Congreso Argentino de Gestión Cultural. Un buen momento para plantearse preguntas.
Suelo ser sumamente optimista respecto de mi propia biografía, la cual contrasta con mis lecturas del mundo social, que por lo común reviste tintes pesimistas. Sin embargo, el Congreso Argentino de Gestión Cultural realizado del 3 al 5 de noviembre por la Red Argentina de Gestión Cultural y la Universidad Nacional de Avellaneda me da la extraña oportunidad de despecharme con cuanto elogio me venga en mente: ha estado maravillosamente organizado, ha resultado enormemente estimulante, ha tenido un clima social espléndido, hemos escuchados exposiciones muy interesantes y participado de mesas de trabajo altamente productivas. Quizá la nota disonante la diera la frustrada asamblea de la propia Red tras el cierre del Congreso; pero esto no compite con la buena onda imperante durante esos días que la comunidad de la UNDAV le imprimiera al evento.
Quisiera detenerme en la reflexión sobre el que fuera sin dudas uno de los leitmotivs del evento: la profesionalización de la gestión cultural, y muy especialmente en los siguientes tópicos: la profesionalización más allá de la formación; desmontar los discursos salvíficos de nuestro campo profesional; la no canonización del modelo académico y el consecuente reconocimiento de la pluralidad de las gestiones.
Ante la premisa de profesionalización de la gestión cultural la inercia del sentido común nos direcciona hacia la formación académica, la cual no dudo que es un componente, acaso principal, pero que me resisto a considerar como excluyente. En primer lugar debemos reconocer que existen personas que hacen de la gestión cultural una práctica sin haber transitado por espacios de formación académica específica (amén de que pudieran existir quienes, como yo, han transitado por la formación específica pero desistido de dedicarse a la gestión cultural como práctica), pero esto es algo desde siempre reconocido; quisiera poner el énfasis en otra necesidad, la del auto reconocimiento y más aún del reconocimiento social. Hace algo más de 20 años atrás, siendo aún estudiante de gestión cultural, recuerdo recorrer los pasillos de diversas organizaciones culturales de la Ciudad de Buenos Aires y al comentarle a quienes allí trabajaban, incluyendo no pocas veces a sus autoridades, que estudiaba gestión cultural, la pregunta que sobrevenía era “¿y eso qué es?”, para lo cual debía ensayar algún tipo de respuesta diplomática que en el fondo les dijera “lo que vos haces todos los días”; si bien no podemos ignorar que esa situación aún persista, es notablemente mayor el número de gestores culturales, con o sin formación académica específica, que se auto identifican como tales. Distinta es la situación en cuanto al reconocimiento social, en mis años de docente se han multiplicado las anécdotas de estudiantes gestión cultural que mienten a sus abuelos para ahorrarse el tener que explicar ¿con qué se come eso de la gestión cultural?, o la aún más difícil pregunta de ¿qué se come con la gestión cultural?, he ahí un punto que creo debe trabajarse de cara a la profesionalización, el reconocimiento social de la profesión misma, no tiene mucho sentido formar profesionales de una profesión que no existe en el imaginario social.
Los dos discursos salvíficos, aquel que postula la necesidad de luchar contra viento y marea para proteger la cultura, y el que sostiene que la cultura salvará al mundo, los cuales convierten a los gestores culturales en una suerte de cruzados siglo XXI, por suerte no estuvieron presentes en el Congreso. Vuelvo una vez más sobre el anecdotario estudiantil personal, pues ello me permite un análisis comparativo diacrónico; fui formado en un espíritu ilustrado que sostenía que como gestores culturales de formación académica veníamos a echar luz sobre un sector en tinieblas, como corolario más de un condiscípulo se dio la cabeza contra la pared. Me tocó escuchar a una funcionaria diciendo de nosotros “llegaron hace una semana y se creen que saben más que el Secretario”. Por suerte no parece ser ese el tono en las charlas que pude sostener con estudiantes. Respecto de la expectativa de salvar el mundo con la cultura, parece que hemos podido morigerar un poco nuestras aspiraciones, sin claudicar de la idea de poder aportar a ello, pero conscientes de que es algo que claramente nos excede.
Acaso el punto que veo más difícil en el presente es el de empezar a discutir si el modelo que transferimos desde nuestras aulas es El modelo de gestión cultural o Un modelo de gestión cultural. ¿Indefectiblemente debemos definir objetivos, planificar, dividir funciones, hacer fundraising, evaluar, sistematizar nuestras prácticas, diseñar estrategias de marketing? Hace tiempo que he comenzado a dudar de la respuesta afirmativa. Ese modelo parece al día de hoy haber hegemonizado la institucionalidad cultural: museos, secretarías de cultura, teatros, centros culturales; pero dudo que sea la práctica dominante en otros contextos: comunidades religiosas, comunidades indígenas, centros tradicionalistas, colectivos de inmigrantes, inclusos prácticas familiares, ámbitos todos ellos donde se gestiona cultura. Suponiendo como válida esta última afirmación, la pregunta es ¿debe el modelo canónico académico de gestión cultural colonizar esos ámbitos? ¿La forma en que se gestiona la cultura en esos ámbitos, no es un elemento cultural en sí mismo? Si así fuera, imponer prácticas, ¿no sería contrario a la salvaguarda de la diversidad cultural?
Como se ve son más las preguntas que las respuestas que ha disparado en mí el Congreso, y ese hecho es un elogio aún más grande que los anteriores. Así como en el espacio abunda más el vacío que la materia, en el conocimiento abunda más la ignorancia que el saber, ¿a cuenta de qué somos tan devotos del saber? Un Congreso, como el Argentino de Gestión Cultural debe ser un espacio de construcción colectiva de conocimiento, debemos construir y transferir, si, saberes positivos; pero acaso sea un aporte aun mayor a la profesionalización la concientización de nuestra ignorancia.
Quisiera cerrar con las palabras con que abrí mi primera participación en el Congreso: agradezco y felicito a la Red Argentina de Gestión Cultural y a la Universidad Nacional de Avellaneda por la concreción del Congreso Argentino de Gestión Cultural. Que se repita.
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