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2045: La Cultura en el Pacto del Futuro de la ONU

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Durante años, el lamento del sector cultural observó la ausencia de objetivos específicos en relación a la Cultura en el marco de la Agenda 2030 ¿Qué podemos esperar de novedoso en el Pacto del Futuro?

En el marco de las Naciones Unidas, 193 países acaban de acordar los principales lineamientos para abordar los desafíos emergentes en los próximos 20 años. Bajo el nombre de «Pacto del Futuro», este nuevo acuerdo establece un ordenamiento para la infraestructura institucional internacional, a través de medio centenar de acciones, que incluyen avances en los ámbitos digital y de la inteligencia artificial.
En la Argentina el debate público girará, previsiblemente, en torno a la demonización de la Agenda 2030 con la que el actual gobierno pretende articular su guerra cultural contra un marxismo imaginario1. Desde las esferas oficiales se insistirá en que la decisión de no acompañar el nuevo tratado responde a la decisión estratégica de alineamiento automático con los Estados Unidos de Norteamérica y sus intereses, omitiendo que el listado de países que votaron negativamente a la adopción del nuevo marco se restringe a Bielorrusia, Corea del Norte, Irán, Nicaragua, Rusia, Sudán y Siria.
Pero -más allá de la interpretación doméstica que pueda dársele-, en este contexto nos interesa preguntarnos qué sucedió con la inclusión de la especificidad cultural en este nuevo horizonte para la ONU. Durante años, el lamento del sector cultural observó la ausencia de objetivos específicos en relación a la Cultura en el marco de la Agenda 2030 ¿Qué podemos esperar como novedad en el recientemente adoptado Pacto del Futuro? Un consejo: conviene analizar el documento y su proceso sin caer en la esperable espuma celebratoria del alto mando internacional o los representantes de y ante la UNESCO.
Por ello, en este artículo relataremos los puntos destacados del camino hacia su sanción, los principales esfuerzos del lobby sectorial abogando incluir a la cultura como objetivo del desarrollo sostenible, analizaremos brevemente que sí quedó incorporado en la nueva fórmula, y nos permitiremos una opinión en torno a la intersección de gestión cultural y prospectiva de futuro.

Renovando el multilateralismo
En 2019, como parte de los preparativos del 75 aniversario de las Naciones Unidas -celebrado en 2020- el organismo comenzó a preguntarse sistémicamente cómo relanzarse como un espacio de verdadera incidencia estructural de cara a los próximos 25 años.
En el marco de un profundo debate sobre la pertinencia y efectividad del internacionalismo tal como se diseñara a mediados del siglo pasado en el marco de la posguerra, el orden internacional liberal viene siendo desafiado por una serie de novedades geopolíticas en el marco de la transición a una multipolaridad rugosa, así como por las evidentes limitaciones de la democracia en tanto horizonte de expectativas (pobreza, acceso al agua y alimentos, ambiente, derechos humanos, paz, etcétera).
En ese contexto, en 2021 el Secretario General plasmó una renovada visión institucional, por medio del documento Nuestra Agenda Común (Our Common Agenda), abogando por una suerte de “multilateralismo integrador, interconectado y eficaz”. Este es el punto de partida de la recientemente realizada Cumbre del Futuro. Se buscaba examinar el «cómo» del funcionamiento de la ONU, más que rediscutir su contenido programático, por lo que el nuevo documento puede entenderse como un abordaje operativo para avanzar sobre la huella de los compromisos de la Agenda 2030. La percepción sobre el momento histórico se anunciaba sin miramientos en el articulado inicial: “Nos encontramos en un momento de grave peligro mundial”
El esfuerzo puede interpretarse como parte de una estrategia centroeuropea para recuperar protagonismo en la agenda internacional, buscando fortalecer la influencia de los valores occidentales en un orden multilateral basado en reglas, que enfrenta una crisis profunda. Con el declive relativo de la influencia estadounidense, la «Alianza para el Multilateralismo» —establecida en 2019 y promovida principalmente por Francia y Alemania— pretende destacar los beneficios de la cooperación internacional en un contexto donde la legitimidad de este enfoque parece erosionarse ante la opinión pública global. Esta iniciativa busca movilizar coaliciones flexibles alrededor de intereses comunes, permitiendo a una «mayoría silenciosa» de los Estados miembros de la ONU reafirmar su compromiso con los valores fundacionales del multilateralismo frente a la creciente unilateralidad y el incumplimiento de normas internacionales por parte de ciertas potencias. Entre los temas clave en la agenda de la Alianza, que incluye a una coalición de países europeos y no europeos, destacan cuestiones estratégicas como la ciberseguridad, el impacto de la inteligencia artificial generativa en los sistemas de armamento autónomos.

