Un congreso con sabor a encuentro
Nuestra travesía comenzó un martes a las dos de la mañana en la estación de trenes de Rosario. Allí nos encontramos con el grupo investigación de la reciente Licenciatura en Gestión Cultural de la Universidad Nacional de Rosario para viajar al Congreso Argentino de Gestión Cultural. Para la mayoría de ellas, alumnas del tercer año de una carrera que nació en pandemia, ésta era la primera experiencia en un Congreso. Para mí, un acto de esperanza. Hacía mucho tiempo que no participaba en un Congreso. La desilusión de ver escenificadas las lógicas más pobres del mundo académico -con audiencias casi vacías, ponentes sin ganas de comunicar y pocos espacios para el intercambio- me habían alejado de este tipo de eventos. Sin embargo, la Red Argentina de Gestión Cultural propuso algo diferente y eso me sedujo. Ese deseo se contagió y allí estábamos, con nuestras mochilas emprendiendo el viaje a Buenos Aires.
“El 45 nos deja en Avellaneda?” En las paradas de colectivos y trenes nos fuimos reconociendo entre quienes buscábamos atravesar la General Paz para llegar al conurbano. El Primer Congreso Argentino de Gestión Cultural nos citaba los días 3, 4 y 5 de noviembre de 2022 en la sede Piñeyro de la Universidad Nacional de Avellaneda. Aplicaciones mediante, fuimos llegando en grupos armados al azar a un edificio nuevo y cómodo que se convirtió en nuestra casa por los siguientes tres días.
Al Congreso lo organizó una red, una red federal que se fue consolidando durante todo el año a partir de encuentros preparatorios en diferentes regiones del país. Y la trama construida al calor de ese paciente trabajo colectivo se hizo presente y compuso el encuentro nacional. Se escuchaban tonadas, acentos y formas de hablar tan diversas como nuestro país. La trama se veía y se escuchaba. La concurrencia era grande y diversa. Se respiraba la construcción colectiva – con todos sus desafíos y potencialidades- y el compromiso militante de quienes venían trabajando desde hacía tiempo en generar este encuentro. Así que quienes nos sumamos al Congreso nos fuimos contagiando de esa hospitalidad y ese compromiso de futuro que terminó marcando el clima de todos esos días.
Desde la Red se había propuesto que la forma de participación no fuera a través del clásico formato de mesas y ponencias sino conformando Grupos de conversación. Se delinearon 9 grupos: gestión cultural de las artes, desafíos de la gestión cultural en las distintas escalas urbanas, gestión de las industrias culturales, gestión cultural comunitaria, políticas culturales y enfoque federal, mediación cultural y públicos, gestión del patrimonio y profesionalización, gestión de las instituciones culturales e investigación y gestión cultural. Se propusieron además diversos formatos para presentar las propuestas: escrito, producción audiovisual o podcast. Quienes nos inscribimos debíamos elegir alguno de los grupos en los que participar y compartir nuestra propuesta en alguno de esos formatos. Nosotras enviamos un podcast al grupo 9 de investigación y gestión cultural, con la sospecha de que sería uno de los más aburridos y poco concurridos. Sin embargo, no fue así. El grupo recibió casi veinte propuestas y nos mantuvo encendidas los tres días con preguntas y debates que atraviesan nuestra práctica cotidiana y el momento histórico de nuestro campo.
Hay que decir también que unos días antes de la fecha del encuentro tuvimos a disposición todas las propuestas que se habían presentado en nuestro grupo para ver, escuchar o leer con anticipación a quienes compartirían el Congreso con nosotras. También tuvimos un cronograma de reuniones y algunas preguntas disparadoras para trabajar en cada sesión. Según ese diseño trabajaríamos en tres sesiones de un par de horas por grupos y luego nos reuniríamos en la última jornada a compartir nuestras reflexiones en un espacio de intercambio general.
La programación contemplaba además Paneles sectoriales -que no se superponían en horario con las sesiones de trabajo grupal- y que, con la participación de cuatro o cinco especialistas, buscaban plantear nudos problemáticos en diálogo con aquellas. También hubo ferias editoriales -donde aprovechamos a comprar los últimos lanzamientos sin costo de envío-, presentaciones de libros, relatorías de experiencias, presentaciones artísticas y una emotiva entrega de un premio homenaje a Adolfo Colombres. El segundo día recibimos la visita de quienes estaban participando del Encuentro Federal de Cultura Pública organizado por el Ministerio de Cultura de la Nación en el Centro Cultural Kirchner y cuyas actividades se superpusieron con el Congreso que nos convoca. Si, dos encuentros en el año y se superpusieron. No hay remate.
Pero sigamos, todo el trabajo de gestión que hizo la Red desde el diseño de la programación y la forma de trabajo hasta pequeños detalles como la disposición espacial de los lugares de encuentro, prepararon el escenario para que el Congreso se constituyera en un real ejercicio colectivo de acción y reflexión.
