«La cultura es un campo de posibilidades» Entrevista a Jazmín Beirak Ulanosky sobre el poder transformador de la cultura y las políticas culturales.
Cultura ingobernable es el título del libro de Jazmín Beirak, editado por RGC. Título, por cierto, inquietante y provocativo si los hay.
Jazmín Beirak Ulanosky es española, hija de inmigrantes argentinos, pero con raíces ucranianas y lituanas. Es historiadora del arte, gestora cultural e investigadora en políticas culturales. Entre 2015 y 2024 fue diputada portavoz de cultura en la Asamblea de Madrid por Más Madrid. Actualmente es directora general de Derechos Culturales en el Ministerio de Cultura de España y a través de esta publicación desafía nuestras concepciones tradicionales y propone repensar y ampliar nuestra visión de la cultura, invitándonos a tomarla como un universo mutable, contradictorio y en permanente expansión, que se resiste a definiciones cerradas y políticas rígidas.
En el mes de septiembre, al igual que Jazmín Beirak, RGC se hizo presente en el Congreso Uruguayo de Gestión Cultural, Siembra Cultura y conversamos con la autora sobre esta obra literaria que no debe faltar en ninguna biblioteca.
MODELOS DE POLÍTICAS CULTURALES
Entre otros tantos asuntos, el libro pone de relieve, en principio, dos modelos de políticas culturales. Una, que es la institucionalización de la cultura y otra que podría llamarse más mercantilista, desde una perspectiva del mercado o de las industrias culturales. Beirak sostiene que “la política cultural exitosa es aquella que pierde el control sobre la propia cultura”.
Esto puede ser visto como un pensamiento liberal, pero ¿desde qué perspectiva la autora hace esta afirmación?
En el libro efectivamente se plantean dos modelos clásicos de política cultural. El de la institucionalización, que podríamos hablar del modelo francés iniciado con el Ministerio de cultura francés de Malraux y el modelo anglosajón. Cada uno con sus puntos positivos y sus puntos ciegos.
El modelo de institucionalización aporta un compromiso público en relación con la cultura, con presupuestos, con organismos especializados en cultura, con políticas. Podríamos decir que con este modelo de institucionalización de la cultura tenemos recursos, un compromiso público, pero a costa quizás de cierta sobredeterminación de lo qué es la cultura. O sea, de mayor marco para la injerencia política, para la tutela política, para el dirigismo cultural.
En cambio el anglosajón no dispone de toda esa infraestructura y decide delegar en la sociedad civil, entre comillas, mercado en su mayor parte en pro de una libertad. Este modelo vendría a decir: yo te libero de estas conscripciones en pro de una libertad, una libertad que sabemos que es la libertad del mercado en la cual consigue salir adelante aquello que se mueve en esos códigos, aquello que no tienen la garantía de los derechos culturales en el centro, sino que consigue funcionar en términos de mercado o captar recursos por por inversores privados.
Ambos modelos coexisten…
Exacto, estos dos modelos evidentemente no existen en la actualidad de manera pura, sino que son modelos, digamos, teóricos. Nos llevan a una falsa disyuntiva: elijamos entre recursos y tutela o libertad y fragilidad, libertad y, digamos, falta de recursos. Yo creo que esto es falso. Creo que esta elección no tiene por qué ser así, sino que, al contrario, necesitamos recursos y libertad, o mejor dicho necesitamos recursos que garanticen la libertad y la independencia, entendiendo que la libertad o la independencia es lo que facilita la proliferación cultural.
Dicho de otra manera, creo que tiene que haber un compromiso público con la cultura a nivel de presupuestos, organismos, etc, pero cuya finalidad sea precisamente favorecer la autonomía, la libertad, el funcionamiento del tejido social de lo que está fuera de la institución. La misión de las políticas públicas es generar las condiciones para que los proyectos que se que se desarrollen en el tejido social ciudadano, en la sociedad civil puedan desarrollarse y que las personas podamos tener una vida cultural plena, Es decir, favorecer desde la institución, para que exista y que prolifere lo que está fuera de la de la institución, aunque parezca paradójico. Cuanto más desborde la propia institución, cuanto más se consiga que lo que hay fuera sobrepase la acción institucional, podríamos decir que esa es la vara para medir a una política institucional exitosa.
¿De ahí el título del libro?
Claro, porque al final gobernar la cultura es generar las condiciones para esa ingobernabilidad, para esa proliferación de la cultura, para esa reapropiación de la cultura por parte del tejido social. Esto en definitiva es el hueso verdadero de este asunto. Pasa necesariamente por una cesión o una distribución de poder y recursos culturales. Una redistribución de la posibilidad de intervenir en cultura, de definir lo que es la cultura, de gestionar la cultura, de diseñar las políticas culturales por parte de las mayorías sociales o de aquellos sectores que no tienen actualmente la hegemonía. Creo que esto es lo primero.
