Entrevista a Leonardo Boff
Entrevista inlcuida originalmente en el especial «Cultura, ambiente, desarrollo sostenible y cambio climático» de la Revista Gestión Cultural, realizada por Jordi Bàlta, Àngel Mestres y Nicolás Sticotti.
Revista Gestión Cultural: La reflexión acerca de la destrucción del medioambiente ha estado muy presente en su pensamiento desde hace muchas décadas. ¿Qué análisis hace del momento actual?
Leonardo Boff: Creo que nos estamos acercando a un camino sin retorno: el cambio del régimen climático como consecuencia del calentamiento global, el riesgo serio de una guerra nuclear a partir de una escalada del conflicto en Ucrania. Si eso ocurre, sea voluntariamente, sea por algún error en la seguridad (nada es absolutamente seguro), puede ocurrir la fórmula que utiliza Noam Chomsky: 1+1 = 0. Es decir, una potencia destruye a la otra y pone fin al experimento humano. Es que nuestra civilización tecnológica creó para sí el principio de autodestrucción. Otro problema serio es la sobrecarga de la Tierra (The Earth Overshoot Day). Todos los años distintos organismos proveen los datos. Este año el día fue el 2 de agosto. Esto significa que ese día, los bienes y servicios fundamentales para la sustentación de la vida en la Tierra llegaron a su límite. Como las clases consumidoras no disminuyen su consumo, la Tierra, que es un súperente vivo, Gaia, que articula lo físico, lo químico y lo ecológico para mantenerse viva y continuar produciendo vida, reacciona enviándonos más calentamiento global, huracanes, virus, algunos letales, y eventos extremos de sequías o nieve. En el pasado lejano era un asteroide lo que producía daños a la Tierra. Desde hace cien mil años emergió en África otro asteroide peligroso que se llama Homo sapiens sapiens. Hemos inaugurado una nueva era geológica, el antropoceno, que se convirtió en necroceno y ahora en su forma más grave, el piroceno (piros en griego es fuego). Por todas las partes se anuncian incendios inmensos, algunos incontrolables como en Canadá, que puede agravar la amenaza que pesa sobre la vida en la Tierra y toda nuestra civilización. Vivimos un alarme ecológico expresado por el Papa Francisco en el Fratelli tutti: “Estamos todos en el mismo barco: o no salvamos todos o no se salva nadie”. Vivimos tiempos de Noé, en el que las personas vivían alienadas de los riesgos y todos perecieron, a excepción de algunos en el arca. La conciencia colectiva, sea de los jefes de Estado, de los ceos de las grandes corporaciones y en general del pueblo, es extremamente baja. Y así podemos engrosar el cortejo de aquellos que caminan rumbo a su propia sepultura.
RGC: Paulo Freire hablaba de “esperanzar”, en el sentido de mantener un espíritu crítico y a la vez actuar para fomentar la transformación. Parecería que las generaciones jóvenes se están movilizando en este sentido. ¿De qué forma se puede acompañar este cambio?
LB: En los últimos tiempos de su vida Paulo Freire estaba muy preocupado por el futuro de la humanidad. Se decía un pesimista esperanzado. Estaba convencido de que el rumbo de nuestra civilización se podía cambiar por un proceso global de concientización. Creó el verbo activo “esperanzar”, que significa no quedarse con los brazos cruzados para ver lo que va a ocurrir, sino positivamente, poniéndose en marcha para crear las condiciones de una esperanza viable capaz de cambiar la realidad. Esto lo estamos haciendo, un poco desde todos lados, especialmente los jóvenes que ya no se incluyen en la cultura consumista del capital, sino que mantienen otra relación con la naturaleza, de cuidado y respeto, y se proponen un consumo solidario, suficiente y decente. En ellos encontramos los brotes de una alternativa al sistema dominante. Pero hay que preguntarse si tenemos el tiempo suficiente para los cambios sustanciales. La esperanza es un principio, es decir, un motor siempre activo dentro de nosotros, que nos lleva a proyectar nuevos mundos, nuevas utopías viables y un futuro común Tierra-Humanidad. Eso puede ocurrir.
