Mondiacult 2022: un aporte desde los confines
Introducción literaria para justificar el título
En La saga de los confines, la escritora argentina Liliana Bodoc narra la conquista (o la resistencia) de América en clave fantástica, a la manera de un “Señor de los Anillos” latinoamericano en donde se construye una épica heróica de nuestros pueblos originarios. La trilogía comienza con el libro Los días del venado y cuenta el momento en que Dulkancellin, padre y guerrero de la tribu de los Husihuilkes, es convocado desde los confines del sur de las Tierras Fértiles a un cónclave en la lejana tierra de Beleram. Según nos va contando Bodoc, los astrólogos de Beleram (que en el mapa de las Tierras Fértiles semeja la ubicación del complejo de Chichén Itzá en tierras mayas) predicen la llegada de visitantes del viejo/otro mundo, pero no pueden discernir claramente las intenciones con que vienen. Parece que hay recuerdos de otro encuentro, donde visitantes anteriores vaticinaban el regreso, pero advirtiendo que deberían estar atentos porque quienes volvieran podrían ser sus descendientes, o tal vez, las fuerzas de Misiánes, el hijo que había engendrado la muerte, para conquistar y expoliar toda la riqueza de su tierra. En la historia, como los mensajes del universo no terminan de ser claros, los sabios deciden convocar a un concilio en su ciudad, en donde estén representados todos los pueblos de las tierras fértiles para poder tomar la mejor decisión sobre cómo recibir a los visitantes. No les voy a spoilear quienes son los visitantes, ni con qué intenciones llegan (en realidad les recomiendo fervientemente la lectura de la saga). Solo les voy a comentar que con el correr de las páginas, Bodoc nos deja en claro que las diferencias entre el viejo y el nuevo mundo radican en la forma en que se jerarquizan las relaciones entre las personas y los entornos. Por un lado, los magos sobre los que el hijo de la muerte señorea, y que ven en el desarrollo el fin último de sus acciones, sin importar las identidades, territorios o culturas que devasten. Por otro lado, quienes creen que todas las criaturas y territorios tienen el mismo valor y que están interrelacionados íntimamente. Estos son quienes han emigrado para vivir en armonía en las Tierras Fértiles, y que eligen decidir cómo enfrentar lo nuevo invitando a todos los pueblos a participar de esa decisión.
Casi las mismas discusiones que regían en torno al desarrollo y la cultura hace cuarenta años en nuestra región, cuando el primer encuentro por las políticas culturales se dio cita y todo comenzó a cambiar. Sin dudas la Mondiacult 1982 es uno de los mitos fundantes en la historia de nuestras políticas culturales contemporáneas. El impacto de las decisiones tomadas en la cumbre, reflejadas en las recomendaciones del informe general, y especialmente, en la declaración final aprobada, marcaron profundamente las líneas sobre las cuales se estructuraron las políticas culturales en las transiciones democráticas de nuestra región. No voy a abundar en detalles que probablemente se repitan en otros artículos de este libro, pero sí me gustaría señalar algunas curiosas generalidades de la Mondiacult 1982 según puede verificarse en el informe general. La cumbre sesionó durante dos semanas, con la presencia de más de 900 delegados de 126 Estados miembro (además de un representante del Vaticano, uno de la Organización para la Liberación de Palestina y uno del Movimiento de Liberación Africano) entre los que se encontraban “Un primer ministro, 3 vicepresidentes de Consejos de Ministros, 77 ministros y secretarios de Estado, 31 viceministros y subsecretarios de Estado, 21 embajadores / jefes de delegación (entre los que figuraban unas diez mujeres)”. En el caso de Argentina, Bolivia, Brasil, Chile, Paraguay y Uruguay, los participantes eran, además, representantes de las dictaduras cívico-militares que habían usurpado el gobierno de dichos países del sur. En ese contexto es llamativo pensar en los resultados de las deliberaciones y de las recomendaciones adoptadas, ya que contrariamente a lo que pudiera suponerse, las dictaduras presentes avalaron importantes avances en torno a temas ligados al patrimonio cultural, el diálogo intercultural, la diversidad cultural y los derechos culturales.