El camino hacia el Pacto del Futuro
Con el patrocinio de Alemania y Namibia, la Cumbre del Futuro fue presentada como el resultado de un proceso de cinco años dedicado a la revisión estructural del sistema de gobernanza de la ONU y a la renovación de sus herramientas. En 2023, los preparativos de la Cumbre cobraron impulso, acompañados de convocatorias a la participación de la sociedad civil. Además, se crearon espacios específicos para incluir temas clave como la juventud, el crecimiento económico, la arquitectura financiera internacional, la igualdad de género y el cambio climático, lo que reflejó una voluntad de integrar voces diversas en el proceso deliberativo. El lema fue “Soluciones multilaterales para un mañana mejor.”
En agosto de 2023, los embajadores de Alemania y Namibia ante las Naciones Unidas, encargados de liderar las negociaciones con los restantes Estados miembros, presentaron un borrador del documento principal. Este incluyó un chapeau –un párrafo introductorio que abordaba superestructuralmente la iniciativa– junto a cinco capítulos temáticos. Entre estos capítulos se incluyeron la reforma de la gobernanza global, la digitalización inclusiva, el fortalecimiento de las capacidades institucionales y la respuesta global a las emergencias. Los co-facilitadores sugirieron párrafos preliminares para cada capítulo con el objetivo de recoger comentarios y propuestas adicionales de los Estados miembros, y de representantes de la sociedad civil y del sector privado, quienes tuvieron oportunidades limitadas pero significativas para hacer aportes en sesiones consultivas paralelas. Adicionalmente, cuatro países asumieron responsabilidades a través de sus delegaciones para dos potenciales Anexos: uno que fue finalmente incluido (el Pacto Digital, bajo auspicio de Suecia y Zambia) y otro que no llegó a plasmarse en el documento final: una Declaración sobre las Generaciones Futuras (cuyo impulso recayó sobre Jamaica y Países Bajos).
Como se ha dicho, se trató de un «momento de revisión» de la Agenda 2030, un espacio para evaluar y reconsiderar cómo avanzar hacia los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS). Entre los principales temas de debate surgió la necesidad de dar mayor visibilidad a factores estratégicos que, hasta ahora, no han sido suficientemente abordados en los documentos actuales, como la financiación para el desarrollo sostenible, la reducción de las desigualdades, y los impactos diferenciados del cambio climático en los países menos desarrollados. Esto captó especial atención en el sector cultural, que activó diversas campañas de incidencia política para lograr su inclusión en la agenda.
El Secretario General de la ONU, António Guterres, fue presentando a lo largo de 2023 una serie de policy briefs conteniendo las siguientes sugerencias: la implementación de indicadores prácticos que midan el impacto a largo plazo, la creación de un manual de actuación internacional para responder a conmociones mundiales complejas, la necesidad de mayores esfuerzos para la inclusión de los jóvenes en la toma de decisiones, la necesidad de métricas que trasciendan la dimensión cuantitativa y economicista, y de una reforma de la arquitectura financiera internacional para que beneficie al Sur Global. También refirió en ellos a la conveniencia una visión de la tecnología digital que garantice integridad de la información pública a través de un ecosistema comunicacional inclusivo y seguro. Muchos de estos enfoques se ven claramente reflejados en la nueva hoja de ruta.
El proceso también puso de relieve las tensiones entre países desarrollados y en vías de desarrollo en cuanto a la financiación de los ODS. Los países del Sur Global enfatizaron la necesidad de un sistema financiero internacional más equitativo que priorice la redistribución de recursos y la transferencia de tecnología, y que responda a las crisis de deuda que afectan a varias economías emergentes. Las discusiones culminaron en la redacción de un documento final que reflejó algunos de estos puntos, aunque las negociaciones sobre compromisos específicos quedaron pendientes para futuras reuniones multilaterales.
Abogando por la Cultura como objetivo específico
La pulsión por incluir con más potencia la dimensión cultural en la estrategia del desarrollo de las Naciones Unidas no constituye una novedad. Ya en la antesala de la elaboración de la Agenda 2030, una campaña análoga, bajo el lema de “El futuro que queremos incluye la cultura” y el nombre de #culture2015goal procuró, sin éxito, una inclusión en estos términos. Los activistas y profesionales del sector debieron conformarse con enunciaciones vagas y transversales en componentes específicos en Objetivos generales como los ODS4 (educación de calidad), ODS5 (igualdad de género), ODS8 (trabajo decente y crecimiento económico), ODS9 (infraestructuras), ODS10 (reducción de las desigualdades), ODS11 (ciudades y comunidades sostenibles, patrimonio cultural y uso de los espacios públicos), el, ODS12 (producción y consumo sostenibles), ODS15 (vida en la tierra) y ODS16 (paz, justicia e instituciones sólidas).
Con este antecedente, en la antesala de la Cumbre del Futuro, diversas acciones de incidencia política por parte del sector cultural buscaron inclinar la balanza. En su informe “La cultura en la implementación de la Agenda 2030”, una entente de organismos y agencias internacionales de lata incidencia sentaron las bases argumentales para la campaña, enfatizando que “existe una brecha entre los conocimientos especializados existentes y las prácticas sobre el terreno que involucran la cultura en el desarrollo sostenible y la reflexión y priorización sobre esto en los documentos que surgen de la implementación de la Agenda 2030”2. Bajo este precepto, UNESCO y varias organizaciones internacionales abogaron por reconocer el rol crucial de la cultura no solo como motor del desarrollo económico, sino también como un factor clave para la cohesión social, la paz y el diálogo intercultural.
La campaña #culture2030goal ha sido el ámbito más amplio articulando esfuerzos de la sociedad civil y del sector cultural a nivel internacional por la inclusión de la cultura en la agenda global, abogando por un reconocimiento explícito del rol de la cultura como un motor clave para el desarrollo sostenible. Seis meses antes de la realización de la Cumbre, Culture Action Europe, una importante red europea de redes, organizaciones, artistas, activistas, académicos y activistas político-culturales emitió una advertencia en relación a la posibilidad de que la Cumbre perpetuara un enfoque business-as-usual, es decir, innovando para que nada cambie: observaba con preocupación la tímida inclusión de la cultura en el primer borrador del Pacto. Parecía que la atención que había suscitado la omisión específica en la Agenda 2030 en los últimos años se esfumaba en la antesala del nuevo acuerdo.
Hace unos meses, en el marco de la 16ª conferencia anual de las Ciudades Creativas de la UNESCO, celebrada en Braga (Portugal) entre el 1 y el 5 de julio, se aprobó el Manifiesto de Braga de las Ciudades Creativas de la UNESCO: un objetivo cultural para el desarrollo sostenible. Con ello, más de doscientas cincuenta ciudades a nivel internacional sentaron su postura de incorporar los preceptos de la Declaración MONDIACULT 2022 al diseño de sus políticas culturales, consolidando una visión compartida de integrar la cultura y la creatividad como un objetivo independiente en la Agenda de Desarrollo Sostenible post 2030. También se sumó al operativo clamor la Alianza Internacional para la Investigación de las Relaciones Culturales (International Cultural Relations Research Alliance, ICCRA), que en su Conferencia de 2023 ya había analizado la intersección entre relaciones culturales, multilateralismo y desarrollo sostenible, en el contexto de las directrices establecidas por la ONU3. La conferencia reunió a expertos de todo el mundo para discutir cómo la cooperación cultural puede fortalecer el multilateralismo y apoyar los objetivos de desarrollo sostenible; con los principales participantes enfatizando la relevancia de incluir a comunidades marginadas y voces diversas en las discusiones globales. Además, se subrayó la necesidad de abordar desequilibrios de poder y promover un enfoque centrado en las personas para el desarrollo, integrando la cultura en un diálogo intersectorial que trascienda las fronteras del sector cultural y se entrelace con áreas como salud, educación y empleo. Esta discusión también incluyó reflexiones sobre el papel de la cultura en los conflictos y cómo puede ser utilizada para fomentar la conexión humana a nivel local e internacional. Un programa ambicioso para incidir sobre este tipo de instrumento que -por consensuales- suelen recortar, quizá en exceso, ciertas expectativas sectoriales.
En soporte a la necesidad de incluir objetivos específicos de racionalidad cultural se pronunciaron especialistas como Alexandra Xanthaki, Relatora Especial de la ONU en derechos culturales, y Yudhishthir Raj Isar, Profesor Emérito de Estudios de Políticas Culturales en la Universidad Americana de París. Diversas organizaciones también abogaron por este enfoque, entre las que se incluye Artists at Risk Connection, que defiende los derechos de los artistas en contextos de riesgo, la ASEAN Foundation, que promueve la cooperación cultural y el desarrollo sostenible en Asia, Culture Funding Watch, que trabaja para mejorar la financiación de la cultura en África y el Medio Oriente, y Southern Voice, una red que busca visibilizar las voces del Sur Global en los debates globales. También se unieron a este llamado universidades como la Universidad de La Laguna en España, la Universidad Iberoamericana en México y la Universidad de Siena en Italia.
En el marco de esta conversación, se recordó la importancia de la confluencia de campañas de la sociedad civil en los procesos multilaterales. Por ejemplo, se citó el proceso en torno a la Declaración de la Cumbre de los ODS de 2023, que inicialmente no incluía referencias claras a la cultura. Solo después de la acción concertada de múltiples organizaciones intergubernamentales, representantes de la sociedad civil y determinados Estados miembros, se logró incorporar menciones relevantes a la cultura como un motor clave para alcanzar los Objetivos de Desarrollo Sostenible. Este precedente subraya la necesidad de continuar articulando esfuerzos entre actores diversos para garantizar que la cultura obtenga el reconocimiento que merece en las agendas globales.
En junio, desde la campaña #culture2030goal se difundió un comunicado saludando la inclusión de la acción 7, específica para la cultura, como un avance4. La Cumbre, finalmente, aparecía como auspiciosa para los intereses de los defensores de los derechos culturales.