RGC: En la conversación que mantuvimos nos habló de la necesidad de transitar desde una noción de “dominio” sobre la naturaleza, viéndola como un recurso, a una percepción de la naturaleza como “hermana”. ¿Qué aspectos cree que son importantes en esta transición? ¿Y qué papel jugaría aquí su reflexión sobre la “cultura de los cuidados”?
LB: A mi juicio nos estamos enfrentando a dos paradigmas civilizatorios. El primero que fue creado por la modernidad a partir del siglo XVIII bajo la idea del ser humano como “dominus” (maître et possesseur de la nature), como señor y dueño de la naturaleza sin sentirse parte de ella, entendiendo a la Tierra como un objeto extenso (res extensa), sin propósito. Los demás seres de la naturaleza tienen sentido únicamente al servicio de los seres humanos. Este paradigma cambió la faz de la Tierra. Creó grandes avances pero al mismo tiempo devastó prácticamente todos los ecosistemas y creó el principio de autodestrucción con armas nucleares, químicas y biológicas. Partía de un presupuesto falso: los recursos infinitos de la Tierra nos permiten un desarrollo también infinito. Hoy sabemos que la Tierra es vieja y tienes bienes y servicios limitados. En las últimas décadas, este paradigma alcanzó su más grande expresión, extrayendo del planeta todas las riquezas posibles. El hombre ya ocupó el 83% de todo el planeta y de forma devastadora. Si continúa vigente este paradigma vamos al encuentro de nuestro propio fin.
En contraposición se está presentando el paradigma del “frater”. Todos, los humanos y el resto de los seres vivos, tenemos la misma base biológica: desde la célula más primitiva de hace 3,8 millones de años, pasando por los dinosaurios hasta nuestros caballos, pájaros y nosotros mismos. Todos tenemos los mismos veinte aminoácidos y las mismas cuatro bases nitrogenadas. Un hilo de fraternidad nos une a todos. Somos de hecho, por un dato científico (desde 1953), hermanos y hermanas. Pero no nos tratamos así. Es importante hacer la travesía desde el dominus al frater, porque de lo contrario difícilmente escaparemos de tragedias inmensas que pueden liquidar a la humanidad. Para eso hay que cambiar la mente (una visión de la Tierra como Madre) y el corazón (establecer un lazo de afectividad con todos los seres, no dañarnos sino cuidarlos y entender que formamos la gran comunidad biótica), lo que requiere un sentimiento de interrelación de todos con todos. Todos estamos implicados en redes de relaciones recíprocas y en un sentido de responsabilidad colectiva en función de nuestro futuro común. Evidentemente este cambio necesita tiempos largos que no tenemos. Posiblemente vamos a pasar por una gran catástrofe por la cual todos se darán cuenta: o cambiamos o morimos. Temo que es verdadera la frase de Antonio Gramsci: la historia siempre enseña pero casi no tiene discípulos.
RGC: Delante de la crisis climática y de la destrucción que observamos, la reflexión individual ayuda a crear modelos. Pero para conseguir avances reales también es necesaria la acción, el trabajo con la ciudadanía. ¿Qué papel otorga a las comunidades locales en este proceso?
LB: Yo creo que no se puede esperar nada de arriba, del sistema. Viene siempre lo mismo o peor. Por eso hay que partir desde abajo. Si uno ya desarrolló una conciencia ecológica tiene que hacer una revolución molecular: vivir coherentemente. El sistema global es insostenible, pero sería sostenible si partimos del territorio, no como fue definido políticamente de forma arbitraria, sino como lo configuró la naturaleza: tipos de paisajes, montañas, flora y fauna, ríos, biodiversidad. Y dentro del territorio desarrollar una democracia realmente participativa, cultivar la agroecología, valorar las tradiciones, las fiestas populares, recordar las figuras importantes que vivieron ahí. Con eso se puede construir una comunidad integrada y participativa. Yo me imagino la Tierra entera hecha como un tapiz de biorregiones autónomas y relacionadas dentro de la misma Casa Común. Adentro de esta casa están los distintos mundos culturales con sus tradiciones, religiones y valores, conviviendo respetuosa y pacíficamente.
