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Las políticas culturales ante el problema de la necesidad cultural

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Recientemente he estado leyendo el libro de Albino Canelas Rubim Comunicación, cultura y políticas culturales, publicado por RGC Libros en 2023, el cual sin dudas recomiendo; pero esto no es una reseña del mismo, sino el resultado de ciertas inquietudes que su lectura despertaron en mí reflexión sobre las políticas culturales, o para mejor decir reavivaron.

No me referenciaré aquí en la totalidad de la obra, sino en dos capítulos: “Por un concepto actualizado de políticas culturales” y “Conceptos de políticas culturales en América Latina”. Más allá de constituir unidades autónomas, los dos capítulos en cuestión comparten la vocación de reflexionar sobre qué entendimos y entendemos por políticas culturales en nuestra región. Hay dos elementos puestos allí en juego por Canelas Rubim en los que me detendré: la idea de las políticas culturales como concepto y en la re-visita que nos propone de la definición canónica que nos legara Néstor García Canclini hace ya casi medio siglo.

Desde siempre me preocupó la imbricación del campo de las políticas culturales con problemáticas sociales de lo más diversas: ciudadanía, pobreza, exclusión social, medio ambiente y un muy largo etcétera; no me preocupaba por la imbricación en sí, la cual festejo, sino porque generaba en mí una sensación de falta, la exigencia de tratar con cuestiones de las que no tenía demasiada idea.

Con el tiempo me di cuenta que estaba lejos de ser la excepción en esta condición de ignorancia. Probablemente la mayoría que quienes nos acercamos al campo de las políticas culturales llegamos motivados por nuestro interés, y acaso conocimiento, del campo del arte; quienes registraban un interés, y acaso conocimiento, en las problemáticas sociales posiblemente encontraran un ámbito más acogedor en las políticas sociales. Pero la cosa no acaba ahí, en la ignorancia de territorios nuevos en los que desembarcamos, sino en no pocas oportunidades en el desconocimiento de nuestro propio terruño, de la forma en que tratamos nociones como política cultural, identidad, desarrollo cultural o incluso cultura.

Desde entonces me convertí en un crítico del propio campo, de la ligereza con que no acercábamos a estas problemáticas, de lo apriorístico de nuestras ideas, del primado del sentido común, cuando no peor: del sentido mediático. A la vez devine en un entusiasta promotor del reconocimiento de nuestras limitaciones cognitivas y consecuentemente de la necesidad de problematización de las cuestiones con las que trabajábamos, de la profundización de las ideas, la necesaria, y esto es a donde quería llegar, conceptualización.

Es por ello que festejé cuando Canelas Rubim comienza los trabajos aquí referidos dejando en claro desde el vamos el carácter conceptual del sintagma políticas culturales. Pensar las políticas culturales como un concepto tiene múltiples implicancias y nos deja frente a algunas obligaciones.

Pensar la política cultural como un concepto nos aleja de la posibilidad de una definición, nuestro autor nos aclara que “no cree en esta búsqueda de un concepto único que ilumine plenamente el acto de conocer”, todo concepto es el resultado de capas geológicas de sentido, según la metáfora de Reinhart Koselleck[1], es el resultado del aporte de muchos agentes, por lo general a lo largo de mucho tiempo, su aprehensión es esquiva, conflictiva y trabajosa. Y a trabajar es precisamente a los que nos obliga, a trabajar para comprender cabalmente el sentido de los conceptos; y no por erudición, sino por operatividad. Sucede que estos conceptos, densamente cargados de significaciones, resultan particularmente lábiles en su uso, no es de extrañar que usemos la misma palabra en sentidos diferentes, sin que por ello ninguno de los interlocutores esté errado, lo cual, por lo menos, hace dificultosa la comunicación, pero también nos puede conducir a desastres de implementación, no por nada ya Mashall Sahlins nos advierte en relación al concepto cultura:

Cuando no se distingue entre “cultura” en el sentido humanista del término y “cultura” en el sentido antropológico, es decir, el conjunto de rasgos distintivos que caracterizan el modo de vida de un pueblo o de una sociedad, se origina gran confusión tanto en el discurso académico como en el político.[2]

Contrariamente a lo que pudiera parecer a primera vista y desde el sentido común, la cuestión no se soluciona acotando los sentidos, estrechándolos, por el contrario, nos dice Canelas Rubim, “la presencia de diversidad de conceptos no demuestra la fragilidad del área de estudios en el campo de las humanidades (…) significa mayor riqueza de posibilidades analíticas”, pero en sintonía con Sahlins nos advierte: “la fragilidad ocurre cuando los conceptos no son sometidos a un riguroso debate académico y a una construcción intelectual satisfactoria”. Tal el cometido de sus ensayos y al que nos sumamos decididamente.

