Prólogo a «Cultura libre de estado»
En los últimos meses asistimos a nuevos embates contra las instituciones culturales en Argentina y, en especial, el ataque contra los posibles financiamientos públicos de obras y actividades. Explícitamente, se declaraba superflua la promoción cultural; implícitamente, se reconocía su capacidad de forjar y enlazar lo común, de poner en juego imágenes alternativas y antagónicas de la sociedad, de la libertad, del quehacer colectivo, respecto de las que afirma el neoliberalismo. A la vez, la discusión no dejaba de arrastrar mucho de lo impensado, reduciendo por momentos la acción pública a la disposición de subsidios y al cuestionamiento o defensa de la transparencia en cada uno de los regímenes de fomento. No es una conversación fácil en un país con situaciones de pobreza y con muchas personas en condiciones de extrema vulnerabilidad, donde se moviliza la opinión contra gastos que pueden ser imaginados ociosos o innecesarios. La cultura tiene todas las chances de recibir esas condenas, incluso comprensibles cuando gran parte de los imaginarios y las narrativas provienen de las industrias audiovisuales trasnacionales, de los grupos editoriales que tampoco son locales, y de la proliferación de creaciones en redes digitales.
En esa discusión floreció más la acción resistente que la argumentación crítica sobre el funcionamiento de la cultura, o la imprescindible pregunta de por qué para muchas personas es algo ajeno a sus condiciones reales de vida. Esa pregunta es necesaria para pensar la intervención estatal, para que la programación propuesta no termine en el circuito de la gentrificación implícita de todos los espacios culturales. Y, por lo tanto, la separación de esas obras y actividades respecto del consumo y el disfrute de las mayorías.
Se dirá: no son temas para pensar en momentos de defensiva como este, en el que se trata de sostener lo que existe ante una neobarbarie ultraliberal. Pero en algún momento hay que pensarlos. El libro de Rowan trae un conjunto de discusiones precisas y necesarias. Lo hace construyendo una genealogía del debate en Europa –el movimiento por la cultura libre, las búsquedas de licencias comunes, las industrias culturales y creativas– que, si bien es diferente al modo en que se fue desarrollando en Argentina, propone ideas que permitirían enriquecer y complejizar nuestra conversación sobre la relación entre Estado y cultura.
Me detengo en tres de ellas. Una, la idea del procomún: un régimen de propiedad que no es público ni privado sino colectivo y común. Lo común no es lo público, no tiene pretensión de universalidad –llegar a todxs, ser inclusivo–, sino que implica la gestión y producción de comunidades y también –en tanto no está exigido por ser accesible y de gusto masivo– permite apostar a la experimentación y a la innovación. Esa gestión de lo común puede implicar acciones públicas no estatales, surgidas de la sociedad civil. En Argentina, una experiencia fundamental de esa gestión de lo común no estatal es la de las bibliotecas populares, asociaciones civiles que preservan y difunden el patrimonio libresco, organizan actividades culturales con criterios propios y tienen articulaciones diversas con el Estado. Rowan propone pensar lo común en diversos “gradientes y matices” entre lo público estatal, lo público no estatal, la cogestión, la gestión comunitaria.
La segunda idea es pensar el acceso desde un particularismo radical: el valor de lo realizado no estaría en su pretensión de universalidad sino en su capacidad de sostener un vínculo con comunidades particulares que usan y producen, incluso que pueden acceder de modo común a producciones públicas. Aquí Rowan despliega ideas muy sugerentes sobre la puesta a disposición de archivos y materiales creados con financiamiento público para producir otras obras no previstas en su origen. Por ejemplo, tomar los materiales en crudo registrados por las filmaciones de la televisión pública como objeto de un uso común, no comercial. Entonces, lo que el Estado hace no es solo procurar una obra para ser consumida, espectada, disfrutada, sino garantizar las condiciones de producción de otras obras.
Y aquí la tercera idea –de un libro que tiene muchas– que quería mencionar: poner el foco en las infraestructuras que ordenan espacios, mueven mercancías, distribuyen personas, son agentes de privilegios y jerarquías, organizan ritmos. Rowan propone pensarlas en su productividad, para que lo común no se limite a ser una condición de los objetos culturales sino la trama infraestructural que permite crearlos. Eso implica crear modos de gestión, espacios deliberativos, regulaciones del uso. Salir de la discusión en el plano simbólico para construir un materialismo capaz de considerar los efectos que producen las “cosas inanimadas”.
Pensar desde esa perspectiva es ir más allá de la valoración de la dimensión simbólica de las obras o actividades pero también más allá de la forma individualizante del subsidio y el financiamiento, para pensar lo común como una trama a crear, como un ejercicio político de construcción del lazo y de la gestión, como un acceso a las capacidades creativas de lo colectivo. Así, se revela otra discusión política, que nos permite pensar la potencia díscola de la cultura: ya no lo que dice en términos de contenidos o temas o estéticas, sino en el modo en que se produce. ¿Qué común crea, de qué común surge, qué hace con lo público?
No es un libro para tomar cual doxa, sino un material más a incluir en un estado bullicioso del pensamiento y la conversación. Un estado bullicioso que no está transcurriendo pero que nos debemos, si es que queremos ir más allá de una defensa conservadora del financiamiento público, para poner el foco en la necesidad de crear, colectivamente, sentidos de lo común. Frente al sentido común individualista, competitivo, emprendedorista -donde cada hacedor cultural debe actuar como eficaz en el mercado pero también como cazador de subsidios-, interrogarnos sobre el modo de uso y las condiciones para experimentar un sentido de lo común.
Dejar un comentario
¿Quieres unirte a la conversación?Siéntete libre de contribuir!