Cultura en días de pandemia. Reflexiones desde Salta.
Foto: Sebastián Szyd
El concurso “Cultura te busca”, lanzado por la Secretaría de Cultura de Salta, disparó el malestar de artistas salteñxs y movilizó al sector que comenzó a manifestar la situación que atraviesan durante la pandemia, sus necesidades y la ausencia de políticas públicas provinciales. El concurso, con la consigna “ponete creativo”, invitaba a lxs artistxs a enviar videos y ofrecía como premio el acceso sin cargo a una sala pública para presentar sus producciones. Las contradicciones de un concurso que, en plena emergencia sanitaria, llama a lxs artistxs a competir por el acceso a los espacios públicos, que ofrece de premio la realización de un espectáculo presencial en un futuro incierto, pone en evidencia contradicciones de la gestión cultural pública, invita a repensar la noción de cultura, las industrias culturales, la función de una Secretaría de Cultura y el lugar de lxs artistxs.
PANDEMIA Y CULTURA
El 11/03/2020 la OMS caracterizó al brote de COVID-19 como una pandemia. El 19/03 Alberto Fernández anunció la cuarentena obligatoria que luego se extendió hasta el 26 de abril y hasta el 10 de mayo: más de 50 días. El tiempo transcurre distinto desde entonces. La rutina, el trabajo, las relaciones, la educación, el arte, la economía, la alimentación, la casa, la calle, lo individual, lo colectivo, la seguridad, el peligro, lo público, lo privado, el futuro: todo lo que entendemos por cultura se transformó en otra cosa.
Ante este panorama, una institución que tiene como misión diseñar, coordinar y ejecutar las políticas culturales de una provincia no puede continuar con sus proyectos ni puede quedarse inerte como si el día después de la cuarentena todo fuera a volver a la “normalidad” de los lejanos primeros días de marzo. La doble contradicción de un concurso que, durante la cuarentena, ofrece como premio una sala pública sin cargo, para hacer un concierto presencial, pone de manifiesto una contradicción mucho mayor: la de una institución especializada en la cultura que parece no comprender que la cultura, tal como la entendíamos hasta hace un mes, ha mutado. ¿Si la pandemia cambió toda la cultura, una Secretaría de Cultura no debería repensarse y cambiar también?
No sabemos hacia dónde vamos, cómo continuarán nuestras vidas luego de la cuarentena, qué cambios habrá en la vida social, cuál será el impacto de la crisis económica global que se avecina. ¿Seguiremos compartiendo el mate?, ¿usaremos barbijo por mucho tiempo?, ¿habrá recitales, funciones de teatro, festivales?, ¿Nos saludaremos con un beso? Lo único que sabemos es que nada será como antes, al menos por un buen tiempo.
Mientras se transforman los hábitos y relaciones entre las personas, mientras las escuelas -principal dispositivo de inclusión e igualación social- están cerradas, mientras vemos una reformulación del Estado en todas sus funciones, una profunda crisis de los sistemas económicos y laborales; lxs artistxs y artesanxs -quienes se han quedado súbitamente sin posibilidad de trabajar- han sido lxs primerxs en reclamar a la Secretaría de Cultura de Salta que no sea un museo de sí misma, que cambie su forma de gestión, que ciertamente era anacrónica antes de la pandemia y que definitivamente ya no tiene sentido.
UN PLAN
En el contexto del COVID-19, la cultura -en un sentido amplio que incluye el arte, pero que se refiere principalmente a los sentidos que damos al mundo y a nuestras vidas, las formas de organización social, los modos de relacionarnos, los valores, los derechos, las tradiciones y creencias, la relación con el medio ambiente- no es menos importante que la economía o la salud. De hecho, podríamos decir que el sentido de la salud y de la economía se definen en la cultura.
Este momento exige, más que nunca, la realización de un plan estratégico para la cultura articulado con los demás planes de crisis del gobierno provincial y nacional.
Un plan es una herramienta de gestión que ordena los recursos en función de objetivos y prioridades de forma estratégica. La provincia necesitaría entonces, con urgencia, un plan provincial de emergencia cultural, con programas que prevean acciones inmediatas para afrontar este período y acciones para el mediano plazo, para el “día después”.
Elaborar un plan implica la realización de un mapeo territorial, el diseño de programas y proyectos específicos para afrontar la emergencia y la reorganización de la institución en todas sus dimensiones.