Ahora bien, dijimos ya que no podemos tener una definición, única y universal, para un concepto, pero eso no nos priva de poder construir conceptualizaciones particulares. Canelas Rubim nos habla de un “concepto”, en singular, pero a la vez de una “pluralidad de conceptos”, entendemos que en coincidencia con los que postulamos en la oración anterior: el par concepto/conceptualización. Proponemos entonces que el concepto políticas culturales es el resultado de esas “capas geológicas de sentido”, de una larga historia de trabajo intelectual y político, su aprehensión exhaustiva acaso nos esté vedada incluso a quienes todos los días pensamos en qué son las políticas culturales; por tanto lo que hacemos en el mundo de la vida es movernos con conceptualizaciones, en sus textos Canelas Rubim dialoga con las conceptualizaciones propuestas por la UNESCO, García Canclini o Brunner, las que no son sino aprehensiones de alcance limitado. Lejos de simplificar la cosa esto nos deja ante el problema de cuál conceptualización adoptar, usar, proponer; como dice Canelas Rubim, “siempre que se formulen con rigor teórico”, no puede haber un valor de verdad que establezca un orden de prelación, pero eso no nos priva de pensar en un valor de uso, así, por ejemplo, puede que una conceptualización tenga un mayor poder heurístico y por tanto resulte pertinente para un trabajo de investigación, pero bien puede ser que otra comulgue mejor con la acción de implementación política.

El otro punto que me movilizó de los textos de Canelas Rubim, lo dije, fue el recuperar la famosa conceptualización que Néstor García Canclini estableciera en el ya clásico trabajo de 1987, Políticas culturales y crisis del desarrollo: un balance latinoamericano, la cual recordamos:

Entendemos por políticas culturales un conjunto de intervenciones realizadas por el Estado, las instituciones civiles y los grupos comunitarios organizados a fin de orientar el desarrollo simbólico, satisfacer las necesidades culturales de la población y obtener consenso para un tipo de orden o de transformación social.[3]

Desde entonces a todos nos quedó en claro que: no solo los gobiernos tienen políticas culturales;, que las políticas culturales son constructoras de consensos (la parte que siempre más me gustó); y que esos consensos pueden ser tanto conservadores como transformadores de la realidad social, en el sentido más amplio. Para un análisis de las bondades de la conceptualización de García Canclini remito al lector al texto del propio Canelas Rubim, por mi parte me detendré en el componente de la conceptualización que queda: “satisfacer las necesidades culturales de la población”.

Aquello de “satisfacer las necesidades culturales” fue la parte de la idea de Canclini que siempre me hiciera más ruido, no es que no comulgara con la misma, sino que me parece la más peligrosa en función de su interpretación, lo cual nos devuelve al comienzo, la forma de conceptualización.

Si hemos de “satisfacer las necesidades culturales de la población” ello nos estrella con la pregunta ¿cuáles son esas necesidades? La repuesta podría ser algo así como: “dime que entiendes por cultura y te diré cuáles son las necesidades”, el problema de la conceptualización.

Dentro de nuestro campo, y no solo en él, es lugar común desagregar el concepto de cultura en dos grandes grupos de conceptualizaciones, aquellas que en la cita previa Sahlins denominaba “sentido humanista” y “sentido antropológico”, que por mi parte prefiero considerar como humanista y científico, partiendo en la división de los campos (humanismo y ciencias sociales) en los que se configuraron. Ahora, no podemos afirmar que esta estructura dual nos conduzca por caminos completamente separados, muchos elementos se comparten, sus sentidos se entrecruzan, es el problema del concepto en acción; sin embargo en lo que sigue voy a hipotetizar sobre dos posibles caminos para la respuesta a la pregunta por las necesidades, la primera podemos aventurar que encuentre más posibilidades de concreción conforme la conceptualizaciones humanista y la segunda conforme las científicas.

Si adherimos a la idea de la cultura como sumatoria de las bellas artes, la literatura, la lengua, la historia, la cultura popular y de masas, es muy probable que como corolario de la definición también adhiramos a una perspectiva ilustrada: quienes dominan este tipo de manifestaciones serán personas cultas y quienes no, no lo serán, como el combo también incluye un componente axiológico, ser culto es preferible a ser inculto, la respuesta a la pregunta es entonces obvia: garantizar la posibilidad de prácticas a quienes son cultos y cultivar a quienes no lo son.