El Pacto del Futuro
En su enunciación, el Pacto del Futuro asume la necesidad de acciones “audaces, ambiciosas, aceleradas, justas y transformativas”. Con el propósito de enfrentar las crisis globales más urgentes, el Pacto cuenta con dos grandes apartados: el primero, dividido en cinco capítulos, detalla un total de 56 acciones, complementadas por un anexo titulado «Pacto Digital». Este documento establece un compromiso global hacia un desarrollo sostenible inclusivo, abarcando la erradicación de la pobreza, la lucha contra la inseguridad alimentaria y el cambio climático, mientras refuerza la importancia de los derechos humanos y la cohesión social.
Reconociendo la centralidad de la Agenda 2030, se proponen acciones concretas para fortalecer la cohesión social y construir sociedades pacíficas e inclusivas. La igualdad de género se identifica como un pilar transversal, con medidas específicas para promover el empoderamiento de las mujeres y niñas. En línea con las metas de los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS), el Pacto subraya la importancia de reducir las desigualdades y garantizar que ningún grupo quede rezagado.
Entre las iniciativas más destacadas, sobresale la decisión de movilizar recursos adicionales para los países periféricos, en reconocimiento de la creciente brecha de financiación que obstaculiza la consecución de los ODS. Este esfuerzo incluye la reforma de la arquitectura financiera internacional para garantizar un sistema más equitativo, sostenible y accesible, que permita a los países de bajos y medianos ingresos realizar inversiones a largo plazo en áreas clave como educación, salud, infraestructura y tecnología. En este contexto, el Pacto del Futuro hace hincapié en la necesidad de promover políticas fiscales justas y la cancelación de deuda, en especial para las naciones más vulnerables.
Se otorga prioridad a la erradicación de la pobreza y la inseguridad alimentaria, reconociendo el vínculo entre estos problemas y el deterioro ambiental. El Pacto refuerza una agenda climática intensificada, destacando la urgencia de restaurar y conservar los ecosistemas, y acelerando los esfuerzos para abordar las amenazas emergentes del cambio climático, como el aumento del nivel del mar, los fenómenos meteorológicos extremos y la pérdida de biodiversidad. Además, promueve el uso sostenible de los recursos naturales y la transición hacia energías renovables, alineado con el Acuerdo de París.
El Pacto también se distingue por su ambición en reforzar la gobernanza global. Las reformas propuestas apuntan a transformar organismos multilaterales como el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, haciéndolos más inclusivos, representativos y democráticos. Esta propuesta busca aumentar la voz y participación de los países en desarrollo en la toma de decisiones globales, garantizando que la cooperación internacional esté mejor preparada para enfrentar los desafíos actuales y futuros, desde la paz y la seguridad hasta la promoción de los derechos humanos y el bienestar colectivo. Las reformas también incluyen la modernización de la Asamblea General y del Consejo Económico y Social (ECOSOC) para hacer frente a problemas como la pobreza extrema, las crisis de refugiados y la inseguridad alimentaria de manera más efectiva.
El Pacto Digital, como parte integral del acuerdo, propone una hoja de ruta para una gobernanza digital que promueva el acceso universal a internet, la protección de los derechos en el entorno digital, y la mitigación de los impactos negativos de la digitalización, como la desinformación y la vigilancia masiva. Se hace especial énfasis en la brecha digital entre el Norte y el Sur Global, proponiendo soluciones que fomenten la inclusión digital y la equidad tecnológica. En este contexto, se subraya la necesidad de una regulación más efectiva de las plataformas digitales, como lo demuestra el reciente caso en Brasil, donde la red social X (anteriormente Twitter) fue sancionada por no combatir adecuadamente la desinformación, poniendo de relieve los riesgos que las redes sociales pueden representar para la integridad democrática si no se regulan apropiadamente5.
Ahora bien, ¿qué rol se le ha asignado finalmente a la cultura en este acuerdo?

