Marx y Engels, y un fantasma conquistó el mundo, sí… claramente no fue el marxismo.
Puestxs a pensar el tema que nos convoca, reconozco tener un notable desinterés por “la novedad”; supongo que porque la mayor atracción que tiene para mí esto que llamamos música, en y más allá de la industria de la música, es su carácter fenomenológico como acontecimiento; relacional como experiencia compartida; mágico, por qué no decirlo (y por favor no me malinterpreten, que al decirlo quiero sacudir las raíces de esta palabra que en su origen nombraba “algo” del orden de lo sobrenatural). ¿Acaso escuchar y hacer música no va más allá de lo que podemos comprender? ¿Acaso no es todavía un misterio lo que le pasa a nuestros cuerpos con la música? ¿Sus efectos físicos, emocionales, neurológicos, sensibles, intangibles?
Sí… me voy más allá de nuestros tiempos… Pienso en la música antes de que la llamemos música. Demasiado lejos dirán, y es cierto, desde nuestra aplanada, chata e impropia perspectiva lineal del tiempo.
De una mujer que admiro, aprendí que en aymara, como en otras lenguas, culturas, epistemes de estas tierras, el tiempo no se comprende ni se nombra desde una perspectiva lineal. Silvia Rivera Cusicanqui abre su libro Sociología de la imagen. Miradas ch´ixi desde la historia andina con la frase “Qhipnayra uñtasis sarnaqapxañani” que allí mismo traduce como «mirando atrás y adelante (al futuro•pasado) podemos caminar en el presente•futuro».
Esta concepción del tiempo, que es un placer indagar leyendo los libros de Silvia –o escuchándola-, encarna una percepción del tiempo circular, cíclico, espiralado, en la que el pasado está “delante” porque es lo que ya conocemos, lo que podemos ver; mientras el futuro se lleva en la espalda, viene “detrás”, porque no lo conocemos aún, no lo podemos “ver”, porque todavía es lo desconocido y por venir.
En esta percepción en la que el tiempo, como el universo, se mueve en espiral, cada vuelta abre un nuevo surco a la vez que recorre algo de la vuelta anterior, de todas las vueltas anteriores. Incorpora así “la novedad” viviéndola en sus posibles superposiciones y tensiones con “lo pasado”, como si al menos por un instante pudiéramos acercarnos al presente, habitarlo y atender a su espesor, a su volumen, a las múltiples capas de sentido que coexisten en un momento de manera simultánea y muchas veces ambivalente, hasta contradictoria. Desde que el mundo es mundo, lo nuevo coexiste con lo pasado de múltiples maneras y con múltiples tensiones.
Si observo así este hoy, puedo dar cuenta de nuestro estar en las redes, de cierta primacía y expansión de lo digital; pero no por eso acatar su absoluto: la pretensión de instalar la idea -afirmándola como indiscutible-, de que sólo seremos ahí, en este “acá” digital.
Pase lo que pase existe un “más acá”, más próximo y concreto: el del cuerpo mismo.
Entonces puestxs a imaginar escenarios post aislamiento, veo y me abrazo a lo mejor de lo que hasta ahora tuve la oportunidad de conocer. Y eso fue la experiencia de la música con otrxs, junto a otrxs.
Ciertamente, el presente indica que en lo inmediato ese junto a otrxs no será como antes. ¿Pero qué es lo que ya no será?
Me entusiasma la posibilidad de que muchos patrones (en ambos sentidos de la palabra) se hayan perdido, resquebrajado. Que ese imaginario en el que más es mejor haya estallado en mil pedazos y entonces ya no se trate de “crecer” conquistando nuevos públicos, nuevos territorios, sino de hacer familia, tribu, comunidad, red. Ir menos hacia lo ancho, lo expansivo, lo masivo y más hacia lo pequeño, lo cercano, lo vincular, las redes de relaciones humanas, el entramado. ¿Podemos pensar en menos conciertos de miles y miles de conciertos de menos? ¿Qué sería lo necesario, lo imprescindible para que la música en vivo sea? Sea, sin necesidad de multitudes como una forma de legitimación.
Desde ya, para que un proyecto musical sea sustentable no hacen falta miles, menos aún millones. Muchas experiencias prepandemia lo demuestran. Sí, pienso en Gabo Ferro y sé de Gabo; pero pienso también en otrxs que no sin esfuerzo y a fuerza de música, han fundado su quizás pequeño territorio en este gran planeta, e inventado nuevos sistemas de múltiples soles con un cuerpo presente y latiendo en un lugar, a la vez que conectados en nodos que abren la trama a otros lugares y territorialidades.