Desde una conceptualización científica, aquella que, simplemente a modo ilustrativo, podemos caracterizar siguiendo a Marshall Sahlins (también en la cita precedente) como “conjunto de rasgos distintivos que caracterizan el modo de vida de un pueblo o de una sociedad”, entonces la cosa cambia. Si hablamos de “un” pueblo o de “una” sociedad es porque damos por hecho que existen muchos pueblos o sociedades en tanto entidades diferenciables y distinguibles, si son diferenciables es porque poseen rasgos distintivos, todos poseen estos rasgos por lo tanto todos poseen cultura. El paso siguiente del razonamiento sería pasar de la entidad colectiva, el pueblo o sociedad, a la individual, las personas; en este sentido podemos pensar que ser parte del pueblo o la sociedad es, entre otros atributos, compartir una cultura. Como todos los seres humanos que viven en sociedad pertenecen a una sociedad entonces todos poseen culturas, no existe una persona inculta. Hicimos aquí el juego de llegar a esta conclusión partiendo de la cita de Sahlins solo a modo ilustrativo, pero a la misma conclusión arriba toda conceptualización científica e incluso algunas que le debemos al humanismo. ¿Cuál es aquí la necesidad cultural? La respuesta podemos buscarla por el lado de los derechos culturales, recuperando, por ejemplo, aquello de la Declaración Universal de Derechos Humanos que nos dice que “toda persona tiene derecho a tomar parte libremente en la vida cultural de la comunidad” (Artículo 27), “satisfacer la necesidad” pueden entonces consistir en garantizar el derecho de “tomar parte libremente de la vida cultural”.

“La gran confusión”, para ponerlo una vez más en palabras de Sahlins, sobreviene “cuando no se distingue” entre las esas dos grandes conceptualizaciones. Podemos entonces encontrarnos introduciendo elementos culturales ajenos a un pueblo o sociedad, en el sentido que da a esta idea Guillermo Bonfil Batalla en su teoría del control cultural, pretendiendo con ello garantizar el “tomar parte libremente de la vida cultural”. Ahora, “libremente” nos remite a capacidad de agencia, pero su ejercicio pleno requiere de la accesibilidad, entonces podemos volver sobre nuestros pasos y reemplazar nuestro mal intencionado “introduciendo” por un mucho más democrático “facilitando el acceso” y confiar, como dijimos, en la capacidad de agencia, en el libre albedrío; pero tampoco podemos ignorar que cuando esta accesibilidad esta mediatizada por instituciones, y estas están inmersas en estructuras de valores (la orquesta sinfónica frente a la banda de los pibes del barrio), es la estructura, ese conjunto de fuerzas sociales que condiciona y direcciona nuestro comportamiento, el que entra en tensión con la capacidad de agencia. Esto ya nos lo advirtiera Pierre Bourdieu, asumamos que la necesidad cultural se satisface con un consumo cultural, pero estos no son totalmente libres, están condicionados en su teoría de las prácticas por el habitus, y sobre este tipo de prácticas en particular tienen gran peso el origen familiar y los niveles educativos[4].

Ernst Cassirer va más allá de la cultura como “rasgos distintivos de una sociedad”, en tanto piensa al ser humano como un “animal simbólico” este es un ser cultural, la cultura no es algo que lo caracteriza, sino su segunda naturaleza; siguiendo esta línea de pensamiento y tomando distancia de la acción de cultivar, Ricardo Santillán Güemes y Héctor Olmos[5] propusieron el neologismo “culturar”, esto es “producir continuamente hechos culturales”, el “continuamente” va desde que nacemos hasta que morimos, y acaso más allá de la vigilia. No alcanzo, al menos de momento, a dirimir las plenas implicancias de asumir esta visión, pero no puedo evitar la sensación de que se aleja del par necesidad/satisfactor; necesitamos respirar y lo satisfacemos con aire, necesitamos movernos y lo satisfacemos con un colectivo, pero ¿cuál es el satisfactor para nuestra necesidad de vivir? Acaso pudiéramos aventurar culturar ¿Y qué hay del satisfactor de nuestra necesidad de culturar? Tal vez sea vivir.

García Canclini nos legó una gran conceptualización de políticas culturales, pero también no dejó el problema de qué entender por aquello de “satisfacer las necesidades culturales”. Pero la vida está hecha de problemas, el problema es la no problematización de los problemas. Es por esto que festejamos el trabajo de Albino Canelas Rubim, por problematizar el concepto de políticas culturales.


[1] Koselleck, R. Introducción al diccionario histórico de conceptos político-sociales básicos en lengua alemana. En Anthropos, Huellas del conocimiento, nro. 223, año 2009 pg. 92-105.

[2] Citado en UNESCO, Nuestra Diversidad Creativa, 1997. (Entrecomillados internos en el original)

[3] García Cancini, N. 1987, Políticas culturales y crisis del desarrollo: un balance latinoamericano.

[4] Bourdieu, P. 2010 Consumos culturales. En Bourdieu, P. El sentido social del gusto.

[5] Olmos, H. & Santillan Güemes, R. 2008 Culturar. Las formas del desarrollo.

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