La Cultura en el Pacto por el Futuro
A pesar de los esperables discursos optimistas por parte de altos funcionarios de la UNESCO y embajadores nacionales en ese ámbito, la realidad es que la cultura ha sido incorporada de manera limitada en el documento final del Pacto del Futuro. La expectativa en torno a un objetivo específico aparece solo parcialmente lograda, ya que la enunciación final de la Acción 11 terminó incluyéndola junto al deporte como “componentes integrales del desarrollo”. Ambos ámbitos son reconocidos por su importancia en la construcción de identidad y cohesión social, así como por su contribución potencial a la salud y el bienestar. Sin embargo, la enunciación sobre la dimensión cultural del desarrollo resulta algo opaca, con menos riqueza que la vista en debates previos y documentos preparatorios. Tampoco se logra caracterizar la práctica deportiva en su singularidad como una expresión de base simbólica y, en consecuencia, como una dimensión particular de la fenomenología cultural.
Uno de los avances más significativos del documento se encuentra en el apartado (b), que resalta la importancia de la cooperación internacional para la restitución de bienes con “valor espiritual, ancestral, histórico y cultural” a sus países de origen. De este modo, se evidencia el interés que este tema ha suscitado en el debate internacional, derivado de la apropiación ilegítima en el marco del colonialismo, con implicaciones que atañen tanto al campo de la museología como al turismo. Quedará por verse de qué manera esta inclusión potencia, o no, la dimensión política del debate, en el que sería saludable que se comenzara a hablar de resarcimientos que incluyan el desarrollo de infraestructura adecuada para albergar y proteger los bienes patrimoniales, dado que su ausencia suele ser el principal argumento para retrasar las restituciones.
El tercer punto relevante, considerado en el apartado (c), destaca el diálogo intercultural como una instancia clave para los procesos de desarrollo, relacionándolo con la sostenibilidad.
También debe señalarse la eliminación de la referencia al requisito de un “financiamiento adecuado para el sector cultural”, presente en borradores iniciales. Más allá del criterio de progresividad que obliga a los Estados a avanzar en la garantía de derechos (incluidos los culturales), el hecho de que haya habido una omisión al respecto es elocuente del grado de compromiso de los representantes con la agenda de la cultura como componente del desarrollo.
Previo a la Cumbre, Culture Action Europe había señalado los riesgos de que la falta de una integración robusta de la cultura en este documento represente un obstáculo importante para el desarrollo sostenible desde una comprensión holística de la sociedad. También advirtieron que esta omisión debilita la capacidad de imaginar futuros posibles y de dotar al sistema de gobernanza global de las herramientas necesarias para alcanzar sus objetivos.