El panorama en nuestra región hoy es bien diferente. En los últimos veinte años hemos tenido algunos ejemplos muy interesantes de políticas culturales que, en algunos casos, han configurado experiencias concretas de políticas públicas bajo el paradigma de democracia cultural (GARCÍA CANCLINI, 1987) basadas en el ejercicio de la ciudadanía cultural. (CHAUI, 2013) Estas políticas culturales se ocuparon de discutir el rol del Estado y de proponer otras formas de relación entre este y los agentes y organizaciones culturales desde una perspectiva de respeto, diálogo y estímulo para todas las manifestaciones culturales. Claro que antes hubo otras experiencias y orientaciones en el marco de lo que muy acertadamente se ha llamado primer y segundo momento de las políticas culturales en América Latina (ROCHA, 2016), considerando las orientaciones hacia la reafirmación de la vida pública y la libertad de expresión de las transiciones democráticas en el primero, y las orientaciones hacia la primacía del mercado y el emprendedurismo individual típicos del neoliberalismo en el siguiente.
Me gusta pensar en el Concilio de Beleram del libro de Bodoc como una metáfora del llamado de México para acoger a la nueva Conferencia Mundial de la Unesco sobre Políticas Culturales y Desarrollo Sostenible, y como un escenario especial para poner en valor un “tercer momento” de las políticas culturales latinoamericanas, que tiene como protagonista a la ciudadanía cultural y a la cultura comunitaria y colaborativa. Creo que cuarenta años después de aquel primer encuentro con los visitantes del viejo mundo, tenemos la oportunidad de ayudar al conjunto de naciones desde un pensamiento situado en nuestra región latinoamericana, cuyas experiencias recientes de políticas culturales pueden contribuir en la respuesta ante lo nuevo que se viene. Pero los tiempos son sombríos, y al igual que nuestro querido héroe de los confines y que el resto de las criaturas de las Tierras Fértiles, tal vez las delegaciones que viajan a representarnos no tengan esa memoria tan presente y sean permeables a las voces que confunden, que en el caso que nos ocupa, llevan ideas que quieren vincular a la cultura con el desarrollo desde una perspectiva “colorida”, donde la afirmación de la diversidad es un reaseguro de la hiperindividualización neoliberal y la importancia de la cultura termina siendo pura y duramente economicista. Habrá que prestar mucha atención para decidir con claridad.
De México a Estocolmo. La Unesco en su laberinto
La Declaración de la Ciudad de México de 1982 fue el paraguas sobre el cual se constituyeron las políticas culturales de nuestras transiciones democráticas y, de algún modo, sus lineamientos también ayudaron a configurar los contratos sociales y expresaron algunas de las tensiones de las culturas políticas de la época en un sentido más amplio. Los trabajos de Renata Rocha, Lia Calabre, Albino Rubim, Rubens Bayardo y Eduardo Nivón Bolán, entre otres, nos recuerdan que durante la década del 80, en paralelo a la construcción y consolidación de las instituciones y políticas culturales de nuestra región, fue instalándose el modelo cultural neoliberal, principal protagonista de la década del 90 y también principal causa de la emergencia de los gobiernos de la llamada “marea rosa” durante la década del 2000, momento en el que el modelo cultural neoliberal pudo ponerse en cuestión. Si bien en Mondiacult 82 la foto global nos mostraba un mundo bipolar, con el proceso de descolonización y la emergencia de los países no alineados se habían abierto algunas grietas a partir de las cuales la Unesco venía construyendo sentidos de síntesis en pos de garantizar el desarrollo cultural de los pueblos, jugando un importante papel en las discusiones sobre las nociones de lo comunitario, el mercado y el Estado. Pero el devenir de los acontecimientos durante la implementación de las acciones del “Decenio para el desarrollo cultural (1987-1997)” nos mostrará cómo el cambio geopolítico marcado por la caída de la Unión Soviética habilitará un giro importante sobre estas nociones en la década siguiente, en donde la hegemonía de la economía creativa fue instalada. Para verificarlo se pueden revisar los resultados del informe de la Comisión Mundial de Cultura y Desarrollo publicados en 1996, que marcarán la Conferencia Intergubernamental de Estocolmo de 1998.
Sin dudas, los avances alcanzados en Mondiacult 1982 son el corolario de un proceso que inicia la Unesco en torno a las políticas culturales desde la década del 70 y que tuvo como antecedentes a la colección de estudios culturales publicada desde 1968 y como hitos a las diferentes conferencias intergubernamentales y regionales que comenzaron en Venecia en 1970. Pero, además, la declaración de México recoge otros procesos impulsados por Unesco, como por ejemplo los postulados sobre los museos y el patrimonio de la Mesa Redonda de Santiago de Chile organizada junto a Icomos en 1972, o los resultados del Informe MacBride en torno a las políticas de comunicación, aprobado por la Asamblea General de la Unesco en 1980. En el caso de Mondiacult 1982 existe cierto consenso en considerar que su principal aporte tiene que ver con la implementación de una definición amplia de cultura, además de la inclusión de la dimensión cultural del desarrollo, hechos que obligaron a revisar la noción misma de políticas culturales y los instrumentos a estas asociados. Pero la conferencia también fue muy importante en otras áreas estratégicas de la cultura, como la comunicación, el patrimonio cultural y las industrias culturales.