En estos años de trabajo junto a Gabo aprendí mucho de su presencia. Antes de cada concierto, muchos días antes, el acompañar su preparación. Su estricto guardarse para ese día del encuentro. Su entrar al escenario, su abrir un espacio sin tiempo en el que estamos ahí, solxs y acompañadxs; solxs con nuestro cuerpo y nuestra historia, juntxs en el lado a lado, en la cercanía de esos cuerpos que se reúnen en un momento y lugar, ocupando con nuestras presencias el silencio necesario para que el artista y su música, o la música y su artista, hagan su tarea.
Cada vez que en un concierto Gabo canta la palabra “dolor” en el estribillo de la canción “Soltá” algo intransferible me sucede. Yo no sé lo que le pasa a la persona que está sentada al lado, cerca. A la que está a un metro y medio, a dos. A la que está a 5, a 10, a 20. Sí sé del silencio que en ese momento compartimos para cobijar la escucha y lo que en cada unx pasa.
Eso extraño. O más bien, eso me (hace) falta en estos días. Pero no lo digo con tristeza, más bien al contrario. Eso extraño con una profunda vitalidad, con la íntima tranquilidad de saber posible la alegría de nuestros encuentros, fuera del alcance y los efectos de la pandemia, las crisis, las miserias, los dolores o el dolor. Signada sólo por nuestra vital necesidad de encontrarnos, y agrego, cuidarnos. Cuidarnos juntxs en el encuentro. Cuidarnos el cuerpo físico, sí, y cuidarnos también en todo lo demás, lo que no se ve, y no por eso puede prescindir de atención y cuidado.
En esta noche en la que es mucho lo que no vemos ni sabemos, lo que queda en el plano de lo incierto, de lo que no podemos saber porque aún no es; también hay cosas que nuestros cuerpos saben, y ellas son como las estrellas que orientaron a la humanidad desde el comienzo de los tiempos. Para algo deberá servir esta noche.
Agradezco las herramientas y los beneficios que la digitalia nos trajo y que aprendimos a utilizar y de algún modo también a habitar. A la vez que me reservo el derecho a seguir creyendo y apostando al encuentro con lxs otrxs, y a hacer lugar para lo que sólo en ese encuentro acontece. Ustedes disculpen, no veo inocencia en los discursos que anuncian el exilio a lo digital para las artes, para nuestras formas de ser y hacer culturas. Veo relaciones de poder desiguales, prácticas monopólicas, homogeneización bajo ciertos modelos estandarizados, a la vez que la atomización de las posibilidades de circulación de todo aquello que no sea impulsado por esos actores organizadores de la digitalia, que son sólo unos pocos, y que imponen sus condiciones a todos los demás. No veo nada nuevo ahí, nada novedoso, veo una nueva versión de la misma historia de siempre.
Llegado este punto, es inevitable preguntarse por el mundo digital que queremos habitar y abrir el diálogo con las múltiples iniciativas y proyectos que trabajan en variantes más democráticas y justas en la circulación y distribución de contenidos, recursos y financiamiento en el ámbito digital.
Frente a los pronósticos absolutos y “la nueva normalidad” digitalizada que muchos proclaman, prefiero caminar el camino, y caminarlo junto a otrxs. Porque creo que es así que daremos con mejores formas de encontrarnos, cuidándonos entre todxs todo, enterxs, presentes, bajo un cielo oscuro, puede ser… pero tan oscuro como pleno de estrellas.
Breve epílogo (10 de diciembre de 2020)
“El futuro se lleva en la espalda, viene ´detrás´, porque no lo conocemos aún, no lo podemos ´ver´, porque todavía es lo desconocido y por venir”.
Este texto fue escrito en junio. No sabía entonces que el último recital de Gabo ya había sido en el querido Club Cultural Interlunio, que no habría más de eso en esta vida y que quienes amamos a Gabo y a su enorme obra íbamos a ser lanzadxs a un abismo todavía más grande que el de la incertidumbre y el desconcierto de aquellos primeros meses de aislamiento. No sé cómo va a ser la vida sin Gabo, a la vez sé que no será nunca sin él.
“Faltará, pero no estará ausente” escribió en su Recetario panorámico elemental fantástico & neumático. Como siempre, Gabo amorosamente un pasito más adelante, agarrándonos fuerte de la mano, con estos versos y otros tantos de sus canciones, invitándonos a andar esta tristeza, este terror sin asustarnos, confiadxs en que sólo andando nuestros propios pasos -que nunca estarán solos-, se podrán revelar las muy diversas formas en las que lxs humanxs podemos experimentar la vida, aceptar la muerte, trascender en el amor.
“Estuve estoy estamos estarás”. Dedico este texto y cada día a Gabo: gracias siempre.
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