El desafío futuro del sector cultural
Buscando evitar la mirada celebratoria y acrítica sobre la cultura -posiblemente uno de los peores males endémicos en el plano discursivo del sector- resulta evidente que la cultura constituye la piedra angular para reimaginar futuros deseable. Las Naciones Unidas parecían reconocer los desafíos de este contexto y la potencia de la cultura en las preparatorias de la Cumbre, pero el proceso termina, nuevamente, con un documento que deja un sabor amargo.
En un mundo cada vez más incierto y complejo, la prospectiva estratégica se ha consolidado como una herramienta esencial para visualizar y construir futuros posibles. Esta disciplina, que tradicionalmente ha sido utilizada en la planificación empresarial, ha encontrado tradicionalmente en la cultura y las artes un terreno fértil para explorar y proyectar imaginarios sobre lo que está por venir; pero solo en los últimos años -a partir de la pandemia- ha comenzado esta metodología a aplicarse directamente sobre el sector cultural. Recientemente, se han iniciado procesos de elaboración de escenarios de futuro, incluso desde una óptica latinoamericana, desde y para el sector cultural. La relación entre prospectiva estratégica y gestión cultural aparece como un campo fértil para la creación de imágenes de futuro y para construir consensos y soporte social para ciertos futuros alternativos. Se trata de desbloquear grados de imaginación política colectiva en contextos de crisis de paradigmas, tanto en el campo disciplinar como en el rumbo social en su conjunto, en un mundo global y en crisis terminales.
Es conveniente reflexionar sobre la limitada resonancia de estos debates del internacionalismo en nuestros contextos regional y nacional. Aunque los lineamientos de las Naciones Unidas aparecen como horizontes, al ser incluidos en los marcos normativos nacionales para la garantía de derechos culturales por parte de los Estados, la intensidad del debate en la sociedad civil en las instancias preparatorias de este tipo de documentos es exiguo, perdiéndose la oportunidad de influir con mayor fuerza en la toma de decisiones.
En este sentido, también surgen las limitaciones del servicio exterior, al menos en el caso argentino. Mientras en las Naciones Unidas se discutía sobre la Cumbre y el Pacto del Futuro, el diálogo y la consulta por parte de la representación oficial nacional con la sociedad civil y las organizaciones libres del Pueblo fue inexistente6. Al mismo tiempo, estas tampoco supieron reclamar por esa participación. Posiblemente sea un llamado de atención para la Gestión Cultural como disciplina y sus profesionales —especialmente aquellos con responsabilidades institucionales en el ámbito académico y de la sociedad civil—, que deberán involucrarse más activamente en lo sucesivo para incrementar el nivel de incidencia ciudadano.