La definición de cultura como “el conjunto de los rasgos distintivos, espirituales y materiales, intelectuales y afectivos que caracterizan a una sociedad o un grupo social” y la inclusión de “los modos de vida, los derechos fundamentales al ser humano, los sistemas de valores, las tradiciones y las creencias” permitió ampliar la mirada de las políticas públicas y posibilitó estructurar acciones para incidir en el tratamiento de temas relacionados al patrimonio cultural inmaterial o la consideración del valor simbólico de los bienes culturales y la necesidad de un intercambio equilibrado de estos en función de cuidar las identidades culturales diversas de los países en desarrollo. Por eso también debe destacarse la transversalidad con la que trabajó la conferencia en torno a la necesidad de estimular el diálogo intercultural y de valorizar todas las culturas desde una perspectiva de paz y no violencia. Pero además para América Latina fue muy importante la definición del principio de la dimensión cultural para el desarrollo, en donde las ideas ligadas a la modernización encontraban a las diferencias culturales como escollo. (MENDES CALADO, 2017) Esta nueva definición permitía saltear este problema a partir de una mirada renovada desde la cual esas diferencias pasarían a cobrar valor para impulsar el desarrollo, siempre y cuando fueran consideradas como inherentes al mismo. Por el lado del patrimonio cultural, la Declaración de México significó también un avance superlativo, ya que logró valorizar al patrimonio cultural inmaterial con la misma jerarquía que el patrimonio material, enunciando en un mismo nivel a “las obras materiales y no materiales que expresan la creatividad de ese pueblo: la lengua, los ritos, las creencias, los lugares y monumentos históricos, la literatura, las obras de arte y los archivos y bibliotecas”. En el caso de las políticas de comunicación, la conferencia recupera los debates propiciados por el Nuevo Orden Mundial de la Información y de la Comunicación (NOMIC) y por los resultados del informe MacBride, que había sido recientemente aprobado por la Asamblea General de la Unesco (Belgrado, 1980). A pesar de los reclamos de los Estados Unidos – quien se retiraría de la Unesco en 1984 como protesta a este posicionamiento y a la aprobación del Informe MacBride – la Declaración de México (CONFERENCIA MUNDIAL SOBRE LAS POLÍTICAS CULTURALES, 1982a) determinó “[…] el derecho de todas las naciones no solo a recibir sino a transmitir contenidos culturales, educativos, científicos y tecnológicos” y que las industrias culturales tienen un lugar central en la difusión de bienes culturales, pero también que estas
[…] ignoran muchas veces los valores tradicionales de la sociedad y suscitan expectativas y aspiraciones que no responden a las necesidades efectivas de su desarrollo. Por otra parte, la ausencia de industrias culturales nacionales, sobre todo en los países en vías de desarrollo, puede ser fuente de dependencia cultural y origen de alienación. (CONFERENCIA MUNDIAL SOBRE LAS POLÍTICAS CULTURALES, 1982a)
Sí, la Unesco hablaba de los peligros de la alienación y la dependencia por no contar con industrias culturales propias, o sea, alertaba por la pura y dura dominación cultural, como decía el maestro Guillermo Bonfil Batalla.
