Primacía de lo político. Políticas Culturales y Desafíos Urbanos en la Ciudad Dormitorio.
Quisiéramos arrancar por el final, contestando en unos renglones la pregunta disparadora de este ensayo ¿En qué sentido pensar culturalmente a las ciudades puede resultar adecuado para abordar los desafíos urbanos? Entendemos que ese sentido se abona en la “cultura desculturizada” según la conceptualización de Víctor Vich; pensar culturalmente las ciudades, es pensar lisa y llanamente en política y más aún, en políticas culturales en sentido amplio y más en específico, políticas provenientes del sector público local. Las políticas culturales, a partir de la década del 70 con el “giro local” se han transformado no sólo en una matriz analítica fundamental, para problematizar los desafíos urbanos, tanto en el orden de lo material como en el inmaterial, sino también que se constituyen en una batería de herramientas prácticas y dispositivos centrales para poder abordarlos.
Pensar la cultura en tanto políticas culturales, nos permite en primera instancia, acotar el universo de significaciones y definiciones en torno a lo cultural y situarnos, desprendiéndonos de las reflexiones universalistas o de pretensión universal, para sumergirnos en las particularidades propias de una cosmovisión integral sobre el territorio, su espacio geográfico, sus tiempos, sus imaginarios, su poética, sus símbolos y su realidad material. Es a partir de este recorte, que podemos pensar culturalmente las ciudades, si el objetivo es dar respuestas a los desafíos en torno a lo urbano. Con ello no es intención descartar la problematización universal, propia del pensamiento filosófico, sin embargo, la misma noción de desafío nos invita a la acción y en particular a la acción política, ya lo decía Carlos Marx en la onceava tesis sobre Feuerbach: «Los filósofos no han hecho más que interpretar de diversos modos el mundo, pero de lo que se trata es de transformarlo».
Ahora bien, cuando nos referimos a “desafíos urbanos” ¿En qué tipo de ciudades nos estamos situando? Estamos frente a la ciudad posindustrial, globalizada, en pleno proceso de trasformación, marcada a fuego por un contexto de profundas desigualdades, heterogéneas, de creciente exclusión social y fragmentación espacial urbana. En el caso de las ciudades latinoamericanas, estas transformaciones, irrumpen con ímpetu propio, reordenando y “echando por tierra” su tradición radial, centrada en el espacio público común integrador de los diversos estamentos y clases sociales, pues si bien en la “ciudad industrial” del siglo XX, se observaron grandes transformaciones, sobre todo aquellas que oficiaron de variables tendientes a la segregación, las discontinuidades espaciales de la fragmentación posindustrial, terminan por quebrar el viejo paradigma que parecía permanecer desde la época colonial e independentista. Frente a lo expuesto, cabe señalar que, los casos de estudio abordados a través de miradas culturales y antropológicas del urbanismo y el urbanismo social, nos permiten construir un mapa de los distintos desafíos, problemáticas y posibles respuestas potenciales a ellos, sin embargo, estos casos de estudio se orientan a la investigación de las “ciudades centro” de las áreas metropolitanas y capitales regionales, entonces cabe la pregunta ¿Qué sucede en las ciudades periféricas de las áreas metropolitanas? ¿Responden sus realidades a las conceptualizaciones derivadas de los casos de estudio? ¿Podemos problematizar esas realidades en los marcos analíticos hasta aquí construidos? ¿Existe un mapa de las potenciales respuestas a sus desafíos particulares? Aquí nos encontramos frente a un desafío también, de características analíticas, académicas y profesionales. Un desafío que a partir del desarrollo de la “Gestión Cultural” en diversas universidades, agencias públicas, privadas y comunitarias, estaríamos en condiciones de abordar, si se pone el foco en este tipo de ciudades. Pensemos en el “Conurbano bonaerense”, con sus cuatro cordones. Nos encontramos frente a 42 distritos urbanizados o parcialmente urbanizados que según los datos del Censo 2010 cuenta con 10.701.712 habitantes, sin tener en cuenta a la Ciudad Autónoma de Buenos Aires. Ciudades que se fueron constituyendo al calor de la modernización, la consolidación del Estado Nacional y la industrialización, propias de finales del siglo XIX hasta mediados de siglo XX. Fueron conocidas (y aún lo son) como “ciudades dormitorio”, espacios urbanos residenciales, en la periferia de los espacios geográficos en donde se instalaban el entramado productivo más competitivo, casas de estudios universitarias y oficinas centrales de los poderes públicos nacionales y provinciales.
El modelo posindustrial, transforma radicalmente el espacio urbano y el territorio de estos distritos, en primer lugar porque su disposición espacial, pasa a ser sujeto de las “ciudades fragmentadas”, las inversiones inmobiliarias en sus zonas rurales y periurbanas, tales como barrio cerrados, clubes de campo, hoteles y zonas comerciales dispuestas en sus cercanías, generan discontinuidades espaciales en el tejido urbano, así como también las “islas de pobreza” aportando aún más a la exclusión y la segregación social, así como las profundas transformaciones en términos de infraestructura, como el caso de autopistas, avenidas y trazas de transporte, orientadas a la interconectividad de dichos emprendimientos comerciales y residenciales y de ellos, con la Ciudad Autónoma de Buenos Aires. También, la relocalización de industrias, a partir de zonas y “parques industriales”, zonas gastronómicas y comerciales, nuevas universidades, “shopping malls” y lugares de entretenimiento, constituyen el caldo de cultivo necesario para la “planificación” de un proceso de regeneración urbana y la búsqueda consiente de modelos de desarrollo local, que no están exentos de los desafíos urbanos contemporáneos en la América Latina de la globalización. También debemos agregar que, en el proceso de reforma del estado iniciado en la última década del siglo pasado, los municipios a partir de la descentralización vertical de potestades nacionales en unidades administrativas subnacionales, en el marco de las políticas neoliberales en el contexto del “Consenso de Washington”, se han dotado de nuevas capacidades financieras, políticas y administrativas que permiten nuevas posibilidades de planificación y ejecución de políticas públicas. Es en este punto, donde las políticas culturales, pueden tener un rol inédito para pensar y construir las ciudades, ampliando sus funciones, potestades y desafíos, perforando un techo vinculado a la “promoción de las artes” y en el caso de las “ciudades dormitorio”, orientado también al entretenimiento gratuito.