Es difícil porque la política se caracteriza por acumular poder y acumular recursos. Pero aquí precisamente se trata de redistribuirlos. Si queremos apostar por una democracia cultural igual que si queremos apostar por una democracia, hay que distribuir poder y recursos. En este sentido creo que la posición desde la cual se enuncia este modelo no es tanto una posición liberal, sino de radicalización democrática, de participación profunda del tejido social.
CULTURA Y POLÍTICA
El libro también aborda la relación, y la necesaria comunión, entre cultura y política. Puntualmente se expresa que «el hacer político no tiene que ver con otra cosa que hacerse cargo de los asuntos comunes y que hoy en día la cultura puede abrir para ellos espacios mucho más transversales que el ámbito de lo que por tradición se define como estrictamente político»
¿Que se necesita hacer para que la cultura abra y ocupe esos espacios que, como vos bien decís, se definen como estructuralmente políticos”.
Creo que cuando hablamos de cultura, hablamos de algo que es indisociable de la comunidad, y la comunidad es indisociable de lo político. Desde experiencias que son tan personales como ponernos en la piel de otras realidades a través de la creación artística, de compartir espacios, de disfrute, de bailar, de cantar, de ver representaciones, de compartir proyectos. Me refiero a estar en una banda, en un grupo de teatro, de gestionar espacios. Todo ese ámbito de la cultura nos lleva de alguna manera a ir hacia hacia los otros, a hacer cosas con los demás. Ese hacer en común está indisociablemente relacionado con la política.
Hay un gran problema con y en lo político: hoy en día no hay tanta necesidad de encontrarse con el otro, sino de afirmar posiciones propias. Las identidades están predefinidas, las posiciones están claras y la conversación es mucho más difícil.
Entonces creo que precisamente a través de los espacios culturales, se puede abrir ese hacer con los demás. Se puede abrir esa convivencia, con lo diferente. Eliminar los fantasmas del estar con el otro, deja de convertirse en el fantasma.
Parece sencillo pero no lo es…
No lo es, pasa por una negociación, por un estar con posiciones o con perspectivas distintas con las que hay que componerse. En ese sentido, creo que esa potencia que tiene la cultura para hacer comunidad es fundamental. Además, una potencia que en realidad surge espontáneamente. Estamos hablando que nos encontramos ante unas sociedades totalmente individualizadas, donde los vínculos están rotos, donde la cultura parece como un milagro.
Siempre la idea de comunidad aparece como milagro. Tenemos que construir comunidad y restaurar esas relaciones sociales rotas. Pero eso no es algo que se decrete ni que se diga ni que se haga mágicamente, sino que se hace compartiendo procesos, proyectos, momentos de placer, momentos de pasión, y eso lo tiene la cultura. Entonces creo que la cultura muchas veces llega donde no llega la política. Y además, también creo que hay otra relación fundamental que es la posibilidad que tiene la cultura de favorecer procesos de autoorganización social. Me gusta mucho insistir en eso. En cómo a través de bandas, de grupos de música, de orquestas, de clubes de lectura, de personas que se organizan para jugar juegos online, para no idealizar solo algunas prácticas culturales. Es decir, de cualquier organización social a través de la cultura, lo que se está haciendo es vertebrar el tejido social y cohesionar ese tejido, es densificar el tejido social, y creo que eso es fundamental para una sociedad democrática y para una politización de la sociedad.
Porque al final, cuanto más denso más vertebrado, más activo esté el tejido social, más capacidad va a tener de intervenir en aquellos asuntos que trascienden lo cultural y de tener una posición en la esfera pública en los debates públicos.
Por eso creo que la cultura es como un caballo de Troya para politizar la sociedad. Esta es una imagen muy ilustrativa de cómo, a través de la cultura, podemos fortalecer este hacer en común, podemos fortalecer este lugar de enunciación, podemos fortalecer esa práctica colectiva, pero no porque vinculamos mensajes, eslóganes, que es lo que a veces se piensa cuando hablamos de politizar, sino porque lo que se interviene en la organización material de la sociedad, en cómo se articulan las relaciones sociales.
Entonces, en ese sentido, me parece que la cultura tiene un campo privilegiado y que se traslada a políticas que tienen que ver con favorecer espacios de proximidad, con cultura comunitaria, con participación ciudadana y con toda una declinación de políticas concretas que creo que van en ese sentido.
LAS PROPIEDADES “CURATIVAS”DE LA CULTURA
Pero la cultura no necesariamente nos hace mejores. Y esto dicho así suena inquietante. ¿A qué te referís específicamente con esta afirmación?