A partir de los resultados de la cumbre, que reitero, duró dos semanas, la Unesco intentó estructurar un plan de acción, pero la demora en su aplicación provocó que el “Decenio para el Desarrollo de la Cultura”, aprobado por la Organización de las Naciones Unidas (ONU) en 1987, tuviera un marcado sesgo neoliberal. Este giro quedó evidenciado, entre otras cosas, en el alejamiento total de la Unesco en los temas relacionados a las políticas de la comunicación, pero también, por la apuesta a la economía creativa – junto con la idea de multiculturalismo – como forma de reconocimiento de la diversidad que habían comenzado a impulsar los países de origen anglosajón. Además, Consenso de Washington mediante, comenzó a cobrar cada vez más fuerza la idea de que los Estados eran ineficientes y que la sociedad civil tenía un papel importante para resolver este problema, declarando la prescindencia de la intervención estatal. En este esquema se verifica el surgimiento del tercer sector para paliar los desastres que el sistema neoliberal producía. (WORTMAN, 2008) Así, la cultura pasaba a ser una protagonista estelar y un “recurso” inestimable para la intervención pública en las más variadas materias del campo económico y social. (YÚDICE, 2002)
Justamente, finalizando este período se produjo la Conferencia Intergubernamental de Estocolmo (1998), y vale mucho la pena comparar las declaraciones de México y Estocolmo para comprender la profundidad del cambio de agenda política de la Unesco. Aunque en general la Unesco, al menos hasta la pandemia de 2020, ha sostenido una línea más vinculada al emprendedurismo y a la economía creativa que a otras formas de políticas culturales, las convenciones sobre Patrimonio Cultural Inmaterial (2003) y sobre Promoción y Protección de la Diversidad de las Expresiones Culturales (2005), con una importante participación de Brasil en el primer caso y un fuerte liderazgo de Canadá y Francia en el segundo, pudieron desmarcarse un poco de esa línea. Pero lo más irónico del enfoque neoliberal y colonialista aún persistente en el organismo es que pondera la participación social pero sin activar mecanismos concretos para que suceda. A modo de ejemplo, el Fondo Internacional para la Diversidad Cultural instaurado por la Convención de 2005 solo admite postulaciones en francés y en inglés, limitando severamente la participación de los países de nuestro sur global a quienes dominen esos idiomas. Sí existen algunas franquicias de eventos que Unesco fue otorgando, como los Resialiarts o, más recientemente, los foros paralelos Mondiacult, pero no queda claro cómo estos procesos podrán alimentar las discusiones de la cumbre ni qué mecanismo de sistematización tendrán. Tampoco hubo ningún tipo de apertura a la participación de la sociedad civil organizada en la Cumbre Regional para América Látina y el Caribe que fue realizada a inicios de 2022.
El sur también existe. Del Foro Social Mundial al Congreso Latinoamericano de Cultura Viva Comunitaria
Los 2000 pegaron fuerte en los confines. La crisis social, económica, política y cultural provocada por los gobiernos neoliberales nos colocó en una encrucijada difícil, a partir de la cual tuvimos que tomar decisiones importantes en torno a la sociedad en la que queríamos y podíamos vivir. El malestar se generalizó, y más pronto que tarde caímos en la cuenta de que nadie puede realizarse en una comunidad que no se realiza. (PERÓN, 1949) En este proceso, los movimientos sociales se vieron fortalecidos por una masiva participación popular y, de alguna manera, la narrativa neoliberal se fisuró, posibilitando que en nuestra región del sur comenzaran a operar algunos cambios. Así como el neoliberalismo instaló una narrativa donde el individualismo era el principal organizador social, surgió desde la sociedad civil organizada una narrativa contrapuesta, donde lo colectivo y lo comunitario representaban la principal salida. Ya no se trataba de convivir pacíficamente en un mundo global, formateado en el modelo occidental, blanco y patriarcal, que reconocía las múltiples diferencias, sino de construir la máxima zapatista de “un mundo donde quepan todos los mundos”. Este lema fue el que animó la organización, en Brasil en 2002, del Foro Social Mundial, que probablemente haya sido el evento social, cultural y político más importante de la época en nuestra región, tanto por su nivel de convocatoria como por los temas convocados, pero también, y especialmente, por su forma de construcción, en la que lo comunitario y lo colaborativo fueron los principales vectores de organización.
Alimentados por estos procesos, en el plano político se gestaron una serie de experiencias electorales que lograron romper la tradición de las elites gobernantes y colocaron en el gobierno de nuestros países a personas más cercanas a nuestros pueblos. Por primera vez los pueblos originarios, la clase trabajadora y las mujeres tuvieron representantes ejerciendo la primera magistratura, inaugurando un ciclo de gobiernos posneoliberales que encontraron en las políticas culturales una forma de acompañar la transformación de las culturas políticas que estaban sucediendo en nuestras comunidades. De alguna manera, la idea clásica de políticas culturales, construida por Néstor García Canclini en 1987 a partir de las resoluciones de Mondiacult 82, se tornaría protagonista del período, especialmente considerando los aportes realizados por los movimientos sociales para la transformación del Estado, pero también, por los esfuerzos de los gobiernos para trabajar con la agenda que los movimientos sociales venían promoviendo.