PONERSE CREATIVXS Y PARTICIPATIVXS
En esta coyuntura, una institución pública debería asumir la responsabilidad de diseñar los mecanismos y procedimientos que garanticen la participación comunitaria en este proceso: convocar a distintos referentes, coordinar una mesa de trabajo multisectorial y multidisciplinaria, que permita la construcción de un plan con diversas miradas, experiencias y propuestas. Esa participación debería ser amplia, representativa, y activa en todos los procesos: en el diseño, la organización, implementación y evaluación del plan. Es un gran desafío. Es cierto que las instituciones públicas, las autoridades y las comunidades en general no tienen experiencia en estas prácticas. Pero también es cierto que no hay un momento más oportuno para comenzar a construir experiencias de este tipo.
Puede conformarse un comité o un consejo de cultura, integrado por profesionales de la gestión cultural y representantes de distintas áreas de Gobierno, pero también representantes de los distintos sectores del quehacer cultural, de los centros culturales barriales, centros comunitarios, municipalidades, organizaciones sociales, comunidades indígenas, organizaciones de derechos humanos. Hay que superar el paradigma de la cultura como sinónimo de arte, de la cultura única que hay que “llevar” a la gente, que hay que “bajar” al interior, en el que los espacios y recursos públicos son patrimonio exclusivo de las instituciones públicas y sus administradores, en el que la cultura es un asunto exclusivo de los expertos de la cultura. La emergencia exige otras categorías y otras formas de gestión, nos da una oportunidad única para cambiar estas dinámicas.
POLITICAS CULTURALES
Esta participación no será posible ni sostenible, en un contexto de crisis, sin políticas de la salud y políticas económicas, pero tampoco sin políticas de contención, convivencia, reconocimiento, vinculación y participación, es decir, políticas culturales. La tarea primordial durante la emergencia será entonces desarrollar políticas culturales para la (re)creación de la cultura en días de pandemia: la reconstrucción del tejido social y las relaciones bajo nuevas formas de organización de la vida, la convivencia pacífica y la tolerancia, la cultura del cuidado mutuo y el cuidado del medio ambiente, de la solidaridad, la diversidad, la construcción comunitaria de sentidos, la participación ciudadana responsable, la gestión crítica de la información, la reducción de la brecha ante lo digital y lo virtual, la defensa y el ejercicio de los derechos.
En estos días somos espectadores de una disputa simbólica, una lucha por el sentido de la pandemia y sus consecuencias, que es una disputa por la cultura: cómo debe organizarse la sociedad a partir de este hecho histórico, cómo debemos interpretar y vivir este momento y el futuro. Una lucha entre discursos de la solidaridad y de la xenofobia, del estado de bienestar y el estado de sitio, del cuidado mutuo y del sálvese quien pueda. Discursos del fin del capitalismo, del big data y la vigilancia digital, de la limpieza étnica, de la crisis económica global. A través de políticas culturales se puede promover la interpretación y producción de discursos desde las comunidades, que puedan intervenir en las disputas por los nuevos sentidos de la cultura.
Otra fuente fundamental de producción simbólica alternativa a los discursos hegemónicos es aquello que llamamos “industrias culturales”.
INDUSTRIAS CULTURALES
Usamos el término industrias culturales en un sentido completamente distinto al que dieron en su origen Adorno y Horkheimer a mediados del siglo XX. Con industrias culturales nos referirnos habitualmente a un conjunto difuso de actividades de producción y comercialización de bienes y servicios vinculados a las disciplinas artísticas, al trabajo artesanal y a lo creativo. Un sector muy amplio que en lugares como Salta casi nada tienen de lo que identifica a una industria (empresas especializadas, división del trabajo y trabajo en serie, grandes capitales invertidos, alta tecnología, legislación propia, producción en grandes volúmenes, organización sindical de los trabajadores, etc.) y que muy poco se relaciona con la definición original de la Escuela de Frankfurt, vinculada a la cultura de masas. En Salta y en el N.O.A., si hablamos de industrias culturales para referirnos a la producción de contenidos culturales que generan un valor económico, tenemos que hablar principalmente de una industria en etapa de manufactura, nos encontramos con un oxímoron: tenemos una industria artesanal.
Es necesario, por lo tanto, repensar esta definición, haciendo relevamientos y desarrollando una tipología propia, contextualizada y actual: considerando legislación, infraestructura, materias primas, tradiciones, actores culturales y prácticas sociales de consumo. Sin esta redefinición ¿Cómo podrían diseñarse políticas adecuadas para el sector? ¿Cómo podría interceder la Secretaría de Cultura de Salta para que los gobiernos interpreten al sector y puedan adaptar las políticas públicas para que los incluyan? ¿Qué respuesta se puede dar al sector ante la emergencia?