Esta modalidad de trabajo en grupos además posibilitó explorar otras formas de reflexionar. Formas como las ensayadas en el grupo de arte y gestión, que buscaron romper la tradicional disociación entre cuerpo y pensamiento sobre la que se ha asentado la construcción de nuestros campos de saber y que configuraron al Congreso como un espacio experimental en el que prefigurar la gestión que estamos intentando construir.
Y en este sentido creo que el Congreso acertó en recuperar -queriendo o sin querer- algunas innovaciones que vienen aportando los feminismos a la construcción democrática. A partir de los Encuentros Nacionales de Mujeres – hoy Encuentro plurinacional de Mujeres, Lesbianas, Trans, Travestis, Intersexuales, Bisexuales y No Binaries- los feminismos desde hace algunas décadas vienen consolidando un dispositivo de participación con trabajo en talleres y puestas en común que promueve prácticas horizontales mediadas por el respeto, el compromiso político y los afectos. Espacios donde lo personal se pone en juego para pensar y accionar sobre lo social desde una apertura real al diálogo y a la construcción de una inteligencia común superadora de las individualidades.
Sin embargo, creo que aún nos queda mucho por recorrer para repensar las articulaciones entre feminismos, perspectiva de género y gestión cultural. Siendo la gestión cultural una práctica altamente feminizada, creo que es fundamental comenzar a construir espacios de reflexión que nos permitan ahondar en los desafíos que la perspectiva de género nos propone para construir una gestión potente y transformadora. Y en este sentido me resultó llamativa la ausencia de un Grupo de discusión o un panel dedicado al tema. Posiblemente, confiar en la transversalización de la mirada de género en los distintos grupos no haya sido suficiente dado el estadío en que nos encontramos en el proceso de despatriarcalización y sea necesario construir un tiempo y un espacio para problematizar por ejemplo la relación entre la gestión cultural y las prácticas de cuidado, los vínculos entre “el amor al arte”, los afectos, el trabajo no pago y la profesionalización de la gestión, entre otras dimensiones.
El tema de la profesionalización de la gestión cultural atravesó todo el Congreso y los grupos de conversación. Fue el eje desde el que se abordó la lectura situada de nuestro presente y los desafíos para el futuro de nuestro campo. Porque se habló de futuro. En un contexto en el que pareciera que el futuro es cada vez más soñado por el capitalismo y las derechas, desde el Congreso nos animamos a imaginar otros futuros posibles para la gestión, futuros capaces de recuperar la potencia política de la cultura.
En clave política y de futuro discutimos las tensiones de la profesionalización, la formación y la acreditación de saberes; el rol del gestor y la gestora en los contextos territoriales en que accionamos, nuestras estrategias y posibilidades de inserción real en las mesas de decisiones de políticas y desarrollo de las ciudades. Debatimos sobre las responsabilidades y desafíos de la gestión en el marco de la cultura pública, privada, comunitaria y estatal. Y hablamos mucho de los imaginarios y las prácticas de nuestra actividad en términos de trabajo – otro de los temas que reapareció en casi todos los grupos de conversación-, de la precarización laboral y también del lugar de los afectos y los deseos en esa configuración. Junto con ello debatimos la legislación, las potencialidades y dificultades para la sindicalización y la colegiación, de la necesidad o no de establecer tarifarios, y problematizamos los derechos laborales y culturales. Hablamos de trabajo en red, de prácticas de mediación porosas y afectadas y de marcos de digitalización. De la necesidad de generar indicadores y prácticas de investigación capaces de adaptarse a la especificidad de nuestras prácticas; de la necesidad que la investigación se adapte a la gestión y no la gestión a la investigación, entre otras cosas.
La pregunta por la especificidad de la gestión cultural – junto al problema de la profesionalización y el trabajo- atravesó fuertemente nuestras prácticas reflexivas en el Congreso. La preocupación por sostener la tensión entre un campo que tiende a institucionalizarse y las posibilidades de mantener la apertura y la construcción de formas innovadoras de hacer, fue posiblemente otro de los lugares de encuentro que descubrimos en la puesta en común de la última jornada.
Tal vez porque somos un campo chico, un campo en construcción, acostumbrado a hacerse espacio un poco empujando y otro poco a las patadas; en el Congreso primó una actitud militante y constructiva, una actitud generosa de diálogo y debate real, consciente del momento histórico y la responsabilidad que nos cabe como gestores y gestoras culturales. Una actitud que se vivió con intensidad en la jornada de cierre que -como todo el Congreso- operó como un ritual de reconocimiento e identificación, un ritual de construcción de un nosotros, un ritual en el que celebramos el encuentro y las posibilidades de construir prácticas transformadoras desde la gestión cultural.
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