Creo que a quienes nos interesa la cultura, el campo cultural, muchas veces tenemos la necesidad de revalorizar el término cultural y decir que la cultura nos hace buenas personas. Lo que pasa es que la historia de la humanidad tampoco avala esta hipótesis, porque hay grandes ejemplos de sociedades donde el arte tenía un lugar importante y no eran más igualitarias, ni más justas, ni más solidarias, ni más amables. Incluso, cuando se asocia indisociablemente la cultura, por ejemplo, a la igualdad no parece serlo o por lo menos no lo tenemos tan claro actualmente.
¿Por ejemplo?
Las políticas culturales lo que hacen es favorecer y ensanchar la brecha de desigualdad repartiendo recursos culturales entre quienes ya los tienen y dejando fuera a quienes no. Por lo tanto, ahí la cultura en realidad está segregando mucho más la sociedad. Entonces, en ese sentido, creo que no es cierto que la cultura per se nos haga buenas personas, ni buenas sociedades, ni que su mera existencia ya genere como paraísos de concordia, y tampoco que la cultura lo puede todo.
La experiencia de Brasil es un caso…
Exacto. En el último capítulo del libro se habla de la experiencia de Brasil, que para las personas que nos interesa la política cultural es uno de los grandes referentes que hay. Llegó Bolsonaro ¿y qué pasó? ¿Qué pudo la cultura? Bueno, pudo mucho, pero tampoco puede todo. ¿no? Yo creo que también es interesante poner esos límites. Entonces a mí me interesa más la idea de la cultura como un campo de acción, un campo de posibilidades que en realidad lo que nos permite es preguntarnos sobre las cosas y de todas las maneras posibles para poner todo en cuestión y ensanchar lo existente, desestabilizar la sociedad. Salir de los automatismos que tengamos en cada época. Construir permanentemente significados y ensanchar los significados. Creo que eso es lo que permite la cultura, pero eso no quiere decir que la cultura nos conduce necesariamente hacia algo bueno o a algo malo, sino que tiene esa potencia. Entonces, si tuviera que decir cuál es la principal aportación de la cultura, es precisamente mantener en movimiento las cosas, mantener la vida en movimiento y permanentemente, ayudarnos a construir nuevos horizontes de lo posible. De lo posible a nivel imaginario y de lo posible a nivel material. Creo que esa es la principal aportación.
¿Cuál es entonces el poder de la cultura?
Hay una analogía que a mí me sirve mucho para explicar cuál es el poder de la cultura, la importancia de la cultura. Me gusta decir que queremos el pan y queremos las rosas. Es decir, no queremos estar restringidos a una vida totalmente sometida y subalternizada al trabajo. Queremos desarrollar otras experiencias. Pero el hecho de usar el término rosa se usa como sinónimo de belleza, como que la cultura es lo bello, lo espiritual lo que nos aporta en ese sentido.
Otra analogía floral que me parece más interesante, es la de un escritor keniata que se llama Ngũgĩ wa Thiong’o quien dice que la cultura en una sociedad es como las flores, pero no porque sean bellas y hermosas, sino porque tienen las semillas que van a generar nuevas plantas y nuevas flores. Creo que esa es de alguna manera la principal potencia de la cultura. Poder permanentemente generar esas condiciones de posibilidad, de horizontes, de construcción colectiva, como decíamos antes, porque la cultura tiene una dimensión importante de comunidad.
Ahora, creo que las políticas culturales son importantes en este sentido, porque esas posibilidades de ese campo cultural, podrán ser más abiertas o más estrechos, participará más o menos gente, se basarán en conceptos más amplios o más restringidos, también en función de las políticas culturales. Pero yo diría que la cultura es un campo de posibilidades, y la política cultural es lo que nos permite, de alguna manera, sacar la mayor potencialidad posible de ese campo cultural. Entonces es una de las funciones más importantes de las políticas culturales, y estas sirven para que la cultura realmente pueda desarrollar un papel de transformación social y de apertura permanente.
LA IMPORTANCIA DE LAS POLÍTICAS CULTURALES
Respecto a la importancia de las políticas culturales, quienes integramos el ecosistema cultural estamos permanentemente hablando y reivindicando su importancia, muchas veces sin demasiado éxito. ¿Por qué consideras que no se le da importancia y qué deberíamos hacer para cambiar esta visión?
Creo que aquí hay dos cuestiones. La primera, sobre la falta de relevancia, creo que es una de los principales problemas que tiene en la cultura: una falta de relevancia política mediática, y la más preocupante es la social. Incluso la propia ciudadanía siente que la cultura no es algo que le afecte, sino que es algo del sector cultural. Cuando precisamente la cultura es lo que nos caracteriza de alguna manera. Es una de las cosas que nos define como seres humanos, pero esa sensación de que las cosas de la cultura son de la gente del mundo de la cultura, lo cual está detrás de los problemas que tiene el tejido cultural.