ENCUENTROS Y SENTIDOS
Si la cultura produce sentidos, las “industrias culturales” producen, al mismo tiempo, capital económico y capital simbólico. En la lucha por la construcción de sentidos las fuerzas son aún más asimétricas con la mudanza de todas las actividades y relaciones al campo virtual. Frente al relato único de la pandemia que construyen medios y plataformas de internet -en presente constante, en streaming, de la historia de Instagram que desaparece, del minuto a minuto, del Facebook live- las industrias culturales pueden producir y hacer circular otras narrativas, otros puntos de vista. Frente a la demanda de contenidos, pueden producir obras. Frente al relato de la fobia, relatos de la empatía. Frente a la homologación, la diversidad. Frente al presente eterno y global de las redes sociales, la memoria y los saberes locales. Frente al entretenimiento, el arte crítico, experimental, reflexivo.
Lo que llamamos “industrias culturales” son también industrias del encuentro, del intercambio, de la experiencia, de lo colectivo, del disfrute, del cuerpo, de lo comunitario, de lo público. Palabras que entraron en crisis con la pandemia y que es indispensable reformular: para concebir nuevas formas de comercialización y consumo de los bienes culturales, pero principalmente para valorarlas como instancias de construcción de lo común, de humanidad.
La Secretaría de Cultura debería atender, por lo tanto, al sector productivo en este momento: porque es parte de esa usina de sentidos que es la cultura, porque es una “industria” que produce otras preguntas e interpretaciones posibles. Los artistas, a través de su trabajo, recrean la cultura, nos interpelan desde lo sensorial y lo intelectual, nos dan otras herramientas para pensar y resignificar la cultura en tiempos de pandemia. En un momento en que nuestro sistema de pensamiento está rebasado por la crisis, el arte nos ofrece otras formas de comprender lo que nos está pasando y de imaginar futuros.
Por todo esto y porque además es un sector de grandes desigualdades, que se desarrolla en un campo con escasa regulación, integrado por trabajadores que, en su gran mayoría, realizan su actividad en condiciones de informalidad y precarización laboral, la Secretaría de Cultura también debería desarrollar políticas para el sector entendido en su dimensión económica, generadora de empleos. Y una cosa por demás importante: interceder para que los gobiernos interpreten las condiciones particulares del sector, adapten y flexibilicen las políticas económicas, industriales, laborales, permitiendo el acceso de hacedores culturales a programas de apoyo y financiamiento durante la emergencia.
FINAL
En días de pandemia, una Secretaría de Cultura tiene más trabajo que antes y no debería continuar siendo la misma institución con los mismos proyectos mientras toda la cultura cambia. Un plan provincial de emergencia cultural, participativo, se presenta como una herramienta de gestión imprescindible para encarar la tarea urgente de recrear la cultura, sobre valores como la solidaridad, el cuidado colectivo y del medioambiente, la inclusión, la convivencia y la igualdad. Un plan que promueva la construcción simbólica a partir de las necesidades y deseos de las comunidades: discursos alternativos que tengan intervención en las disputas por el sentido de la pandemia, por los futuros posibles. Un plan que también redefina al sector productivo de la cultura en Salta con sus singularidades, que contemple políticas para su sostenimiento y crecimiento, así como el de sus trabajadores, en tanto productores de capital simbólico y engranajes de una valiosa economía local.
Con cuanta precisión esta escrito este artículo, considero que cuando cualquiera asume un cargo público que no condice con su persona (personalidad, educación, intelectualidad, comprensión, conocimiento de la sociedad que te rodea, etc etc.) en fin una amalgama de condiciones que evidentemente esta señora no las tiene sino todo lo contrario. Vino con una arrogancia, petulancia, ignorancia a nuestra provincia viendo solo su factor económico y el de sus familiares y amistades a los que incorporó al Staff de Cultura. Que lamentablemente nos perjudicó a nosotros los hacedores de Cultura siempre desoyendo nuestras quejas adjudicándolo a otras situaciones que nada tienen que ver con lo que estamos viviendo. Subestimándonos y tratándonos de personas molestas y conflictivas. Nunca en Salta hemos vivido una situación semejante de tanta ignorancia por parte de quien nos dirige. Espero que por el bien de todos nosotros se retire y deje el lugar a tantos salteños dignos que nos honrarían cubriendo ese cargo
Excelente reflexión sobre el raro momento que estamos viviendo. Muy propositiva. Da cuenta de un conocimiento exhaustivo de nuestra realidad cultural.