1Sobre la demonización de la Agenda 2030: Podcast Salida de Emergencia (Episodio 6)

2Arterial Network, Culture Action Europe, Consejo Internacional de Monumentos y Sitios, Federación Internacional de Consejos de Artes y Agencias Culturales, Federación Internacional de Coaliciones para la Diversidad Cultural, Federación Internacional de Asociaciones e Instituciones de Bibliotecas, Consejo Internacional de la Música, Ciudades y Gobiernos Locales Unidos

3Recomendamos el análisis de James Perkins & Shruti Shenoy, “Cultural relations, multilateralism and sustainable development”, disponible en inglés aquí.

4Disponible aquí.

5En este asunto, se recomienda la lectura de la Carta pública “Contra el ataque de las grandes tecnológicas a las soberanías digitales” firmada por intelectuales de la talla de Anita Gurumurthy (IT for Change, India), Cédric Durand (University of Geneva, Francia), Cecilia Rikap (University College London, CONICET, Argentina), Jayati Ghosh (University of Massachusetts Amherst, India) o Renata Ávila (Open Knowledge Foundation, Guatemala)

6En Argentina, adicionalmente, en los últimos meses la representación ante la UNESCO apareció en el debate público como moneda de cambio por votos en el Senado para una reforma estructural de corte neoliberal que modifica un centenar de leyes en un solo acto administrativo.

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