Por otro lado está la deslegitimación de las políticas culturales, es decir, si la gente no siente que la cultura es algo que le afecte, pues las políticas culturales tampoco le importarán y tampoco se podrá entonces justificar ni legitimar los presupuestos en cultura por la propia sostenibilidad del sector. Si no hay gente que ame la cultura, que se sienta interpelada, pues los proyectos culturales tendrán que sobrevivir únicamente con la financiación pública. Y lo más importante o que más me preocupa es que si hablamos de la cultura como un campo de transformación social, como decíamos antes y si solo los sectores más privilegiados pueden realmente desarrollar una vida cultural plena, pues mucha transformación social tampoco va a haber.
Entonces a mí esta cuestión de recuperar la relevancia social de la cultura, reconectar la cultura con el interés social con mayorías sociales me parece el objetivo prioritario.
Está bien, pero ¿cuánto hay de responsabilidad en las propias políticas culturales?
Yo creo que entre las razones que hay de esta falta de relevancia probablemente está el hecho de que la cultura es como el aire, como el agua y al final, tampoco le das mucha importancia. Pero también creo que las propias políticas culturales son responsables de haber usado la cultura como un recurso, de dirigirse exclusivamente al sector profesional, de privilegiar la producción en lugar de la mediación, la educación, la participación. Todo eso creo que ha generado esa distancia social.
OTROS MOVIMIENTOS, TAMBIÉN CULTURALES
Gonzalo Carámbula decía que el sector cultural debería aprender, por ejemplo del movimiento ecologistas… Podría agregarse el del feminismio ¿Coincidís?
Sí. Me gustan las experiencias del feminismo y ecologismo. Creo que si tuviera que rescatar una idea, la que me parece más interesante es que son movimientos que han logrado, gracias al activismo, al trabajo colectivo y también a las coyunturas, salir de enfoques puramente sectoriales. Salir solo de ser percibidos como algo sectorial, que tiene que ver con las cuestiones de mujeres, que tiene que ver con los osos polares y se han convertido en una matriz con la cual intervenir e interpretar la realidad y ofrecer soluciones.
Es decir, creo que los debates contemporáneos que tienen que ver con los usos del tiempo, con los cuidados, con nuestro modelo productivo, con la configuración de las ciudades maman y derivan directamente de las respuestas que el feminismo y el ecologismo dan a problemas contemporáneos. Entonces creo que con la cultura se puede operar un movimiento similar, es decir, pasar de esa idea sectorial, que solo tiene que ver con la gente del mundo de la cultura, a entender que es una matriz también para interpretar y para intervenir en el mundo que promueve y activa cosas, fenómenos que tienen que ver con eso que decíamos de la generación de comunidad, el vínculo social, la convivencia en la diversidad. Entender la realidad de maneras divergentes que nos permitan abrir nuevos espacios de pensamiento.
Es decir, que también aporta, que también es una mirada específica y no excepcional, sino singular de ver el mundo, de interpretarlo y actuar frente a las distintas crisis que tenemos provocadas por el modelo neoliberal. La cultura da respuestas al desear vivir de otra manera, al aprender a relacionarnos de otra manera. Eso tiene que ver con la cultura. Entonces, en ese sentido, creo que podemos operar el mismo movimiento. Ahora, es difícil. Por ejemplo, tanto en el feminismo como en el ecologismo, hay grandes urgencias. Los feminicidios son un problema a nivel global, la crisis climática también y permiten que estos asuntos entren en debate, no solo por la urgencia, sino por la gravedad de los asuntos. En cambio en la cultura, en general, como mucho conseguimos que permeen cuestiones que tienen que ver con la libertad de la expresión, la censura, pero que tampoco tienen un recorrido muy amplio. O cuestiones que tienen que ver con la dignidad del trabajo profesional, pero que siguen interesando únicamente al sector cultural.
Pero también porque el activismo que ha existido en el ecologismo y en el feminismo, en el caso de la cultura se ha circunscrito casi en exclusiva a cuestiones relacionadas, por ejemplo, con las condiciones del trabajo, más corporativas. No existe un movimiento social por la cultura que vaya más allá de las necesidades del sector cultural, que ponga en juego la importancia y las aportaciones de la cultura para la transformación social. Creo que ese es uno de los grandes retos, junto a pensar otras políticas culturales. Creo que también es muy importante impulsar esa idea de movimiento social por la cultura, que yo creo que, en general, todas las personas que estamos debatiendo, este tipo de cuestiones de una manera u otra tratamos de contribuir y en definitiva somos resultado de todo eso.
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