La profesionalización de la gestión cultural como base para la transformación comunitaria
Lo poético, lo simbólico y lo negado. La democratización de la cultura, la necesidad de la profesionalización, y la gestión cultural comunitaria para el ejercicio y conquista de derechos, son ideas que resuenan después de haber vivido el 1º Congreso Nacional de Gestión Cultural.
Luego de 17 horas de viaje llegamos a Buenos Aires desde Catamarca, un grupo conformado por 29 personas, entre las que se encontraban estudiantes, egresados/as y gestores/as de organizaciones privadas, públicas y mixtas. Gonzalo Barcena y yo fuimos representando a una Cooperativa de trabajo dedicada al arte y la comunicación, donde nos desempeñamos como comunicadores (y gestores, aunque aún nos cueste reconocerlo) hace dos años.
Desde que supimos de este evento decidimos participar. En primer lugar como una forma de obligarnos a estructurar nuestra experiencia de forma escrita, pero internamente como un ejercicio para reconocernos en ese rol. Vale aclarar que en el resto del texto la redacción es mía, pero los conceptos e ideas son fruto de largas horas de trabajo y charlas, en este viaje entre la acción y reflexión que es la manera de intervención que elegimos como equipo.
Participamos del Grupo de conversación dedicado a la Gestión de las instituciones culturales (G8), con el texto Desafíos de la gestión y construcción de comunidad en una cooperativa de trabajo, en el que utilizamos conceptos como: cooperativismo, gestión cultural, economía social y solidaria, comunicación y trabajo, para darle forma y sentido a la práctica que nos atraviesa a diario, y que se nutre de los diagnósticos que realizamos desde la comunicación.
¿Quiénes son considerados gestores culturales?, ¿se trata de una formación específica o es un rol construido a través de la práctica?, ¿hay una definición que dé cuenta de lo que son las instituciones culturales?, fueron algunas de las preguntas disparadoras para analizar la realidad institucional. A las que se sumaron conclusiones parciales que plantean que la gestión siempre está presente explícita o implícitamente, y aunque no se encuentre definida y/o contextualizada, no significa que no esté operando un modelo determinado. Como sucede en el caso analizado, donde se identifica un estilo de autogestión visto desde una óptica semi-colectiva o individualista, una situación que debe ser revertida si el contexto es una cooperativa que busca organizar sus capacidades, experiencias y fuerzas para generar el sustento. Que implica satisfacer necesidades de autoconservación, políticas, culturales, y afectivas, bajo el gran lema de transformación comunitaria.
Como plantea Floreal Gorini (2004): “En la base de cada transformación es necesario instalar una cultura; la gente debe saber por qué se moviliza y para qué lo hace, cuáles son las cuestiones que rechaza y cuestiona, y cuáles son aquellas que debe hacer coincidir”.
Como cooperativistas, comunicadores/as, artistas y gestores/as queremos tener incidencia social, y para conseguirlo consideramos fundamental la profesionalización. Ese concepto que fue analizado, armado y desarmado tantas veces durante el Congreso, y del que el G8 no quedó exento. Sin distinción geográfica, se expusieron y fundamentaron razones y puntos de vista sobre lo que implica, o lo que se necesita para considerarse un/a profesional de la gestión cultural. Partiendo desde el no reconocimiento dentro de los nomencladores y categorías de AFIP para monotributistas, pasando por la dificultad de otorgarle un precio al trabajo debido a la falta de un tarifario, llegando al terreno de la formación académica y la práctica.
Particularmente apostamos por la profesionalización como posibilidad de mejorar nuestras condiciones de trabajo, que implican no solo bienestar personal, sino poder tener una mejor organización para incidir en los procesos de toma de decisiones y en las políticas públicas, pensándolas con en vez de para las comunidades.
Como organización dedicada a la cultura, el arte y la comunicación, con un fuerte posicionamiento antiextractivista, debemos afianzarnos y proyectarnos a futuro (junto a otras organizaciones del sector) como un posible ámbito de trabajo genuino, demostrando que otra economía es posible en una provincia como Catamarca que se proyecta al país y al mundo desde un modelo de desarrollo minero, con graves consecuencias ambientales y sociales.
Siguiendo a Gorini (2004): “Ante la injusticia de la explotación quiero la transformación social, y busco los métodos adecuados y proponemos las transformaciones necesarias para que este proceso de transformación social (y comunitario) se logre”.
Es con esa convicción que, luego de participar del Congreso y conocer personalmente la gran red de gestores/as culturales, que en su diversidad y desde diferentes territorios abraza esta tarea como herramienta de transformación, entendemos la importancia y apostamos por reconocernos como sujeto colectivo. Un grupo humano que a partir de la organización y conformación de comunidad conseguirá caminar en el sentido de la democracia cultural.
Coincido totalmente lo expuesto por Rocío, acotar que en nuestra provincia, Catamarca, tenemos que aclarar constantemente qué hace un profesional de la gestión cultural, decir que nuestra profesión es multidisciplinar, pero que no venimos a reemplazar al gestor empírico, sino ser articuladores con éstos y la comunidad. Que en la profesionalización, democratizamos y recomponemos un tejido social que viene siendo avasallado por póliticas direccionales al desarrollo. Pensarnos en gestores políticos, conociendo las audiencias, a quienes van dirigidos los proyectos que se realizan para y con las comunidades. Sin dejar de poner en énfasis que en nuestro territorio, el profesional de la gestión cultural tiene una fuerte impronta hacia lo social.