La importancia de lo simbólico para reorganizar nuestras culturas políticas era tan clara en la época que los presidentes Néstor Kirchner de Argentina y Luis Inácio “Lula” da Silva, antes de cumplir el primer año de mandato de sus gobiernos, decidieron relanzar el Mercosur con una acción política conjunta que se tradujo en la firma de un documento de cooperación. El acuerdo conocido como el “Consenso de Buenos Aires” buscó funcionar como hito fundacional de una época de cambio social y político (VÁZQUEZ, 2012) y también – principalmente – cultural, en donde lo simbólico se estableció como el escenario de una intensa batalla entre distintos enfoques sobre cómo pensar y resolver las formas de organización de nuestra sociedad. Se trataba de proponer un nuevo paradigma que superara el neoliberal.
Diversos estudios dan cuenta de estos procesos de cambio de paradigma sucedidos en los últimos años en los países de América Latina y, particularmente, en algunos países de América del Sur. (FORSTER, 2013; LACLAU, 2005; SADER, 2008) Boaventura de Sousa Santos (2010) considera que justamente en estos países están las claves para una nueva organización democrática con “más intensidad” donde lo plural y lo diferente empieza a ganar su lugar en la sociedad configurando un nuevo escenario de “democracia intercultural”, añadiendo un condimento más a la propuesta de paradigma superador presentado por García Canclini en 1987. Este cambio de contexto abre un nuevo tipo de intervención del Estado en la cultura, reposicionando el rol que históricamente habían impulsado las políticas más de corte patrimonialista. En un trabajo donde sistematiza su experiencia al frente de la Secretaría de Cultura de la Ciudad de Sao Paulo a fines de la década del 80, la filósofa Marilena Chaui señala que se trabajó enfocadamente para superar “[…] el control estatal sobre la cultura y la monumentalidad oficial de la tradición autoritaria […]” (CHAUI, 2013, p. 81), como así también cuestionando “[…] la perspectiva neoliberal, garantizando la independencia de los organismos públicos y de la cultura, dando la espalda a las exigencias del mercado y a la privatización de lo que es público”. (CHAUI, 2013, p. 81) Para la autora, se trata entonces de poner “[…] en primer lugar la idea de Ciudadanía Cultural, esto es, la cultura como derecho de los ciudadanos, sin confundirlos con las figuras del consumidor ni del contribuyente”. (CHAUI, 2013, p. 81) Una propuesta de “tercera posición” en la que el enfoque central lo ocupa la ciudadanía, y en función de ella es que debe articularse el Estado.
Por otro lado, en su discurso/manifiesto de asunción como ministro de Cultura de Brasil (2003), Gilberto Gil decía que
[…] no le compete al Estado hacer cultura, a no ser en un sentido muy específico e inevitable. En el sentido de que formular políticas públicas para la cultura es, también, producir cultura. En el sentido de que toda política cultural forma parte de la cultura política de una ciudad y de un pueblo, en un determinado momento de su existencia […]. Pero también, en el sentido de que es necesario intervenir. No según la cartilla del viejo modelo estatizante, sino que para clarificar caminos, abrir claros, estimular, proteger. Para hacer una especie de do in antropológico, masajeando los puntos vitales, que momentáneamente son despreciados o están adormecidos, del cuerpo cultural del país, en fin, para avivar lo viejo y atizar lo nuevo. (GIL, 2018, énfasis del autor)
Así, sobre la noción de ciudadanía cultural, pero también, de los principios de la ética hacker presente en el movimiento de cultura digital (COSTA, 2011), las políticas impulsadas por el ministro poeta lograron operativizar esta nueva forma de articulación entre gobiernos y sociedad civil organizada en diversos planos de las políticas públicas, siendo el programa Cultura Viva y los Puntos de Cultura la expresión más lograda de los dispositivos puestos en marcha.