RGC: En varios trabajos ha puesto en valor los conocimientos ancestrales y las formas de vida de los pueblos indígenas. ¿De qué forma pueden las aproximaciones locales favorecer la emergencia de una conciencia global?
LB: Los indígenas se sienten parte de la naturaleza, la conocen y saben cuidarla. Y viven una cultura no de acumulación sino de subsistencia decente y abundante para todos. Ellos nos pueden enseñar cómo tratar cada bioma y sacar lo necesario sin devastarlo. Pueden ser nuestros maestros y doctores en esta forma de convivir con la naturaleza con profundo respeto y con sentimiento de pertenencia, cosa que nuestra cultura perdió totalmente.
RGC: En el contexto actual de emergencia es necesario luchar simultáneamente por la justicia social y por la sostenibilidad ambiental. ¿De qué forma se puede implicar a la ciudadanía, en un contexto de desigualdades acuciantes, para cambiar su relación con el planeta, sabiendo que los resultados de sus actos solo serán visibles a largo plazo?
LB: Mientras subsista el sistema del capital que acumula y crea masas de desposeídos y pobres, no se pueden superar las desigualdades. En donde entra el capital ya se establecen relaciones de desigualdad que éticamente son injustas y teológicamente pecados estructurales que ofenden al creador y a sus hijos e hijas. Lo que se puede es disminuir la pobreza a través de una educación que difunda entre todos que este sistema es perverso e inhumano, crear movimientos de presión para garantizar derechos básicos, participar en los partidos con propuestas que vayan al encuentro de las demandas del pueblo y de los pobres. La ciudadanía se conquista presionando y luchando. Al Estado no hay que pedirle nada sino cobrar su función de servicio a toda población. Un pobre que no sabe las razones de su pobreza jamás saldrá de la pobreza y jamás será un ciudadano. De ahí la importancia de la educación en la línea de Paulo Freire: partir de los conflictos, descubrir sus causas, organizarse para enfrentarlos y elaborar otra forma de sociedad más popular, democrática y respetuosa de la naturaleza, en la cual no sea tan difícil amar.
RGC: Cita a Gramsci y su énfasis en el “optimismo de la voluntad” frente al “pesimismo de la inteligencia”. En este marco, ¿qué rol pueden tener los agentes culturales, a la hora de trabajar para un futuro sostenible?
LB: La verdad de esta frase consiste en nunca desanimarse. No se trata de vencer todas las veces, sino de ser siempre fiel y coherente con el propósito de transformar este mundo que es inhumano, cruel y sin piedad, homicida, ecocida y geocida. La vida es generosa y premiará a aquellos que así piensen y trabajen.
RGC: En el marco de la globalización tecnológica y mediática, ¿cómo puede la cultura aprovechar espacios para fomentar la concienciación ambiental?
LB: Llegamos a un momento de nuestra historia en el que debemos ecologizar todos los saberes. Cada saber tiene algo que aportar. Cuanto más sentimos los límites de la Tierra y las lecciones que nos da (COVID-19, huracanes, terremotos, tsunamis, conflictos sociales), más crece la conciencia de nuestra responsabilidad colectiva. Podemos evitarlos o al menos aminorar sus efectos dañinos. Estamos en la última hora. Pero hay que pensar también que la cosmogénesis, la evolución, no es rectilínea. Ella puede acumular energías y de repente dar un salto de calidad y cambiar la conciencia humana. Hay que saber que lo imprevisible es posible. Teilhard de Chardin, el primero que hizo dialogar la fe con la nueva visión del mundo en evolución, creía profundamente que caminamos en la dirección de la Noosfera, es decir, de la mente y el corazón unidos y en profunda comunión con la naturaleza y el Todo.
Termino con una palabra de las escrituras judeocristianas del Libro de la Sabiduría (11, 24-26): “Si Dios, tu amas a todos los seres y nada detestas de lo que hiciste. Si odiaras alguna cosa no la habrías creado. Todos te pertenecen porque eres el soberano amante de la vida”.
Un Dios que es soberano amante de la vida no va a permitir que desaparezcamos de una forma tan trágica. Nacimos para vivir más y mejor. Venimos de las grandes estrellas rojas. Por eso estamos en la Tierra, para irradiar.
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