A partir de lo expuesto consideramos que existen tres problemáticas asentadas en el campo de la política para transformar algunas cosmovisiones en torno a lo político. La primera tiene que ver con las insuficiencias que representa pensar las ciudades desde una perspectiva puramente material y abordar nuevas formas de pensar la territorialidad; la segunda, es poder construir una agenda en la dirigencia y la militancia de los partidos políticos, que contemple las políticas culturales desde las múltiples dimensiones que el urbanismo social, la antropología urbana y la gestión cultural proponen desde hace dos o más décadas. El tercero y último problema, se da en torno a superar, las deficiencias conceptuales y materiales de aquellas agencias que en búsqueda de promover las industrias culturales y a la cultura como motor de desarrollo económico local, profundizan en el giro regenerativo, algunas problemáticas que hacen a los desafíos urbanos actuales, como puede ser el caso de la revitalización patrimonialista orientada al turismo cultural o la configuración de clústeres culturales que, abonan a los procesos de gentrificación, negación de las identidades territoriales preexistentes o la construcción de patrimonios artificiales, clasistas y deshistorizados, configurando así, ciudades imposibilitadas de integrarse en forma inclusiva, cuestión necesaria para pensar verdaderos ejes de Justicia Social.
No es intención de responder a estas tres problemáticas en este ensayo una por una, porque es una triada puramente analítica, su abordaje debe planificarse, ejecutarse y evaluarse en forma de constelación, cada paso está concatenado a otro, más bien se trata de despertar las fuerzas creativas de la política partidaria y de la comunidad organizada. Tampoco pueden abordarse estos problemas, en un juego de simples oposiciones (aunque sea intelectualmente tentador y confortable). Oponer el desarrollo material a los campos simbólicos, oponer la cultura viva comunitaria a las industrias culturales, oponer la promoción de las artes a la cultura inclusiva, de nada sirve para dotar de mayor valor las políticas culturales; a nivel político-partidario para ser tomadas como una agenda legítima por las elites dirigenciales y a nivel político-estatal para ser parte constitutiva de la planificación de las ciudades. Despertar las fuerzas creativas, significa otorgar a lo político una primacía para integrar las diversas visiones de las políticas culturales, promotoras de las artessa, económicas, inclusivas, identitarias e imaginarias, con la función de generar un programa de gobierno con capacidad de futurizar, es decir, pensar la ciudad imaginada hacia el futuro y abordar sus desafíos urbanos en forma coherente y planificada con las áreas de Estado necesarias.
La primacía de lo político, implica “abrir el juego”, planificar no sólo desde lo académico o desde la elite partidaria, sino integrar ambos campos constructores de las políticas públicas, con la comunidad. El desafío de la participación comunitaria se vuelve central en este sentido, porque podría instituirse como un punto de convergencia entre las distintas nociones de cultura, los distintos objetivos de las políticas culturales públicas y la necesidad de construir gobernabilidad en los territorios. En otras palabras, en el entramado de organizaciones comunitarias, podemos encontrar un punto de soporte y equilibrio en las tensiones de las visiones divergentes en torno a la “cuestión cultural”, se trata de establecer mecanismos de gobernanza, que no impliquen un “como si” artificial orientado al marketing y la comunicación política institucional, sino de dotar a la comunidad herramientas de reconocimiento, protagonismo y decisión y dotar al Estado de mecanismos de gobernabilidad que permitan, no sólo construir procesos eficientes en su administración interna, sino efectivos para con la ciudadanía, sólo así las políticas culturales podrán ser una herramienta de abordaje de los desafíos urbanos presentes, pero también futuros.
Para finalizar, entendemos que estamos en un momento bisagra, pues las transformaciones urbanas y sociales del modelo posindustrial en las ciudades dormitorios, producen procesos de regeneración urbana que buscan modelos de desarrollo local y aquí la política, definida como decisión, se vuelve central porque nos dispara a ciertos interrogantes ¿Quiénes son los ganadores y perdedores de estos modelos de desarrollo? ¿Se puede intervenir en estos procesos? ¿Quiénes conducen estas transformaciones? Pensar culturalmente las ciudades, nos da una respuesta, pero en la medida que podamos entender a la cultura como un elemento en torno a lo político y a la política como un lugar de primacía en donde la comunidad, protagonice y decida su destino. Existen herramientas analíticas que nos permiten aproximarnos y hay otras que deben construirse, hay abordajes que han resultado exitosos y pueden tomarse como ejemplo para enfrentar los desafíos urbanos. La cultura tiene mucho para decir, pero fundamentalmente mucho por hacer. Hacia allá vamos.
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