La experiencia de los Puntos de Cultura fue central para ayudar a organizar un espacio de encuentro entre experiencias culturales comunitarias y territoriales autorreconocidas bajo el concepto de Cultura Viva Comunitaria y cuyo objetivo tiene que ver con el desarrollo local desde otros paradigmas de desarrollo asociados al “buen vivir”: pluriculturales, diversos, decoloniales, antiespecistas y en los últimos tiempos enfáticamente antipatriarcales y feministas. Alexandre Santini (2017) analiza el devenir del proceso de organización latinoamericano a partir del encuentro de las redes de organizaciones culturales comunitarias de los países hispanoamericanos con las redes de organizaciones culturales comunitarias de Brasil, señalando el claro aporte que la experiencia brasileña trae para las hispanoamericanas, pero también el enriquecimiento del concepto original de cultura viva, al que el aporte del resto de los países agregó el adjetivo de comunitaria. Coincidiendo (y coexistiendo) con Santini, creo que el proceso de internacionalización, o latinoamericanización, de los Puntos de Cultura refleja un interesante proceso de articulación entre sociedad civil y gobierno, que comienza en 2009 en el Foro Social Mundial, continúa en el II Congreso Iberoamericano de Cultura organizado por la Secretaría General Iberoamericana en San Pablo ese mismo año, y que tiene como ápice la realización en forma autogestiva del I Congreso Latinoamericano de Cultura Viva Comunitaria (CVC) en La Paz, Bolivia, en 2013, y la presentación del programa de cooperación cultural IberCultura Viva durante el IV Congreso Iberoamericano de Cultura realizado en 2014, cuyo lema fue Cultura Viva Comunitaria. (FUENTES FIRMANI, 2018)
Para Juan Brizuela es lícito comenzar a plantear la posibilidad de hablar de una “escuela latinoamericana” en las políticas culturales. En una conferencia virtual presentada en 2020, el investigador analiza los elementos centrales por los cuales en el campo de estudios de las políticas culturales hablamos de las “escuelas”, ya sea la francesa o la anglosajona, y señala cómo cada una de ellas pueden tener fechas y eventos de referencia para caracterizarlas. Coincide en plantear que el inicio de la experiencia brasileña en 2003 marca un parteaguas en la forma en que se venían desarrollando las políticas culturales en la región, considerando especialmente la perspectiva de participación social que estas políticas toman al reconocer como sujeto de derecho al pueblo en su conjunto, tanto en el acceso como en la producción cultural. Para Brizuela, la cultura viva comunitaria demostraría una síntesis en donde además del pueblo como sujeto se reconocen otras dos características que pueden configurar una “escuela latinoamericana”: la amplitud de territorios, historias y memorias de los que se nutren los procesos de políticas culturales, que atraviesan países y regiones, y un fluido proceso de pensamiento e intercambio entre personas dedicadas a la investigación que dialogan y debaten con sus trabajos. A mi entender, se podría agregar como cuarto elemento la profesionalización de la gestión cultural y la creciente participación de cuadros militantes con formación técnica en las áreas de gobierno dedicadas a las políticas culturales. Creo que estas dos condiciones vinculadas a las políticas culturales deben ser adicionadas para tener una visión más completa del cuadro.
Paradójicamente, esta experiencia innovadora y exitosa que impulsa el desarrollo de políticas culturales en clave de democracia cultural aún resulta marginal en los ecosistemas de las políticas culturales y su financiamiento y apertura dependen mucho del contexto, a pesar de que algunos países, como Brasil y Perú, cuentan con leyes de impulso aprobadas por el congreso nacional. De hecho, en muchas ocasiones, no han sido ni siquiera reconocidas en los informes sobre políticas para la diversidad que los países están obligados a elevar por la adhesión a la convención de 2005, incluso cuando se trata de una de las políticas más interesantes que nuestros países hayan diseñado, fuera de una lógica economicista, para la promoción y protección de la diversidad cultural. Lo bueno es que a pesar de ello puede verificarse paulatinamente un aumento de gobiernos, tanto centrales como locales, que buscan articular procesos de cultura viva comunitaria, como también el sostenimiento de los Congresos Latinoamericanos de CVC, que en 2022 ya irán por su quinta edición.
¿Y ahora? ¡¿Quién podrá ayudarnos?! La cultura pospandémica en discusión
Para estar a tono con la nostalgia ochentosa, pienso en las condiciones en que se realizará la nueva Cumbre Mundial sobre las Políticas Culturales y me surge la imagen de las personas desesperadas que necesitan atención y ante la duda de quién podría ayudarles terminan invocando al Chapulín Colorado. Las consecuencias de la pandemia por COVID-19 son inconmensurables para toda la población, y particularmente para el sector cultural. La Unesco ha publicado diversos trabajos que dan cuenta de las pérdidas de ingresos económicos, con cifras que rondan el 80%. Siguiendo esta misma lógica, la brecha digital ha sido enorme y a pesar de haberse digitalizado muchísimos contenidos, la mayoría de las personas que los crearon no han logrado monetizar esa digitalización. Pero además la pospandemia nos pone ante otra encrucijada tremenda, que tiene que ver con el modelo de sociedad que queremos construir, y es ahí donde nuestro Chapulín Colorado debe tomar coraje y aparecer. Parecería que esa certeza de que nadie se realiza en una comunidad que no se realiza, que podía verificarse al inicio de la pandemia, nuevamente se comienza a resquebrajar y que todo tiende a volver al punto en que estaba antes de la tragedia. Eduardo Nivón Bolán (2020) advierte que el contrato social que guió las transiciones democráticas desde hace cuarenta años está agotado. La creciente polarización y aumento de simpatías por propuestas de derecha, discriminatorias y excluyentes, puede verificarse en gran parte de nuestros países. Discursos de odio, noticias falsas y hasta guerras culturales son el condimento cotidiano de las narrativas que gran parte de los medios de comunicación instalan en el sentido común de nuestra ciudadanía. En el caso de la cultura, la mirada economicista es hegemónica en la mayoría de los proyectos progresistas y liberales. En el caso de los conservadores, directamente lo es la censura o la persecución. Es cierto que pueden encontrarse algunas excepciones, al menos en algunas aristas, tal como es el caso de la vigorosa acción del Gobierno argentino para atender la emergencia de la pandemia (FUENTES FIRMANI, 2020) o la articulación entre agentes, colectivos culturales y representantes parlamentarios que consiguió la aprobación de la ley de emergencia cultural (ley Aldir Blanc) en Brasil. (SANTINI, 2020) Pero más allá de estas cuestiones puntuales y algunas otras, todo parece indicar que la cultura pospandémica será muy parecida a la que teníamos en 2019, como si nada hubiera pasado.
En el caso de Argentina, cuyo Ministerio de Cultura ha tenido una actuación muy destacada en la atención de los trabajadores y trabajadoras de la cultura en la emergencia de la pandemia, no se logró avanzar ni siquiera un centímetro en la discusión de la gobernanza ni del financiamiento de la cultura que los tiempos nuevos requieren. En todo el período el ministerio no ha organizado ningún tipo de evento, foro o congreso donde puedan discutirse las políticas culturales que el país necesita, como tampoco ha enviado ningún proyecto de ley al Congreso, ni siquiera para fijar esas políticas de asistencia en un marco normativo, e inclusive ante la emergencia por la pérdida de recursos para las industrias culturales que regirá a partir del 31 de diciembre de 2022. Afortunadamente desde el poder legislativo se está trabajando en una norma para extender estos fondos por otros cincuenta años más. La propuesta es la única que ha podido tratarse durante el período pandémico y ya cuenta con un dictamen de mayoría de la Comisión de Presupuesto, con lo que en cualquier momento podría ser tratada en el recinto. Del resto de las 161 iniciativas que tienen estado parlamentario en la Comisión de Cultura solo 51 corresponden a proyectos de ley, y de estos, solo 5 proponen la discusión sobre promoción, financiamiento o trabajo cultural, y 3 temas de género y diversidad. El resto tiene que ver con declaratorias de patrimonio cultural, pero de cualquier forma la comisión, creada hace semanas, no ha comenzado a funcionar. La falta de resolución del problema de las asignaciones especiales para la cultura es ya de por sí gravosa, pero es agobiante pensar que es la única solución presentada por el Gobierno para resolver el problema del financiamiento a la cultura. Más si consideramos que de ser exitosa la extensión continuaremos como hasta ahora, con muchas expresiones culturales sin líneas de fomento y protección, como sucede con el libro, la danza, las artes del circo, las artes visuales, las artesanías y el tango (enumero aquí solo aquellas expresiones de las que conozco que existen proyectos de ley o anteproyectos impulsados por sus trabajadores y trabajadoras para la creación de institutos de fomento).
Pero lo que es aún más preocupante es la poca dimensión de los impactos de la convergencia digital y de la batalla cultural que tenemos en ciernes a partir de esta innovación en la producción cultural, debido a cierta reducción economicista de las discusiones que se vienen dando en torno a la misma. El problema de la cultura pospandémica es esencialmente simbólico y de sentido. Los algoritmos van creando mundos hiperindividualizados en los que la fragmentación está naturalizada y en donde la ciudadanía vuelve a ser tratada como consumidora. La desregulación de las plataformas de contenidos ha comenzado a ser un problema para la producción cultural y cada vez más empieza a verificarse cómo la centralización de los canales de producción y exhibición condiciona formatos y contenidos que simulan ser de producción local pero llevan marcas culturales y globales muy claras. Ante este escenario resulta muy necesario construir mecanismo y dispositivos de contrapeso que ayuden a los Estados a negociar con estos grandes conglomerados infocomunicacionales, ya que en algunos casos las asimetrías son considerables. Lograr que la Unesco no tome la pastilla de chiquitolina y ocupe ese rol debería ser una de las primeras preocupaciones de las delegaciones nuestramericanas que se encuentren en la nueva Mondiacult mexicana.
Final. Hackear al Mondiacult es salvar la diversidad
Tal vez el título de este apartado de conclusiones pueda parecer algo apocalíptico, pero la verdad es que cuando se mira el escenario global actual y se analiza el papel histórico de los actores en juego, entra un poquito de temor de lo que pueda suceder y del rol que pueda tomar la Mondiacult 2022 en todo ello.
La nueva guerra entre Ucrania y Rusia remite en algunos imaginarios al período de la guerra fría y está configurando un nuevo orden global en donde la cultura puede tener gran protagonismo. Siguiendo con las grandes discusiones mundiales, algunos países del norte han comenzado a discutir marcos regulatorios impositivos y de contenidos para las plataformas, aunque resta ver su efectividad ante este nuevo modelo que simula producir localmente contenidos globales. Por lo pronto, esta vez Estados Unidos está fuera de la Unesco desde antes de la cumbre, aunque según comentan sus organizadores hay expectativas sobre que finalmente puedan participar. Será interesante ver si existe alguna tensión entre las delegaciones europeas, rusas y chinas, y qué rol puede jugar América Latina en ellas. Si bien es cierto que esta vez desde América del Sur no estaremos despachando represores (el uso del masculino aquí está bien aplicado) me temo que tal vez nuestras delegaciones, salvo honrosas y novedosas excepciones, no estén a la altura de las circunstancias. En el plano más estricto de las políticas culturales, preocupa también el marcado corte economicista que se viene haciendo sobre los problemas producidos por la pandemia, y sobre cómo la creatividad podría ser la gran vía para salir de estos. Estocolmo recargado, como si en los últimos 24 años nada hubiera pasado, y con la pretensión de marcarnos la agenda por lo menos por 24 o 40 años más.
Pero en nuestros barrios sí pasaron cosas, y justamente es a partir de nuestras experiencias de organización popular desde donde podemos sugerir un camino interesante para transitar. Por eso me parece que la conclusión inevitable sobre las ideas que aquí se fueron desarrollando es que si nos interesa la diversidad y la democracia cultural, no queda más remedio que participar, poner el cuerpo e intentar hackear al Mondiacult 2022. Puede ser desde diferentes lugares, con diferente intensidad, pero lo importante es que suceda de algún modo y que podamos poner en valor nuestras experiencias y memorias y, fundamentalmente, que tengamos la capacidad crítica de deconstruir aquellas que nos siguen socializando y perpetúan una hegemonía patriarcal, blanca y occidental (Vich, 2014). No vaya ser que en estos tres días locos vengan con declaraciones ya escritas por los intereses del norte global, gentilmente traducidas por Google o interpretadas por los servicios de la diplomacia cultural, que nos digan lo bonito y diversos que somos, y que pacíficamente tenemos que convivir en diversidad siguiendo los patrones de conducta que los algoritmos tienen diseñados en exclusividad para cada quien.
Un poco como le pasa a los pueblos de las Tierras Fértiles, y aunque prometí no spoilear, se imaginarán que el concilio no llegó a buen puerto. Pero como les dije, lo más lindo de esos libros es poder narrar la historia de la resistencia épica de esos pueblos y cómo, a partir del cuidado, el compartir, la colaboración y la cooperación, lograron crear un tiempo y espacio particular para habitar en armonía con todas las criaturas y territorios.
El presente artículo forma parte del libro «Mondiacult, 40 anos depois: impactos e desdobramentos nas políticas culturais na América Latina» coordinado por Lia Calabre, Renata Rocha y Antonio Albino Canelas Rubim (Edufba). Disponible para descarga en https://repositorio.ufba.br/bitstream/ri/35797/1/cult35-REPO.pdf
Referencias
BAYARDO, R. Políticas culturales. Derroteros y perspectivas contemporáneas. RIPS: Revista de Investigaciones Políticas y Sociológicas, v. 7, n. 1, p. 17-29, 2008.
BODOC, L. Los días del venado. Buenos Aires: Norma, 2000.
BONFIL BATALLA, G. Lo propio y lo ajeno: una aproximación al problema del control cultural. Revista Mexicana de Ciencias Políticas y Sociales, v. 27, n. 103, p. 183-191, 1981.
BRIZUELA, J. [S.l.: s. n.], 2020. #Culturas2020: Conferência Reflexiones sobre la Escuela Latinoamericana de Políticas Culturales. 1 video (35min, 22 seg). Conferencia realizada por el canal Centro Latino-Americano de Estudos em Cultura – CLAEC, 20 jun. 2020. Disponible en: https://www.youtube.com/watch?v=2d4vxkQmrCw. Acceso en: 23-04-2022
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